Cine que queda
Carece de sentido, quiz¨¢ es imposible, hacer a estas alturas un comentario cr¨ªtico de urgencia sobre Arrebato, como lo ser¨ªa intentar otro de El esp¨ªritu de la colmena, Los santos inocentes o, entre otras obras que iluminan a su tiempo, Innisfree y La ley del deseo, pel¨ªculas que, como este c¨¦lebre pero poco o mal conocido filme de Iv¨¢n Zulueta, tienen algo de impulsos fundacionales, de instantes de piedra, fijados e inalterables, de la evoluci¨®n del cine espa?ol de finales del siglo XX. Se dice desde antiguo de Arrebato que es una pel¨ªcula de las llamadas de culto, pero creo que una obra de esta enjundia no se merece esa reducci¨®n a fetiche de la parroquia de una seudorreligi¨®n. Es m¨¢s, mucho m¨¢s que eso. Emana de ella la inconfundible sensaci¨®n de reinvenci¨®n del cine que a veces produce algo que, sin serlo, parece in¨¦dito.
ARREBATO
Direcci¨®n, gui¨®n y producci¨®n: Andrew Niccol. Int¨¦rpretes: Al Pacino, Catherine Keener, Jay Mohr, Jason Scwartzman. G¨¦nero: Comedia inform¨¢tica. EE UU, 2002. Duraci¨®n: 117 minutos.
Es Arrebato un instante oscuro del pesimismo. Es cine intrincado, insondable en alg¨²n punto de su torcido y tumultuoso recorrido. Y es, sobre todo, cine en carne viva, turbador, doloroso y elevado, que nos sit¨²a con rara elegancia ante una vigorosa y devastadora imagen de la disoluci¨®n de la conciencia y la busca de la muerte. La pel¨ªcula fue ideada y realizada -en un proceso creador largo y accidentado- por un cineasta complejo y refinado, de especie ¨²nica, dotado como pocos para percibir y expresar, mediante ritmos, sensaciones de desolaci¨®n y desesperanza. Es Arrebato un curvo viaje sin vuelta al interior de un atolladero. Un indescifrable atolladero ¨ªntimo que ilumina rincones del atolladero colectivo que se estaba abriendo paso a su alrededor mientras se hizo, en el Madrid de 1979, a lo largo del intenso a?o que dur¨® su laboriosa y complicada elaboraci¨®n casi artesanal.
La imagen de Arrebato, su honda y tortuosa secuencia, est¨¢ llena de droga, atrapada por la muerte blanca del caballo, la mortal hero¨ªna. Se mueve sobre un zigzag de aceleraciones seguidas de frenazos, alcanzando instantes exquisitos tras sortear otros casi toscos, tejiendo pura seda cinematogr¨¢fica sobre esparto amateur. Hay empuje, y mucho, en este primer y ¨²ltimo acto de una imaginaci¨®n ag¨®nica y suicida, libre y exaltada, que, despu¨¦s de dos d¨¦cadas largas, sigue viva.
Es todav¨ªa Arrebato un acto de inspiraci¨®n con pinta de irrepetible, una pel¨ªcula isla, que, por debajo de su soledad, ha creado camino, ha hecho escuela y hoy nos concierne de lleno a todos, nos guste o no nos guste. Porque desde su escondite en las cunetas contagi¨® al cine espa?ol que la sigui¨® y a trav¨¦s de ¨¦l sus escuetas y penetrantes im¨¢genes se derramaron y se ramificaron en incontables pel¨ªculas herederas suyas. Y as¨ª -pese a estar sumergida en la angostura de las minor¨ªas que supieron ver en su fracaso como mercanc¨ªa los hilos de su triunfo como objeto de arte- sobrevive intacta sobre su devastador cuarto de siglo de existencia.
Porque no es cine olvidable la larga, profunda, quebrada y casi muda escena del reencuentro entre Eusebio Poncela y Cecilia Roth en la casa de aqu¨¦l, donde hay prodigios de ritmo interior y de montaje combinado de primeros y primer¨ªsimos planos con instantes de detalle y tomas de objetos. Y tampoco son olvidables los perturbadores golpes de droga de ambos ni, m¨¢s tarde, el instante en que los dos esnifan de la alfombra polvo de caballo ca¨ªdo. Ni el n¨²mero de Cecilia Roth imitando a Bettty Boop. Ni la fuerza introspectiva que despide la toma de Poncela ante su espejo, mientras oye llorar a Will More, y, poco antes, el descubrimiento del rostro de ¨¦ste reflejado en una negra esquina del televisor. Ni pasa un terrible y hermoso filme, que queda.
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