Tiempos y sentidos
En el pulso entre Sadam Husein y George W. Bush estamos en esa fase que el gradualista general Wesley Clark, que llev¨® la guerra de Kosovo de la OTAN (sin aval del Consejo de Seguridad de la ONU), llama la diplomacia apoyada por discusiones sobre amenazas de uso de la fuerza, siendo el ¨²ltimo estadio el contrario, la fuerza apoyada por diplomacia. Sadam Husein busca la supervivencia de ¨¦l y de su r¨¦gimen, y Bush, justamente lo contrario: un 'cambio de r¨¦gimen'. Pero, al fijarse este objetivo, hace del fin del dictador iraqu¨ª elemento esencial de su propia supervivencia pol¨ªtica. Husein logr¨® sobrevivir en 1991 pese a perder la guerra. Aunque se haya equivocado muchas veces, es previsible que haga todo lo posible para evitar una nueva guerra. Los centros de gravedad est¨¢n en Sadam Husein, en sus inseguros generales y, geogr¨¢ficamente, en Badgad. EE UU puede buscar acabar con el dictador, convencer a los generales de que acaben con ¨¦l, o ir a por Bagdad. Los centros de gravedad para EE UU son la gran masa de la opini¨®n p¨²blica, el Congreso (en v¨ªsperas electorales) y el Consejo de Seguridad de la ONU. La opini¨®n p¨²blica est¨¢ a¨²n mayoritariamente a favor de Bush. Salvo, si se queda solo, sin aliados contra Irak. Algunos dem¨®cratas -este partido controla el Senado por un solo voto- no parecen dispuestos a darle carta blanca a Bush para 'usar todos los medios que [el presidente] considere adecuados, incluida la fuerza', para que se apliquen las resoluciones del Consejo de Seguridad, como pretende el Ejecutivo, pero tampoco se arriesgar¨¢n excesivamente a ser tachados de falta de patriotismo si se oponen frontalmente a las exigencias de su comandante en jefe. Las resoluciones de la ONU en vigor, como la 1.284 (1999), le dan a EE UU muchas palancas, entre otras para levantar y volver a imponer el embargo contra Irak, pero no hablan de 'cambio de r¨¦gimen'.
Ese objetivo viene de antes y va m¨¢s all¨¢. En 1998, el Congreso aprob¨® una resoluci¨®n de apoyo a la pol¨ªtica de Clinton de desplazar a Sadam Husein del poder. Y un informe de septiembre de 2000, en plena campa?a electoral, preparado por el think tank New American Century, en el que colaboraron Robert Kagan y William Kristol, ide¨®logos del neoimperialismo, y Paul Wolfowitz, hoy n¨²mero dos del Pent¨¢gono, se?ala: 'Aunque el conflicto sin resolver de Irak aporta la justificaci¨®n inmediata, la necesidad de una sustancial presencia militar americana en el Golfo trasciende la cuesti¨®n del r¨¦gimen de Sadam Husein'. El famoso 'nuevo mapa' de Cheney, al que Rumsfeld ha a?adido su perla estrat¨¦gico-preventiva respecto a Sadam Husein de que 'la ausencia de pruebas no prueba la ausencia'.
Hoy por hoy, Bush a¨²n necesita al Consejo de Seguridad, y m¨¢s si el Congreso acaba at¨¢ndole a ese m¨¢stil. Bajo presi¨®n, y para retrasar o evitar la guerra y dividir al Consejo de Seguridad, Sadam Husein ha aceptado el regreso sin condiciones de los inspectores. Ante la divisi¨®n de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad (en el que pronto deben entrar Espa?a y Alemania), Washington ha agitado el reparto del bot¨ªn, el se?uelo de las concesiones petroleras en Irak (e incluso en Arabia Saud¨ª) que interesan a muchos de los miembros permanentes. Resulta inmoral, pero no menos que los contratos europeos con Bagdad.
Si la ONU acaba por no seguirle en lo que es ya doctrina oficial de ataque preventivo, previsiblemente Bush subir¨¢ el tono para convencer a su sociedad de que ¨¦l y 'algunos pa¨ªses amigos' -?el Gobierno espa?ol?- resolver¨¢n 'el problema'. ?Qui¨¦n controla el tiempo, el calendario, Sadam Husein o George W. Bush? ?ste tiene prisa por lograr resoluciones en el Congreso y la ONU antes de las elecciones del 5 de noviembre. Y quiere ser reelegido -sobrevivir, pol¨ªticamente hablando- en noviembre de 2004, por lo que buscar¨¢ que todo esto quede resuelto mucho antes, aunque la arriesgada soluci¨®n puede dar paso a nuevos problemas. A Sadam Husein, aunque pierda muchas piezas, le bastar¨ªa alargar la partida para acabarla en tablas; a Bush, no. aortega@elpais.es
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