El coraz¨®n anegado de Europa
Las riadas en Alemania han sido tan devastadoras como una guerra y han demostrado el poder de la naturaleza sacada de quicio
Los transportes militares repletos de tropas atascan el tr¨¢fico urbano, soldados y unidades especiales de la polic¨ªa controlan la entrada en barrios enteros y la impiden totalmente en otros, zonas de las ciudades y pueblos quedan en absoluta oscuridad y vac¨ªas por la noche. De d¨ªa, los helic¨®pteros vuelan a baja altura y las excavadoras y los generadores rugen en todas las esquinas como carros de combate. Sus estruendos se mezclan con el aullido de las sirenas, de polic¨ªa y ambulancias pero tambi¨¦n de las que llaman a la evacuaci¨®n urbana o llamada a los refugios, como otrora cuando se acercaban aviones enemigos.
Las carreteras est¨¢n cortadas a centenares y decenas de miles de nuevos carteles indicadores de desv¨ªos, advertencias y prohibiciones acechan en cruces y esquinas. Zapadores intentan construir puentes urgentes donde antes los hab¨ªa medievales. Por todas partes uniformes, de soldados y oficiales en sus jeeps, de bomberos, de la protecci¨®n civil y la polic¨ªa, la Cruz Roja y cuerpos extranjeros. Pero lo que m¨¢s se ve son ruinas, escombros, casas arrasadas, demediadas o convertidas en fantasmales cascarones, vac¨ªas y sin ventanas, puentes destruidos, postes el¨¦ctricos derribados, iglesias abiertas y desnudas, huertas arrasadas y f¨¢bricas y naves industriales desvencijadas.
En apenas dos semanas toda la regi¨®n se ha visto inmersa en la desgracia
Es ¨¦ste el aspecto que ofrece el coraz¨®n del viejo continente en este verano tard¨ªo de 2002 al viajero que visita sus ciudades grandes como Dresde y Praga, peque?as como Passau, Usti nad Lab o Litomerice o pueblos peque?os, algunos pr¨¢cticamente desaparecidos bajo la fuerza de las aguas en angostos valles de la Suiza sajona o Bohemia. Los europeos llevan tiempo presumiendo con raz¨®n de que, desde 1945, gozan del periodo de paz m¨¢s largo de su historia en esta regi¨®n central escenario de sus luchas intestinas m¨¢s brutales. All¨ª se libraron las principales batallas de la guerra de los Treinta A?os, all¨ª se gest¨® la Paz de Westfalia que a¨²n marca al mundo, all¨ª debatieron en su logia mas¨®nica en el castillo de Kukuckstein, en un valle hoy arrasado, los poetas Novalis y Fichte sobre amor a la patria, a la belleza, a la integridad y la muerte y fue all¨ª donde perdi¨® Napol¨¦on muchas de sus m¨¢s legendarias batallas. Se combati¨® a muerte en dos Guerras Mundiales y se enfrentaron despu¨¦s, durante medio siglo de guerra fr¨ªa, Occidente y el imperio sovi¨¦tico. Pero nunca hubo tama?a destrucci¨®n. Junto a la posada del Caballo Blanco en Pirna, al sur de Dresde, en la que se hospedaba Goethe en sus viajes a Marienbad, se amontonan todas las propiedades de los vecinos, convertidas de un d¨ªa a otro en meros escombros de hierro, piedra, ladrillo o madera.
De repente, en apenas dos semanas de agosto, toda la regi¨®n se ha visto inmersa en desgracia y devastaci¨®n, como s¨®lo las guerras y pestes habr¨ªan sido capaces de generar en siglos pasados en esta regi¨®n que fue una joya de evoluci¨®n cultural en todo el medioevo, que sufri¨® la guerra de los Treinta A?os y las posteriores, incluso los 40 a?os del r¨¦gimen comunista y su culto al fe¨ªsmo sin mayor transformaci¨®n. El comunismo ignor¨® afortunadamente este rinc¨®n id¨ªlico de la Suiza sajona y la Bohemia rural y hab¨ªa permitido que esta regi¨®n quedara como una de las m¨¢s bellas y armoniosas que existen en Europa, con sus ciudadelas medievales, sus casas burguesas alpinas, sus valles magn¨ªficos y rocas tantas veces pintadas por Caspar David Friedrich. Pero esos valles con sus arroyos, aliados con el r¨ªo Elba, han tra¨ªdo la desgracia nunca vista.
Quienes desde pa¨ªses no afectados a¨²n creen que ha sido una cat¨¢strofe m¨¢s de la que pa¨ªses modernos y desarrollados, cuando no pudientes, pueden recuperarse sin mayores problemas, est¨¢n equivocados, afirman ya pol¨ªticos, soci¨®logos y cient¨ªficos. Esta agua y estos lodos van a cambiar a Europa, dicen. Mover¨¢n molinos de voluntades y cambiar¨¢n, en surcos profundos como los arrancados al lecho de los r¨ªos, las convicciones. Si el atentado contra las Torres Gemelas acab¨® con la inocencia de unos Estados Unidos que se cre¨ªan invulnerables, las inundaciones de agosto acaban con la percepci¨®n de las sociedades centroeuropeas de que las tragedias masivas son un mero s¨ªntoma m¨¢s del subdesarrollo del Tercer Mundo. Como 'la peor cat¨¢strofe nacional desde la II Guerra Mundial' la han calificado el canciller alem¨¢n Gerhard Schr?der y su rival democristiano Edmund Stoiber.
El mundo del bienestar tiene ya otro enemigo que compartir con los pobres del hemisferio sur. A la inseguridad que genera el terrorismo internacional se une la convicci¨®n de que, con su arrogancia, ambici¨®n y ceguera, ha creado otro enemigo mucho m¨¢s temible si cabe, que es una naturaleza sacada de quicio por los abusos de la intervenci¨®n humana. Se han modificado los cauces naturales de los r¨ªos hasta convertirlos en autopistas para el tr¨¢fico fluvial. El Rin tiene hoy mil kil¨®metros menos de recorrido que a principios del XIX. Las crecidas ya no desbordan paulatinamente en riberas naturales, sino que se convierten en trombas que, lanzadas por el cauce artificial, cuando salen de ¨¦ste arrasan todo lo que encuentran a su paso. La alta monta?a, despojada de su foresta por la industria del esqu¨ª y la lluvia ¨¢cida, lanza ingentes masas de agua sin freno alguno hacia los cauces de arroyos y r¨ªos que se tornan en torrentes letales. La tierra tiene cada vez menos tiempo y menos superficie permeable para asumir las aguas. La forma de pensar de checos y alemanes orientales, tambi¨¦n de austriacos y h¨²ngaros, sobre este l¨¢tigo natural inmerecido va a modificar actitudes y percepciones sobre los v¨ªnculos entre ellos y con el proyecto europeo. Tambi¨¦n sobre su relaci¨®n con quienes no quieren cambiar su pol¨ªtica de intoxicaci¨®n de la atm¨®sfera y perversi¨®n del ambiente en general.
El coraz¨®n de Europa Central, los cuarteles del caudillo Wallenstein, las rutas de Goethe, los sue?os de Schiller, los recuerdos de Lutero y los castillos del romanticismo europeo, de Herder o Heine, de la filosof¨ªa y la l¨ªrica alemana, valles de una belleza que rapta, est¨¢n hoy cubiertos por un olor ¨¢cido de putrefacci¨®n y jugos fecales que recuerda a campos de refugiados de albaneses en pleno p¨¢nico de huida de los peores pozos de miseria. Se salvaban pinacotecas en Praga y Dresde, pero se hund¨ªan casas medievales que hab¨ªan albergado a sus autores. Se han generado grandes emociones y no s¨®lo dolorosas. Ah¨ª est¨¢ la solidaridad que ha unido en la tragedia del diluvio a alemanes del Este y el Oeste y a checos y alemanes, enconados entre s¨ª tras la reciente disputa de otra tragedia europea como fue la cruel expulsi¨®n de los alemanes de los Sudetes tras la II Guerra Mundial. En todo caso, todo sugiere que, pese a la rapidez de los tiempos r¨¢pidos, la miseria espont¨¢nea de agosto de 2002 dejar¨¢ una huella perenne, tan profunda como la generada por la guerra de los Treinta A?os u otros dramas europeos a los que esta bell¨ªsima esquina del mundo ha servido de dign¨ªsimo, ¨¦pico escenario.
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