Tambi¨¦n abogado sin piedad
Milosevic se revela como un letrado duro y experto al defenderse a s¨ª mismo ante el TPIY
Que Slobodan Milosevic podr¨ªa haberse ganado la vida como abogado es ya un lugar com¨²n en La Haya. Sin toga ni ceremonia alguna -y en ocasiones con una arrogancia s¨®lo comparable a la sequedad con que es llamado al orden por el juez Richard May, presidente de la sala que le juzga en el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY)-, ha demostrado lo mucho que le satisface defenderse a s¨ª mismo.
Acusado de cr¨ªmenes de guerra y contra la humanidad perpetrados durante el conflicto de los Balcanes en los a?os noventa, hurga en la vida privada de los testigos y transforma los careos en alegatos pol¨ªticos a favor de la causa serbia. Concluida la primera parte del proceso, dedicada a lo ocurrido en Kosovo entre 1998 y 1999, su ardiente actuaci¨®n ha complicado la labor de la fiscal¨ªa, que deb¨ªa demostrar su responsabilidad directa en la muerte de 10.000 personas y la deportaci¨®n de cerca de 800.000 albanokosovares. Desde finales de septiembre afronta, adem¨¢s, los sumarios de Croacia (1991-1995) y Bosnia-Herzegovina (1992-1995), que incluyen el cargo de genocidio, el m¨¢s grave.
La forma en que Milosevic se declar¨® inocente el 12 febrero al abrirse su causa, la n¨²mero IT0254T, indicaba que la decisi¨®n de convertirse en su propio abogado no le ven¨ªa grande. 'Estas acusaciones son el segundo delito cometido contra mi pueblo', clam¨® con la voz alterada y hablando muy deprisa. 'No es el momento de hacer discursos, sino de contestar a lo que se le pregunta', le cort¨® con aspereza el juez May.
Fue el primero de los numerosos pulsos de esta ¨ªndole mantenidos por ambos personajes en los 95 d¨ªas de sesiones dedicados al expediente de Kosovo. Una relaci¨®n desabrida que parece convenir al ex l¨ªder serbio, pero que obliga al juez brit¨¢nico a recordarle a menudo con educada rudeza, valga la paradoja, que ocupa el banquillo de los acusados y no un estrado pol¨ªtico.
Aferrado a su teor¨ªa de que s¨®lo combat¨ªa el terrorismo y que los bombardeos de la OTAN desataron el caos en su pa¨ªs, Milosevic ha tratado de arrinconar a los 124 testigos llamados a declarar en su contra en la primera parte del juicio por la fiscal Carla del Ponte. En varias ocasiones, la estrategia ha dado resultado.
El antiguo presidente yugoslavo ha hundido moralmente a personas que llegaron a Holanda para relatar la p¨¦rdida de su familia y hogares a manos del Ej¨¦rcito serbio y no pudieron soportar sus ¨¢cidas preguntas. Agim Zequiri, un labrador de Celina, aldea situada al suroeste de Kosovo, fue el caso m¨¢s palpable. Visiblemente turbado y sin mirar a Milosevic, evoc¨® la muerte, en marzo de 1999, de 16 de sus parientes. Los recuerdos del violento avance de los soldados y la insistencia de Milosevic, que atribuy¨® los cr¨ªmenes a los efectos de los 'obuses occidentales', desarbolaron a un sencillo campesino que sal¨ªa por vez primera de casa para enfrentarse al que fuera el dirigente m¨¢s notorio de su pa¨ªs. Sin concluir su comparecencia, Zequiri pidi¨® permiso al tribunal y abandon¨® cabizbajo la sala.
Otros testigos menos castigados por la guerra en el plano personal le plantaron cara con entereza, incluso cuando la fiscal¨ªa mostraba las fotos o v¨ªdeos de supuestas matanzas de civiles incluidas entre las 320 pruebas aportadas hasta la fecha. Halit Barani, presidente del Consejo de los Derechos del Hombre en Kosovka Mitrovica, al norte de la provincia, ley¨® con serenidad una lista de 66 intelectuales albaneses que deb¨ªan ser ejecutados por los soldados serbios. Impasible durante meses, Milosevic s¨®lo ha lamentado en voz alta la muerte del beb¨¦ de seis semanas de Ajmane Behramaj, separado a la fuerza de su madre.
El profundo conocimiento que Milosevic demuestra de la vida y contactos de la mayor¨ªa de los testigos responde a un secreto a voces. ?l se presenta como una v¨ªctima ante jueces y fiscales, asegura que cuenta con un ¨²nico tel¨¦fono para hablar con el exterior y rechaza la legitimidad del tribunal. Sin embargo, en cuanto comienzan los careos se transforma en un letrado al m¨¢s puro estilo de las series de televisi¨®n estadounidenses.
Con estudiada teatralidad, maneja con soltura la informaci¨®n recabada por un equipo de asesores legales que le ayudan desde Belgrado. Agita las manos, se pone tenso -demasiado para su coraz¨®n, seg¨²n los m¨¦dicos- y muestra decenas de papeles que avalar¨ªan sus teor¨ªas sobre el ataque occidental. Cuando agota su archivo documental, descalifica a los testigos recriminando al juez May el haberlos admitido. Una forma de censura que el jurista brit¨¢nico suele rechazar con lo m¨¢s parecido a un manotazo verbal.
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