Allende el espejo
Los nervios de algunos est¨¢n desatados en estas postrimer¨ªas del verano. Y con raz¨®n. Porque en pocas semanas han cambiado mucho las cosas en Euskadi y quienes tan c¨®modamente han cosechado r¨¦ditos de la situaci¨®n previa, de la intimidaci¨®n masiva de todas las opciones pol¨ªticas no nacionalistas, de la impuesta catequesis etnicista a cargo de los fondos p¨²blicos y de la constante llamada a la complicidad o al menos generosa comprensi¨®n hacia los m¨®viles del crimen. Est¨¢n nerviosos muchos. Porque todo parece indicar que se ha acabado la larga fiesta de la impunidad del 'pim, pam, pum'. Los asesinos han ido llenando las c¨¢rceles de forma inexorable en los ¨²ltimos a?os pero sus jaleadores, ex¨¦getas y mecenas gozaban de esa exquisita normalidad que se les negaba a todos los que discrepaban con ellos.
Joseba Azkarraga, consejero de Justicia del Gobierno vasco, est¨¢ tan preocupado como Arnaldo Otegi ante la evoluci¨®n puesta en marcha por la Ley de Partidos Pol¨ªticos y los autos del juez Baltasar Garz¨®n. ?Por qu¨¦ rayos acaban coincidiendo siempre estos dos personajes? Hoy el partido de Azkarraga, Eusko Alkartasuna, ha convocado una beat¨ªfica manifestaci¨®n en 'defensa de las libertades' de esa asociaci¨®n de delincuentes que es Batasuna, por muy honrados, que no honestos, que sean sus votantes. Euskadi ha sido Weimar durante demasiado tiempo. El suficiente para que una o dos generaciones crean que no hay alternativa a la sumisi¨®n y que es conveniente y rentable adaptarse o asociarse con quienes imponen ese miedo que emponzo?a pensamiento y conductas. Ha sido m¨¢s barato calumniar al jud¨ªo constitucionalista que reprender al camisa parda aberzale.
Dicen el PNV y EA y el buf¨®n minoritario de Ezker Batua, que Batasuna pasar¨¢ a una clandestinidad cuasi heroica. Aseguran que decenas de miles de votantes de Batasuna se lanzar¨¢n al monte como partisanos balc¨¢nicos. Tranquilos, porque no va a pasar. Nuestros muy instalados y burgueses beneficiarios de la inmensa red de ventajismos, extorsiones y subsidios tienen casa propia, costumbre de aperitivo y relaciones muy humanas forjadas en esa propia normalidad de la que no gozan sus adversarios pol¨ªticos. No van a renunciar a ello. Cuando los convocantes de una manifestaci¨®n de apoyo al crimen paguen con su hacienda, los padres de menores fanatizados tengan que asumir los da?os causados por sus querubines y los propietarios de los bares en Euskadi echen sin contemplaciones a quienes quieren imponerles en el local una hucha para financiar a los asesinos, saldremos, paulatinamente, del estado de excepci¨®n. Tras m¨¢s de dos d¨¦cadas de perplejidades, confusi¨®n y complejos, estamos asistiendo a la proclamaci¨®n de la mayor¨ªa de edad de la democracia en Espa?a. Es motivo de satisfacci¨®n aunque persistan las amenazas de muerte y dolor. Aunque los nervios lleven a algunos que cre¨ªamos parte de la sociedad civilizada y democr¨¢tica a saltar al otro lado del espejo.
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