'El jinete polaco', hoy
Hace casi exactamente 11 a?os, en el oto?o de 1991, tuve la satisfacci¨®n personal y el honor literario de presentar p¨²blicamente en Barcelona la primera edici¨®n de El jinete polaco. Las fotograf¨ªas de aquel acto, que el autor y yo conservamos, convertir¨ªan, en caso de mostrarlas, el acto al que ahora han sido ustedes convocados en una calcoman¨ªa nost¨¢lgica, y su prop¨®sito es distinto. Ante todo, conviene aclarar el sentido y alcance de las correcciones llevadas a cabo por el escritor; en segundo lugar, conviene, hoy como en 1991, ver de situar el libro en la trayectoria de Antonio Mu?oz Molina y en la narrativa hisp¨¢nica contempor¨¢nea. El primer punto es quiz¨¢ el que mayor curiosidad inicial despierte, pero aclararlo me ser¨¢ hoy muy f¨¢cil: la tarea del escritor, en este caso, ha consistido en fijar el texto definitivo de su novela, lo que en terminolog¨ªa escol¨¢stica suele denominarse, en las colecciones de cl¨¢sicos contempor¨¢neos, el texto ne varietur. Quiere con ello decirse que el autor, adem¨¢s de enmendar erratas, en parte achacables al hecho de que la fabricaci¨®n de obra tan extensa tuvo que hacerse en plazo muy breve, ha corregido tambi¨¦n todo lo que ha estimado lapsus de escritura o de pruebas y ha podido condensar, podar o retocar aqu¨ª y all¨¢ algo m¨¢s sustantivamente este o aquel pasaje. No se trata, pues, de un rifacimento, menos a¨²n de una transformaci¨®n profunda como la llevada a cabo por Juan Mars¨¦ en Si te dicen que ca¨ª, ni contiene tampoco una mutaci¨®n tan esencial como la supresi¨®n de un cap¨ªtulo entero entre la primera y la segunda edici¨®n de Se?as de identidad, de Juan Goytisolo. Sin embargo, s¨ª se trata de una revisi¨®n indispensable: en adelante, deberemos siempre referirnos a este texto ahora fijado definitivamente para aludir a El jinete polaco. Y la precisi¨®n no es balad¨ª, pues (ello nos encara a la segunda y m¨¢s decisiva parte de nuestro encuentro de hoy) pensaba y dije en 1991, y pienso y digo ahora, que El jinete polaco es una de las grandes novelas de la narrativa hisp¨¢nica contempor¨¢nea, y, dentro de este marco general -que abarca varios pa¨ªses, continentes y lenguas-, es uno de los libros esenciales de la novel¨ªstica espa?ola posterior a la guerra civil.
'Es una de las grandes novelas de la narrativa hisp¨¢nica contempor¨¢nea'
'Es la historia de una generaci¨®n que lleg¨® a ser porque pag¨® con sangre por ella la precedente'
Como se sabe, fui y soy editor de las tres primeras novelas de Antonio Mu?oz Molina; de alguna de ellas tal vez pude incluso ser el primer lector. Todos ustedes recuerdan que, sobre todo a partir de la segunda, El invierno en Lisboa, result¨® evidente y se impuso de modo inmediato el extraordinario talento de aquel narrador al que yo hab¨ªa conocido por azar en Granada, en un contexto de gran vitalidad cultural. Hora es de decir que eso que al parecer preocupaba tanto a Ortega de las provincias, en el terreno cultural, ha dejado hace tiempo de ser un problema en Espa?a, si es que de verdad, en el siglo XX, lo fue alguna vez: no deja de ser significativo que en Unamuno no hallemos nunca semejante preocupaci¨®n, y supongo que nadie pretender¨¢ que Unamuno en Salamanca era un escritor de provincias. Con todo, en aquella Granada que no olvidaba del todo ni a Soto de Rojas ni a Federico Garc¨ªa Lorca, Antonio Mu?oz Molina, sin ser granadino de naci¨®n, casi lo parec¨ªa por lo discreto e introvertido: para conocerle de verdad hab¨ªa que acudir a sus textos, y ¨¦ste es signo que denota siempre al aut¨¦ntico escritor. Por lo mismo, y en contra de lo que suele creerse, es muy raro que un escritor de raza se estrene con textos autobiogr¨¢ficos: tiende, por el contrario, instintivamente, a evitarlos de buenas a primeras, a suplirlos mediante la elipsis o la met¨¢fora, a eludirlos tratando, en todo caso, de sus estados de ¨¢nimo, no de la peripecia personal en que se insertan. Y en ello lleva raz¨®n: las grandes obras novelescas de ra¨ªz autobiogr¨¢fica no pueden ejecutarse ni en la primera juventud de un narrador ni al comienzo de su trayectoria, y lo prueba el hecho de que el mayor novelista de raigambre autobiogr¨¢fica de la literatura universal, Proust, tuviese que abandonar, por haberla emprendido en edad demasiado temprana, la por otra parte hermosa novela inacabada que hoy llamamos Jean Santeuil.
Esto es tambi¨¦n verdad en el caso de los poetas, y no ser¨¢ el enigma de Rimbaud o el de Lautr¨¦amont motivo para contradecirme: lo que haya en ellos de autobiograf¨ªa es siempre el¨ªptico y dado al sesgo, y voluntariamente ambiguo. De hecho, hablo por experiencia propia: aunque trabaj¨¢semos en ¨¦pocas y en g¨¦neros distintos, mi prop¨®sito al escribir La muerte en Beverly Hills me parece responder a un impulso semejante al de los primeros textos de Mu?oz Molina, esto es, al impulso de expresar s¨®lo mediante metaforizaciones el ser m¨¢s profundo del escritor. Ni Antonio Mu?oz Molina ni yo, por supuesto, tenemos la patente de tal proyecto literario, caracter¨ªstico de la modernidad, y cuyo m¨¢s probable inventor, caso de no ser Byron, fue Baudelaire.
La escritura soberanamente rotunda, a la vez dome?ada y cambiante, como azogue o metal de m¨²ltiples matices, de Beatus ille, El invierno en Lisboa o Beltenebros, evocaba a un tiempo a Borges y a Faulkner (no precisamente al Faulkner traducido por Borges), pero estaba lejos de ser una escritura reminiscente: por el contrario, con tanta claridad como en la escritura f¨ªlmica del primer Orson Welles, las referencias de estilo o de tono quedaban enteramente encapsuladas en una dicci¨®n del todo personal. Por aquellos textos sab¨ªamos, como por las im¨¢genes wellesianas, qui¨¦n era el escritor; pero no sab¨ªamos a¨²n, salvo de modo lateral o alusivo, qu¨¦ era; esto es, c¨®mo hab¨ªa llegado a ser quien era. A este punto esencial se enfrentaba El jinete polaco, obra en la que el estilo, pese a las apariencias, no var¨ªa grandemente (pues estaba ya muy hecho), pero en la que s¨ª var¨ªa, y mucho, la construcci¨®n del relato y la naturaleza del material abordado en ¨¦l, que s¨®lo muy lejanamente pudo acaso vislumbrarse en Beatus ille.
Es sabido que, mezclando con gran sabidur¨ªa en una prosa salmodiada y envolvente tiempos y lugares, y partiendo de una met¨¢fora vertebradora, el descubrimiento de una mujer emparedada, que parece salida de un relato fant¨¢stico de Pedro Antonio de Alarc¨®n o de B¨¦cquer m¨¢s que de una cinta de Bu?uel (y quiz¨¢ a¨²n m¨¢s de alg¨²n olvidado romance de ciego), El jinete polaco nos remite al personaje ep¨®nimo de un lienzo de Rembrandt conservado en Nueva York, y as¨ª establece la tensi¨®n central que constituye el verdadero tema del libro: el paso de un mundo rural de caracter¨ªsticas socialmente casi feudales a consecuencia de aquel r¨¦gimen que tanto parec¨ªa gustarle a Eisenhower (pero mundo dotado, al propio tiempo, de una veracidad honda y una dignidad ejemplar en su sofocado sojuzgamiento) a una organizaci¨®n en la que se volatilizaban las marcas del 'tiempo de silencio': la historia, en suma, de una generaci¨®n que lleg¨® a ser porque pag¨® literalmente con sangre por ella la generaci¨®n precedente. El tema del libro, con todo, no es, ni mucho menos, la transici¨®n pol¨ªtica espa?ola, sino -cosa muy distinta- el sustrato (lo que Unamuno llamar¨ªa la intrahistoria, y, en otro sentido, tambi¨¦n quiz¨¢ lo que Am¨¦rico Castro llam¨® vividura) que hizo inevitable al menos cierto tipo de transici¨®n, pero es anterior a ella y con ella no se confunde.
As¨ª, en suma, el escritor lleg¨® a ser quien era; no pod¨ªa abordar tema m¨¢s grave que ¨¦ste, y es significativo que, a trechos haya vuelto a ¨¦l en Ardor guerrero y en algunos pasajes de Sefarad, por lo menos. Para tocar este tema, dos cosas son indispensables: una perspectiva moral muy segura, que evite tanto la autocompasi¨®n como la autocomplacencia (y tambi¨¦n lo que en ingl¨¦s suele llamarse 'falacia pat¨¦tica'), y, por otro lado, un pulso estil¨ªstico a toda prueba, ya que s¨®lo el estilo puede asegurar la unidad de material tan vario y evitar los riesgos de la moralizaci¨®n expl¨ªcita (la impl¨ªcita, aqu¨ª, lejos de ser un riesgo, es un deber). Dicho se est¨¢ con ello que el libro se sustenta, como todo gran libro -como toda la verdadera literatura-, en el estilo, y no creo que sea un t¨®pico del clasicismo franc¨¦s decir que el estilo es el hombre, ni una hip¨¦rbole de Walt Whitman (y luego de nuestro grand¨ªsimo poeta Blas de Otero) decir, en ciertos casos, que 'esto no es un libro', sino precisamente un hombre. El protagonista de El jinete polaco es, indudablemente, el lenguaje; pero para conseguir que el lector asienta al lenguaje, no basta con que ¨¦ste sea (y lo es aqu¨ª en efecto) rico, vehemente, pautado con o¨ªdo infalible; tiene, adem¨¢s, que asistirle la veracidad, no la irrelevante veracidad anecd¨®tica, sino la insustituible veracidad moral, la que da derecho a decir, como ¨²ltimamente Francisco Nieva, Las cosas como fueron, o a emplear, como con anterioridad Jaime Gil de Biedma, t¨ªtulos en s¨ª tan arriesgados en su envite como Moralidades o Infancia y confesiones. Pero una diferencia capital debe apuntarse aqu¨ª: El jinete polaco es una novela y no una autobiograf¨ªa novelada; el mero hecho de que la localidad en la que se centra la acci¨®n se llame M¨¢gina, en s¨ª, ya constituye una contrase?a, y poco importa si, al optar por ella Antonio Mu?oz Molina, pens¨® en Rulfo, en Onetti, en Faulkner o en otro precedente. M¨¢gina no es sin¨®nimo de ?beda, y los personajes que aqu¨ª aparecen, empezando por el principal, no son trasunto mec¨¢nico de seres reales. Todo lo contrario: localidad y personajes han sido rescatados para la regi¨®n de la met¨¢fora, pero esta met¨¢fora no aspira, como en las tres novelas anteriores del autor, a suplir lo no dicho, sino, por el contrario, a ampliar lo dicho, para situarlo en lo universal, que precisamente Unamuno supo definir mejor que nadie: 'Humanidad, s¨ª, universalidad; pero la viva, la fecunda, la que se encuentra en las entra?as de cada hombre', esto es, 'lo universal revel¨¢ndose en lo individual'. Esta conquista de la anagn¨®risis sit¨²a a El jinete polaco en el reducido n¨²mero de las grandes obras maestras.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.