Manual de anglofilia
Borges y Neruda coincidieron una sola vez en la vida, pero en ese encuentro se apresuraron a decidir que 'conven¨ªa escribir en ingl¨¦s porque el espa?ol era un idioma muy torpe'. En entrevista con Rita Guibert para Life (marzo de 1968), Borges advert¨ªa que sol¨ªa pensar en ingl¨¦s, y que era natural que la primera palabra que se le presentase fuera una palabra inglesa. Y cualquiera que lea sus notas de prensa, sus art¨ªculos y entrevistas, observar¨¢ que cada tantas frases Borges el memorioso deja caer una expresi¨®n inglesa, broad-minded, understatement, for precision... John Updike, quien por cierto prolog¨® el Curso de literatura europea de Nabokov (otra exhibici¨®n de recalcitrante anglofilia por parte de quien tampoco tuvo el ingl¨¦s de lengua materna), ya se sorprend¨ªa del entusiasmo del autor de El Aleph por 'la naturaleza on¨ªrica y alucinatoria' de la literatura del idioma de Shakespeare en su art¨ªculo laudatorio de octubre de 1965 en The New Yorker.
BORGES PROFESOR. CURSO DE LITERATURA INGLESA EN LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
Mart¨ªn Arias y Mart¨ªn Hadis (editores) Emec¨¦. Buenos Aires, 2000 390 p¨¢ginas. 23 euros
Borges, como Nabokov, aprendi¨® el ingl¨¦s de peque?o, y sus lecturas de adolescencia tambi¨¦n fueron inglesas, trufadas de misterio como las de Chesterton o Poe, y alejadas del realismo de marras de las letras hisp¨¢nicas. El propio autor confes¨® no pocas veces que sus laberintos metaf¨ªsicos se miran en el espejo de la obra de Henry James, y que la irrealidad veros¨ªmil que inunda muchas de sus p¨¢ginas se inspira en H. G. Wells, en varios sentidos modelo de su Libro de arena (1975). De los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, extrae muchas ideas y hasta algunas frases para su relato El informe de Brodie (1970). Sus referencias a Wilde, Conrad o Nathaniel Hawthorne en Otras inquisiciones (1953) alcanzan el encomio, as¨ª como sus apasionados an¨¢lisis de los poemas de Keats, de Coleridge o de Whitman. El idealismo de Berkeley constituye una de las claves para la hermen¨¦utica de su literatura, y resultan incontables las horas que pas¨® ante las p¨¢ginas de la und¨¦cima edici¨®n de la Enciclopedia Brit¨¢nica, de acuerdo con algunos cr¨ªticos modelo sin duda para su escritura. En 'Borges y yo', de El Hacedor (1960), confiesa que le gustan 'los relojes de arena, los mapas, el olor del caf¨¦ y la prosa de Stevenson'. Se convirti¨® en una suerte de marchand de Thomas de Quincey, Milton o Bernard Shaw entre lectores de habla no inglesa, tradujo el Orlando de Virginia Woolf, ley¨® el Ulises hasta llegar a sentirse autor de algunos de sus alardes ling¨¹¨ªsticos, y ocup¨® durante m¨¢s de una d¨¦cada la c¨¢tedra de Literatura Inglesa de la Universidad de Buenos Aires, que gan¨® sin tener ning¨²n t¨ªtulo universitario.
Sus clases de literatura inglesa, transcritas y reunidas en Borges profesor, constituyen una imagen ordenada y sistem¨¢tica de su anglofilia militante, as¨ª como un en¨¦simo ejemplo de su erudici¨®n literaria y una sugerente traves¨ªa por sus lecturas y por los entresijos de su triple condici¨®n de lector, de autor y de int¨¦rprete. Advertir¨¢ el lector que Borges aboga siempre por el autor en detrimento de periodos, escuelas o movimientos, que el Borges profesor se pierde en prodigiosas digresiones que lo transforman de nuevo en el Borges autor, y que bajo estas lecciones de literatura inglesa se encuentra una antolog¨ªa personal de textos que explican o iluminan algunos de los textos borgesianos. Las siete primeras lecciones asedian el Beowulf y la ¨¦pica medieval anglosajona por la que Borges sinti¨® una aut¨¦ntica pasi¨®n, revelada en Literaturas germ¨¢nicas medievales. Detr¨¢s vienen clases dedicadas a la poes¨ªa rom¨¢ntica, en las que para hablar de su idolatrado Coleridge acude a A sangre fr¨ªa, de Capote, y a su maestro Macedonio Fern¨¢ndez. Ve a Carlyle como precursor del nazismo, y lee a Blake con los anteojos de Plat¨®n. Explica a Dickens de oficio pero alaba la habilidad de Wilkie Collins para urdir tramas complej¨ªsimas que se disuelven por arte de magia. Sus clases sobre los prerrafaelitas ponen de manifiesto su comuni¨®n con Rossetti y conducen al lector a las ¨²ltimas lecciones de su personal¨ªsimo curso, las que, llevadas por el entusiasmo, reivindican la figura legendaria de Robert Louis Stevenson.
Celebra, s¨ª, a Quevedo, el m¨¢s ingl¨¦s de los poetas castellanos, e indulta al Quijote. Pero su enciclopedia es inglesa e inglesas quisiera sus ficciones. Y esta edici¨®n de su curso de literatura de la Universidad de Buenos Aires, genuino manual de anglofilia borgesiana, invita a recrearse en la ins¨®lita diglosia cultural que el autor del autor del Quijote llevaba no como mengua, sino como virtud, empleando el castellano a la manera de un veh¨ªculo para la alabanza del ingl¨¦s y de sus textos, que en buena medida engendraron los suyos. De un modo u otro, el hecho es que todo escritor crea a sus precursores.
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