Miedo y libertad
En un reciente encuentro de escritores celebrado en R¨ªo de Janeiro, alrededor del motivo de la memoria, Susan Sontag se lamentaba de la casi absoluta ausencia de intelectuales en la prensa norteamericana y, todav¨ªa m¨¢s, de voces discrepantes con respecto al compacto coro oficial que rige la vida p¨²blica de Estados Unidos. A excepci¨®n de Noam Chomsky, Gore Vidal y unos pocos m¨¢s -entre los que se contaba ella misma-, el silencio de los intelectuales norteamericanos era tanto m¨¢s abrumador por cuanto se produc¨ªa en un momento de sistem¨¢tica simplificaci¨®n de las coordenadas del mundo. Para Sontag, el miedo que hac¨ªa estragos entre sus compatriotas estaba directamente relacionado con la deserci¨®n del pensamiento en el escenario pol¨ªtico y, de manera singular, en los medios de comunicaci¨®n.
Algo de este diagn¨®stico parece indudable, aun teniendo en cuenta el tradicional aislacionismo de los ambientes culturales y, sobre todo, acad¨¦micos, mucho m¨¢s agudo en Estados Unidos que en Europa. La enfermedad de la simplificaci¨®n -una epidemia en nuestra ¨¦poca- est¨¢ directamente relacionada con el empobrecimiento de la creatividad espiritual o con la incapacidad de ¨¦sta para contrarrestar los efectos aplastantemente trivializadores de herramientas tecnol¨®gicas muy poderosas. La complejidad a la que invitan las creaciones culturales aparenta estar obturada bajo el peso de una inquietante unanimidad que define lo que es conveniente para el futuro de la humanidad: sin alternativas y sin margen de maniobra, hay un ¨²nico buen camino que hace sospechoso todos los dem¨¢s.
Aunque en Europa los intelectuales nunca han abandonado por completo la vida p¨²blica -como pr¨¢cticamente ha sucedido en Estados Unidos-, lo cierto es que en el final del siglo XX hemos asistido a un impactante retroceso en la influencia social de la cultura. Jam¨¢s desde la Ilustraci¨®n se hab¨ªa producido un fen¨®meno semejante. Algunas de las causas son evidentes y tienen que ver tanto con el agotamiento como con la mala conciencia. El desastre apocal¨ªptico con que el ¨²ltimo siglo ha traducido las utop¨ªas ideol¨®gicas del XIX ha dejado fuera de juego el tantas veces invocado 'compromiso intelectual' al tiempo que ha desautorizado, creo que irrevocablemente, la figura del ide¨®logo.
Pero la casi total escisi¨®n entre la pol¨ªtica y la cultura -con pol¨ªticos aculturizados e intelectuales despolitizados- con que se ha inaugurado el siglo XXI puede tener consecuencias tan sombr¨ªas como las anteriores, aunque desde un paisaje opuesto. Desprestigiadas las ideolog¨ªas ut¨®picas, el crudo pragmatismo que cohesiona la vida p¨²blica puede entra?ar f¨¢cilmente otra forma de totalitarismo en la que, a fuerza de descartar por peligrosos todos los sue?os revolucionarios, acabe acat¨¢ndose la pesadilla de una realidad encarcelada en su propia falta de sue?os.
Para evitar la irrupci¨®n definitiva de esta pesadilla s¨®lo podemos apostar de nuevo por la complejidad: por una mirada compleja sobre el mundo en la que seamos capaces de advertir la continua metamorfosis de lo que llamamos existencia. La restricci¨®n de esta mirada nos empuja siempre a una falsa libertad, por espectaculares que sean las fuerzas de artificio con que una sociedad se proclama democr¨¢tica. Y tras la falsa libertad siempre asoma la cabeza monstruosa del miedo.
En consecuencia, desde este horizonte inquietante parece imprescindible una reintroducci¨®n de la cultura en la vida p¨²blica, no desde luego a trav¨¦s de otros intelectuales ide¨®logos -grandes simplificadores ellos mismos-, sino de invocadores de la complejidad. Y en esta perspectiva, tan detestable es la utop¨ªa de aspirantes a profetas y aprendices de brujo como deseable aquella otra que nos obliga a pensar m¨¢s all¨¢ del ¨²nico camino.
Pienso que en buena medida la tribuna decisiva para aquella reintroducci¨®n es la prensa escrita (y no es ocioso afirmarlo hoy, cuando se cumple el vig¨¦simo aniversario de esta edici¨®n catalana de EL PA?S). Mientras apenas se hace concebible en t¨¦rminos inmediatos la culturizaci¨®n de la pol¨ªtica y, todav¨ªa menos, de los medios de comunicaci¨®n audiovisuales, la prensa escrita -cierta prensa escrita-, ella misma hostigada por el avasallamiento de la pantalla televisiva, aparece como un territorio mucho m¨¢s id¨®neo.
Es verdad que periodismo y cultura no siempre son compatibles y a menudo son incompatibles, en especial si el primero s¨®lo se refugia en la informaci¨®n y la segunda se entiende ¨²nicamente desde el desprecio a la actualidad. Esta tensi¨®n es insuperable y es necesaria. Pero, por otro lado, hoy m¨¢s que nunca, al reivindicar la capacidad cr¨ªtica del ser humano para enfrentarse a los riesgos de esa verdad total que camufla la pluralidad de verdades, resulta obligado sumar formaci¨®n e informaci¨®n, profundidad y claridad. No es de descartar que en el inmediato futuro la prensa escrita -cierta prensa- sea el campo de batalla de la reconquista ilustrada de una vida p¨²blica barbarizada en extremo.
Como quiera que sea, la denuncia de Susan Sontag, aunque m¨¢s rotunda con relaci¨®n a Estados Unidos que a Europa, describe con nitidez la amenaza que se cierne sobre una ¨¦poca que ha aceptado graves mutilaciones de la conciencia. Las secuelas de la simplificaci¨®n se hacen m¨¢s evidentes que nunca estos d¨ªas en los que asistimos al inminente estallido de una nueva guerra con una extra?a mezcla de impotencia y delectaci¨®n, como si nada de lo que sospechamos debi¨¦ramos realmente saberlo y como si todo lo que sabemos debi¨¦ramos olvidarlo.
Estamos rodeados por vendedores de certezas. Nuestros dirigentes venden certezas porque los ciudadanos, convertidos en s¨²bditos, s¨®lo quieren certezas. Desde ese c¨ªrculo se comprende que la publicidad sea la gran religi¨®n de nuestro tiempo. Para escapar de esta atm¨®sfera asfixiante necesitamos, otra vez, interrogantes.
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