'Pr¨ºt-¨¤-porter' de lujo

'?Para qu¨¦ empieza a cruzar una carretera un canadiense? Para quedarse en medio'. Se deduce de este chiste fr¨ªo y filos¨®fico que los vecinos del norte de Estados Unidos son gente algo extra?a. Sin embargo, Diana Krall le est¨¢ sacando partido a eso de quedarse equidistante de arcenes y aceras. Superada aquella timidez de sus comienzos, en directo sigue vistiendo de calle y rechazando poses calculadas. Entre la Diana de alta costura y la de pr¨ºt-¨¤-porter de lujo, los aficionados al jazz prefieren la segunda. Justo la que acudi¨® al Palacio de Congresos.

Aparecer por una esquina del escenario, vestida de negro y al mismo paso que sus m¨²sicos, y tomar posesi¨®n de la banqueta del piano fue todo uno. El batir de palmas debi¨® de sonarle como un halago embarazoso. Diva, s¨ª, pero sin caprichos. Krall se concentr¨® de salida en el piano y dej¨® que sus m¨²sicos se explayasen en solos bien bru?idos. As¨ª la extensi¨®n de las primeras canciones se dilat¨® m¨¢s de la cuenta, creando cierto vac¨ªo entre la exposici¨®n y la reexposici¨®n de la melod¨ªa. Donde se la vio confortable fue en las canciones que la han convertido en un fen¨®meno de masas avisadas: le tiene tan bien tomado el pulso a Cry me a river, The look of love o Let's fall in love que pudo recorrerlas a ciegas. En cambio, tuvo que mantener los ojos bien abiertos en As time goes by, de reciente incorporaci¨®n, que le qued¨® titubeante. Fue un desliz casi imperceptible, porque el primer concierto de su doble cita madrile?a concluy¨® en el c¨¢lido refugio de S'Wonderful a ritmo de bossa nova.