Modernizador y pragm¨¢tico
Hubo una ¨¦poca, al inicio de su mandato, en la que Gerhard Schr?der dec¨ªa que le 'divert¨ªa' ser canciller de Alemania, e incluso hac¨ªa gala de ello. Cuatro a?os m¨¢s tarde, queda poco de esta despreocupaci¨®n: basta comparar fotos para ver cu¨¢nto ha envejecido; basta escuchar sus reflexiones en una cena con periodistas para darse cuenta de c¨®mo ha cambiado este abogado socialdem¨®crata de 58 a?os, casado en cuartas nupcias con una periodista, Doris K?pf. El Schr?der del a?o 2002, que hoy aspira a ser reelegido, es un hombre que se ha dado cuenta de que gobernar la Rep¨²blica Federal Alemana requiere una f¨¦rrea disciplina, que habla de 'responsabilidad' y que admite la necesidad de ser 'humilde'.
Pocos meses despu¨¦s de haber asumido el poder con una aplastante victoria sobre Helmut Kohl y la Uni¨®n Dem¨®crata Cristiana (CDU), su Partido Socialdem¨®crata Alem¨¢n (SPD) comenzaba a perder, una tras otra, las elecciones regionales siguientes.
El caos reinante en aquel primer periodo de su canciller¨ªa apenas se cerr¨® en marzo de 1999, cuando el hasta entonces presidente del SPD y ministro de Finanzas, Oskar Lafontaine, abandon¨® intempestivamente el Gobierno. Dos semanas despu¨¦s, Schr?der y su ministro ecologista de Exteriores, Joschka Fischer, decid¨ªan participar en las operaciones de la OTAN en Kosovo. Era la primera vez desde la II Guerra Mundial que Alemania enviaba soldados a una guerra. Schr?der considera ¨¦sta como 'la m¨¢s dif¨ªcil de las decisiones' tomadas por ¨¦l.
Con Lafontaine fuera de juego, le toc¨® a Schr?der asumir plenamente el liderazgo program¨¢tico que hasta ahora hab¨ªa dejado en manos del pol¨¦mico pol¨ªtico del Sarre. Apoyado en su nuevo ministro de Finanzas, Hans Eichel, opt¨® por un viraje de 180 grados: donde antes se postulaba la expansi¨®n del gasto p¨²blico, ahora se proclama la austeridad estatal; donde Lafontaine pretend¨ªa blindar el Estado de bienestar social, ahora se procede a su cautelosa reforma, sobre todo en materia de pensiones. Mientras los conservadores se hund¨ªan en el esc¨¢ndalo de las cajas negras de la ¨¦poca de Helmut Kohl, Schr?der se perfilaba como el modernizador de un pa¨ªs urgido de aire fresco.
Modernizador, pero no visionario, como qued¨® en evidencia cuando su ¨ªmpetu reformador perdi¨® fuelle en la segunda mitad de su mandato. Schr?der, ante todo, es un pragm¨¢tico de la pol¨ªtica, que lee menos de lo que escucha, y que se crece, sobre todo, cuando se trata de resolver problemas concretos. Es en estas coyunturas -a la hora de salvar una empresa, o a la de recabar con una moci¨®n de confianza el apoyo de su propia coalici¨®n para el env¨ªo de soldados a Afganist¨¢n- cuando su agudo instinto pol¨ªtico se impone por partida doble, sembrando la confusi¨®n en sus contrincantes y sintonizando plenamente con aquella corriente de la opini¨®n p¨²blica en boga en ese momento. El problema es que, tan pronto se presente otro asunto -la necesidad de dar un vuelco a la campa?a electoral con una guerra contra Irak en ciernes-, la soluci¨®n improvisada puede ser igualmente exitosa en t¨¦rminos de apoyo popular, pero diametralmente opuesta en lo que implica estrat¨¦gicamente. As¨ª, su estilo de gobernar, con frecuencia, deja la impresi¨®n de gran volatilidad.
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