La triste realidad del olvido
Dulce Chac¨®n re¨²ne aqu¨ª dos de las vertientes m¨¢s codificadas de la novela sentimental: la de prisiones y la de mujeres. El efecto se ve, por ello, duplicado. Prisiones de mujeres y, en este caso, de la posguerra espa?ola, lo que intensifica el alcance ret¨®rico de semejante cruce, hecho sobre la base de experiencias reales: lo acreditan los agradecimientos al final del libro, donde se recogen los nombres de quienes sin duda fueron las fuentes que La voz dormida pretende convertir en ficci¨®n.
El problema es que ese esfuerzo no era necesario; al menos, en el modo en que lo plasm¨® Chac¨®n. No hac¨ªa falta convertir en ficci¨®n lo que ha tratado la misma autora en un interesant¨ªsimo reportaje de El Pa¨ªs Semanal acerca de la vida de las mujeres del bando vencido. Hubiese bastado con mostrar la inacabable ausencia de reconocimiento institucional de quienes sufrieron y siguen sufriendo los efectos de la larga victoria nacional. De hecho, como ella misma se?alaba all¨ª, existe hoy un renovado inter¨¦s historiogr¨¢fico en rastrear los modos m¨¢s escondidos y s¨¢dicos de la represi¨®n franquista, lo cual adem¨¢s permite volver a interrogarse sobre la relaci¨®n entre la creciente corriente de testimonios y la persistente ausencia de compensaci¨®n p¨²blica y legal de lo sufrido.
LA VOZ DORMIDA
Dulce Chac¨®n. Alfaguara. Madrid, 2002 384 p¨¢ginas. 15,95 euros
Todo lo que La voz dormida muestra se sabe ver¨ªdico: el fr¨ªo y las liendres, la disenter¨ªa, el tifus, las pulmon¨ªas, la crueldad detallista de las carceleras, el expolio y la codicia, pautado por citas de las canciones de Concha Piquer o de Miguel de Molina. Todo lo que narra tambi¨¦n lo es: las derrotadas que se inclinan pero que no se quiebran, las estrategias de las m¨¢s fuertes para protegerse y proteger a las d¨¦biles, el recuento entrecortado de los fusilamientos, que van pautando, indiscutibles, la vida en la c¨¢rcel y la vida fuera. Incluso la espantosa Iglesia cat¨®lica, que administraba la victoria de Franco con ferocidad eficiente. Incluso, por fin, el reencuentro de dos de los personajes tras veinte a?os de represalias, c¨¢rcel y luchas: 'Ha esperado a Jaime mucho tiempo. Demasiado tiempo, y Jaime la abraza. Dos cuerpos que se encuentran. Dos impulsos. Dos rel¨¢mpagos. Pero han de tomar el autob¨²s, y darse prisa, porque tienen que llegar al tren de las nueve'.
Si todo es ver¨ªdico, ?cu¨¢l es el problema? Sucede que ninguno de estos elementos compone una novela: aqu¨ª no hay conflicto, aqu¨ª no hay nada que no se sepa antes de empezar. Dulce Chac¨®n no despliega ni el menor resorte escondido. No puede hacerlo: los recursos elegidos lo impiden. Con una ambici¨®n coral, la voz narrativa se va acoplando a diversos personajes, recortando para el lector evocaciones del pasado orientadas a suscitar s¨®lo una emoci¨®n, la emoci¨®n correcta. Se podr¨ªa argumentar que no existe otra posici¨®n desde la cual hacer ficci¨®n a partir de una experiencia de la Historia, la experiencia de las v¨ªctimas. Pero las v¨ªctimas no son santos, sino s¨®lo v¨ªctimas. Se definen por una condici¨®n negativa: el radical despojamiento de su condici¨®n subjetiva y material, cuyo tratamiento art¨ªstico es de ardua aunque no imposible realizaci¨®n. En El chal, de Cynthia Ozzick, por ejemplo, una vieja jud¨ªa norteamericana, mezquina y vulgar, maltrata y sojuzga a uno de sus parientes. Poco a poco se sabe que durante la segunda guerra europea hab¨ªa sido conducida hacia un campo de concentraci¨®n con su hijito escondido entre sus ropas, sin alimentos ni agua. E iba mojando en saliva el chal, para que el ni?o bebiera. Tras d¨ªas de agon¨ªa el ni?o muere. La mujer sobrevive y conserva el chal, que se va transformando en una muralla entre ella y los otros. Lo que convierte El chal en literatura es que Ozzick no intenta que la v¨ªctima quede santificada por el sufrimiento.
En cambio, probablemente convencida de la sin duda indiscutible raz¨®n hist¨®rica de los testimonios a quienes quiso dar voz, Chac¨®n parece olvidar los problemas est¨¦ticos: esta novela deja que los lectores sean ¨²nicamente espejos conmovidos, porque no se obliga a s¨ª misma a ser otra cosa que el eco de su propia emoci¨®n. Con entusiasmo encomiable pero con incomprensible ingenuidad, La voz dormida parece creer que el cumplido relato de padecimientos verdaderos no puede producir m¨¢s que una obra verdadera.
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