La sombra del KGB
Con uno de los suyos, Vlad¨ªmir Putin, en el Kremlin, los esp¨ªas rusos celebraron el 20 de diciembre de 2000 con m¨¢s fanfarria que nunca desde los tiempos de Yuri Andr¨®pov (a quien, por cierto, idolatraba el actual presidente), el D¨ªa de los ?rganos de Seguridad, que conmemora la fundaci¨®n, en 1917, de la Comisi¨®n Extraordinaria para Combatir la Contrarrevoluci¨®n, el Sabotaje y la Especulaci¨®n. En corto, la Cheka, que m¨¢s tarde se llam¨® OGPU, NKVD y KGB. Mientras la URSS saltaba en pedazos, el KGB se parti¨® en cuatro. Los m¨¢s sustanciosos son el SVR (espionaje exterior) y el FSB (seguridad interna). El ex primer ministro Yevgueni Primakov dirigi¨® el primero. Vlad¨ªmir Putin, el segundo hasta que Bor¨ªs Yeltsin le catapult¨® al Gobierno en 1999.
'La huella roja. Historias de la Rusia postsovi¨¦tica en el cambio de milenio'
Luis Mat¨ªas L¨®pez Pen¨ªnsula
Si Yeltsin ten¨ªa una corte de los milagros con los oligarcas moviendo los hilos, su sucesor, Putin, decidi¨® rodearse de economistas liberales de sus tiempos de vicealcalde de San Petersburgo
Ivanov nunca se atrever¨ªa a decir que es o fue un esp¨ªa perfecto porque eso supondr¨ªa hacer sombra a su mentor, Putin, al que sus hagi¨®grafos coronan con esa aureola
En tiempos sovi¨¦ticos, la fiesta se conoc¨ªa como D¨ªa del Chequista, y no se dec¨ªa que, adem¨¢s de defender a la URSS de la amenaza exterior, torturaban y asesinaban a millones de personas
La fiesta estuvo marcada por una exposici¨®n de fotograf¨ªas y documentos de agentes y casos clave, una recepci¨®n en el Kremlin, la entrega de premios y condecoraciones y la edici¨®n de un disco titulado Su dif¨ªcil trabajo se llama espionaje.
La grabaci¨®n era una edici¨®n especial s¨®lo para agentes, futura joya de coleccionistas, que recog¨ªa temas compuestos e interpretados por esp¨ªas, pero tambi¨¦n por artistas consagrados como Iosif Kobzon (el Frank Sinatra ruso), que cantaba cosas como ¨¦sta: 'He visto muchos pa¨ªses con un rifle en la mano, pero nunca hubo una tristeza mayor que vivir lejos de ti', o sea, de Rusia. No faltaban otros t¨ªtulos curiosos, como: Completando la tarea; El lema del esp¨ªa; Profesi¨®n, esp¨ªa; Espionaje, patria y honor, y Aqu¨ª llega tu amigo de una misi¨®n secreta.
En tiempos sovi¨¦ticos, la fiesta se conoc¨ªa como D¨ªa del Chequista, y no se dec¨ªa una palabra de que, adem¨¢s de defender a la URSS de la amenaza exterior, los ¨®rganos persegu¨ªan, torturaban y/o asesinaban a millones de personas, incluidos comunistas que se ganaron la inquina de Stalin.
Con la nueva Rusia, muchos agentes aprovecharon su experiencia y sus conexiones para hacer buenos negocios, sobre todo con empresas privadas de seguridad. El propio Putin, que lleg¨® a teniente coronel tras 16 a?os de servicios, fue vicealcalde de su San Petersburgo natal, de donde salt¨® a la gran pol¨ªtica de Mosc¨². Nunca reneg¨® de su paso por el KGB. Al contrario, a¨²n lo considera timbre de gloria. Y al llegar al Kremlin, coloc¨® a varios ex camaradas en puestos clave.
Los hombres de los servicios de seguridad estaban hartos de que se les pintase como los malos de la pel¨ªcula. Por eso, en el 83? aniversario de la fundaci¨®n de la Cheka por F¨¦lix de Hierro (el nombre de guerra de Dzerzhinski), y con permiso de Putin, sus jefes salieron a la palestra. El director del FSB, Nikol¨¢i P¨¢trushev, aseguraba, en Komsom¨®lskaya Pravda, que los ¨®rganos deb¨ªan estar orgullosos de su contribuci¨®n positiva a la sangrienta historia sovi¨¦tica, independientemente de lo 'amarga y tr¨¢gica' que ¨¦sta fuese.
Seg¨²n ¨¦l, pese al fin de la guerra fr¨ªa, los esp¨ªas extranjeros segu¨ªan actuando en Rusia. La condena unos d¨ªas antes del norteamericano Edward Pope por comprar los planos de un nuevo torpedo era la en¨¦sima prueba de que los ¨®rganos a¨²n segu¨ªan siendo ¨²tiles. Hasta entonces, dec¨ªa P¨¢trushev, los 'esp¨ªas-empresarios' pod¨ªan adquirir por cuatro chavos tecnolog¨ªa fruto del esfuerzo de miles de personas, pero 'eso se acab¨®'.
Por su parte, Sergu¨¦i L¨¦bedev, jefe del espionaje exterior (SVR), dio la nota positiva al destacar que se trabajaba con Occidente para combatir enemigos comunes como el narcotr¨¢fico, el terrorismo y la proliferaci¨®n de la tecnolog¨ªa nuclear. L¨¦bedev describi¨® as¨ª al esp¨ªa perfecto: 'Un agente en quien se pueda confiar, noble, fiel a su patria y a sus compa?eros'. Una labor dura, no apta para las mujeres, a las que se excluye del trabajo operativo.
No todo el mundo ve a los herederos del KGB bajo este amable prisma. Pol¨ªticos liberales y organizaciones defensoras de los derechos humanos creen que, con Putin, hay una irrefrenable tendencia a utilizar los ¨®rganos para combatir a los enemigos del Kremlin. El soci¨®logo Bor¨ªs Kagarlitski se lamentaba de que no existiese una estructura democr¨¢tica capaz de controlar a la polic¨ªa secreta. El ex teniente coronel del KGB Konstant¨ªn Preobrazhenski aseguraba, por su parte: 'El miedo ha vuelto a Rusia'.
Fiesta privada
Esa misma noche fui a cenar con mi mujer; el c¨®nsul general de Espa?a, Melit¨®n Cardona, y su mujer, Maite, al restaurante Samovar. No fue f¨¢cil conseguir mesa porque el establecimiento se hab¨ªa reservado por completo 'para una fiesta privada', pero nos comprometimos a terminar antes de las once y eso salv¨® el escollo. Efectivamente, el local estaba vac¨ªo, excepto una mesa en la que hab¨ªa cinco hombres de mediana edad, un pianista y una cantante que le pegaba duro a canciones tradicionales rusas y arias de ¨®pera.
Uno de los hombres, que nos oy¨® hablar en espa?ol, se acerc¨® a nuestra mesa, se acuclill¨® y, con el rastro inconfundible en su voz de haber trasegado cuando menos media botella de vodka, se present¨® como Sergu¨¦i y nos habl¨® con entusiasmo de Barcelona y de su gente, sobre todo de sus 'guapas mujeres'. Viajaba all¨ª con frecuencia, nos dijo, como empresario del transporte, hizo que la solista nos cantase Granada, nos invit¨® a una copa y, cada vez m¨¢s desinhibido, nos dijo que trabajaba para el consulado ruso en la Ciudad Condal. Se encontraba en Mosc¨², a?adi¨®, celebrando, desde hac¨ªa ya tres d¨ªas, una gran fiesta con los compa?eros de su empresa.
Para entonces, por supuesto, se nos hab¨ªa encendido la lucecita roja, pero, desgraciadamente, funcionaron tambi¨¦n los reflejos de nuestro improvisado contertulio. Aunque no le confesamos quienes ¨¦ramos ('simples turistas'), nuestras preguntas y el hecho de que, mal que bien, nos manej¨¢bamos en ruso, despertaron sus sospechas. La borrachera incipiente se disip¨® de golpe. Se despidi¨® cort¨¦smente y ya no regres¨®.
La cosa estaba clara. Se celebraba la fiesta de los esp¨ªas. Sus compa?eros de juerga, que comenzaron a aparecer mientras nosotros abandon¨¢bamos el restaurante, llegaban directamente de la sede del FSB en la plaza de la Lubianka, a unos minutos a pie del Samovar. Y el amigo Sergu¨¦i demostr¨® con su comportamiento que los esp¨ªas rusos ya no son lo que eran, sobre todo cuando se relajan y le pegan a la vodka.
Que los tiempos estaban cambiando se puso tambi¨¦n de manifiesto tres meses despu¨¦s, el 30 de marzo de 2001, cuando el antiguo KGB entreabri¨® sus puertas, al menos las de su museo, a un grupo de corresponsales extranjeros.
Prohibido sacar fotos y grabar
Prohibido sacar fotos y grabar las explicaciones del gu¨ªa, todo un coronel del Servicio Federal de Seguridad (FSB) que facilitaba su nombre de pila, Valeri, con tanta reticencia como si se tratase de un secreto militar. Claro que ¨¦ste no es un museo cualquiera, sino el del FSB, aunque todo el mundo lo conozca como del KGB, la siniestra polic¨ªa secreta sovi¨¦tica. Es in¨²til buscarlo en las gu¨ªas tur¨ªsticas. Ninguna placa lo anuncia en la puerta, pero ah¨ª est¨¢, en el coraz¨®n de Mosc¨², en la calle de Bolshaya Lubianka, pared con pared con la sede central del FSB.
En tiempos sovi¨¦ticos, la sola menci¨®n del KGB o de sus antecesores infund¨ªa pavor. Sus s¨®tanos registraron interrogatorios, torturas y ejecuciones de innumerables enemigos del pueblo. Todav¨ªa hoy suscita temor. Adem¨¢s de Putin, otro m¨¢ximo dirigente del pa¨ªs m¨¢s grande del globo fue jefe de los servicios secretos: Yuri Andr¨®pov (fundador del museo), que sucedi¨® a Le¨®nid Breznev en noviembre de 1982, hasta que muri¨®, en febrero de 1984. Otros dos han sido primeros ministros: Sergu¨¦i Stepashin (de la rama interior) y Yevgueni Primakov (de la exterior).
Otros jefes del KGB terminaron con un agujero de bala en la nuca. Como Y¨¢kov Peters, Nikol¨¢i Yezhov, Guenrij Yagoda y Laurenti Beria, que cayeron en desgracia con Stalin y fueron ejecutados sumariamente. Por no hablar de Viacheslav Menshinski, brillante y lleno de talento, que hablaba 19 idiomas y que muri¨® en 1934 en circunstancias extra?as, tal vez envenenado.
Menshinski fue el sustituto de F¨¦lix Dzerzhinski, el fundador de la Cheka, cuya estatua monumental fue derribada por los manifestantes que se rebelaron en agosto de 1991 contra el fallido golpe de Estado comunista. El entonces jefe del KGB, Vlad¨ªmir Kriuchkov, fue uno de los cabecillas de la intentona.
Aunque la estatua de F¨¦lix de Hierro fue desterrada en 1991 a un parque en el que no se sabe muy bien qu¨¦ hacer con ella, la memoria de Dzerzhinski sigue siendo sagrada en este museo, en el que se exhiben su m¨¢scara mortuoria en bronce y su espartana mesa de trabajo.
Resultaba ir¨®nico que el veterano coronel chequista Valeri mostrase este singular museo incluso a periodistas norteamericanos, cuando a¨²n estaba abierta la herida de la ¨²ltima guerra de esp¨ªas entre Rusia y Estados Unidos, saldada con 50 expulsiones por cada bando.
El museo se utiliza todav¨ªa para la formaci¨®n de los alumnos de la academia del KGB, para condecorar a agentes distinguidos y para tomar juramento a los nuevos. Pero ya tiene las puertas entreabiertas, como ese fr¨ªo d¨ªa de primavera para varios corresponsales extranjeros.
En el museo hay armas capturadas a esp¨ªas enemigos (incluido un lanzacohetes oculto en una manga, con el que se pretend¨ªa asesinar a Stalin), rudimentarias emisoras de radio, minimicr¨®fonos de ¨²ltima generaci¨®n y transmisores v¨ªa sat¨¦lite. Lo m¨¢s notable es un sistema ¨²ltimo modelo de pasar informaci¨®n: se graba en un disco compacto y, al pasar cerca de donde est¨¢ un c¨®mplice, se aprieta play y en una fracci¨®n de segundo llega al receptor. M¨¢s limpio y r¨¢pido, imposible.
Se recogen igualmente homenajes a h¨¦roes como el brit¨¢nico Kim Philby, los componentes de la Orquesta Roja (que actu¨® tras las l¨ªneas alemanas) y los que capturaron al brit¨¢nico Sydney Reilly. Hay un recuerdo especial para Nikol¨¢i Kuznetsov, el ¨²nico esp¨ªa que ha dado nombre a un planeta, venerado en Rusia por facilitar informaci¨®n que evit¨® un atentado en Teher¨¢n contra Churchill, Stalin y Roosevelt. Para no traicionar a los suyos bajo tortura, se suicid¨® antes de que le capturasen. Antes hab¨ªa matado a cinco generales alemanes.
No pod¨ªa faltar, y no faltaba, una amplia exposici¨®n de c¨®mo la URSS rob¨® a los norteamericanos los secretos de la bomba at¨®mica. Y un recorrido por sistemas de camuflaje de informaci¨®n en forma de piedra, rama o corteza de ¨¢rbol, gafas, pipa, libro, l¨¢mpara, ca?as, cuadros o zapatos. Como en cualquier pel¨ªcula de esp¨ªas que se precie, aunque se echaba en falta una de las m¨¢s audaces (y sucias) operaciones del KGB: el asesinato de Trotski por el espa?ol Ram¨®n Mercader.
Si Bor¨ªs Yeltsin ten¨ªa una corte de los milagros con los oligarcas moviendo los hilos, su sucesor designado, Vlad¨ªmir Putin, decidi¨® rodearse de aquellos en quienes m¨¢s pod¨ªa confiar: economistas liberales de sus tiempos como vicealcalde de San Petersburgo y ex compa?eros en las filas del KGB. Un hombre destaca entre todos ellos: Sergu¨¦i Ivanov.
'El otro Ivanov'
Cuando Yeltsin le nombr¨® en 1999 secretario del Consejo de Seguridad, a Sergu¨¦i se le conoc¨ªa como 'el otro Ivanov', para distinguirle del Ivanov por antonomasia, ?gor, ministro de Asuntos Exteriores. Pero ese momento queda ya muy lejano, y Sergu¨¦i Ivanov, convertido por arte de Putin, primero, en secretario del Consejo de Seguridad, y, m¨¢s tarde, en ministro de Defensa, alcanz¨® un peso pol¨ªtico que algunos analistas llegaron a considerar superior al del primer ministro, Mija¨ªl Kasi¨¢nov. Ya es, por derecho propio, Ivanov. A secas.
No es poco. Ivanov, en Rusia, es como Garc¨ªa o P¨¦rez en Espa?a. Y tal camuflaje de hombre corriente conviene a este veterano agente del KGB sovi¨¦tico, obsesionado por el secreto hasta el extremo de que el jefe de su mujer, economista de profesi¨®n, no supo durante mucho tiempo qui¨¦n era el marido de su empleada, y de que el mismo anonimato rode¨® a los dos hijos del matrimonio, ya mayores de edad, en la universidad en la que estudian. ?l mismo ha dicho que, en la academia Andr¨®pov del KGB, le ense?aron a pasar desapercibido y hablar bien y mucho, pero sin decir nada. Cuando se dice que no es brillante, se lo toma como un piropo.
Ivanov nunca se atrever¨ªa a decir que es o fue un esp¨ªa perfecto porque eso supondr¨ªa hacer sombra a su mentor, Putin, al que sus hagi¨®grafos coronan con esa aureola. Pero se muestra orgulloso de su etapa en el KGB ('s¨®lo se eleg¨ªa a la flor y nata de la sociedad'), donde alcanz¨® el grado de teniente general. Licenciado como int¨¦rprete en 1975 (habla ingl¨¦s y sueco), conoci¨® a Putin mientras ambos trabajaban en el KGB de Leningrado (hoy San Petersburgo) y nunca le perdi¨® la pista, aunque no se ve¨ªan con demasiada frecuencia.
Ivanov fue agente de campo en varios pa¨ªses de Europa (Finlandia, Reino Unido) y ?frica (Kenia), escal¨® puestos en la jerarqu¨ªa de la casa y, en agosto de 1998, acept¨® la oferta de Putin, reci¨¦n nombrado jefe del FSB, de ser su uno de sus lugartenientes. Durante m¨¢s de un a?o, como jefe del departamento de an¨¢lisis, pron¨®sticos y planificaci¨®n, fue el responsable de la informaci¨®n que los servicios secretos entregaban al Kremlin.
Acumulando poder
El 15 de noviembre de 1999, a petici¨®n de Putin (que ya hab¨ªa sido ascendido a primer ministro y delf¨ªn), Bor¨ªs Yeltsin le nombr¨® secretario del Consejo de Seguridad. Cuando su gran mentor tom¨® el relevo, Ivanov fue acumulando poder, m¨¢s porque se lo dieron que porque ¨¦l lo exigiese, sin que nunca surgiera la m¨¢s m¨ªnima duda de que era un hombre ciegamente leal al jefe, cualidad que ¨¦ste valora sobre todas.
El a?o 2000, con tan s¨®lo 47 a?os, pas¨® a retiro como teniente general del KGB. La explicaci¨®n, dijeron algunos kremlin¨®logos, es que el presidente pensaba catapultarle hasta el Ministerio de Defensa, a cuyo frente quer¨ªa colocar a un civil para impulsar una reforma de las Fuerzas Armadas cuya necesidad resultaba ya escandalosamente obvia. As¨ª fue, pero, hasta el mismo momento de su nombramiento, Ivanov neg¨® que pasaran por su cabeza tales ambiciones, o cualesquiera otras, y tal vez era sincero. Si lo que realmente le importaba era el poder efectivo, ¨¦l ya no pod¨ªa aspirar a m¨¢s. Era el indiscutible n¨²mero dos, el m¨¢s pr¨®ximo a Putin, la ¨²nica vara genuina de medir el poder.
La ant¨ªtesis de los oligarcas
Ivanov es el ejemplo m¨¢s claro de la nueva casta de altos funcionarios procedentes de los servicios secretos con los que Putin se siente a sus anchas para hacer efectiva su dictadura de la ley, que los cr¨ªticos del nuevo orden dicen que tiene m¨¢s de lo primero que de lo segundo. Austeros, discretos y aparentemente sin corromper todav¨ªa, son la ant¨ªtesis de los oligarcas, los grandes magnates que mangonearon a su antojo en tiempos de Yeltsin y que luego fueron puestos en la picota.
Durante mis cuatro a?os en Rusia, la sombra del KGB no dej¨® nunca de estar presente. Incluso en la vida cotidiana. Diplom¨¢ticos y corresponsales no sab¨ªamos nunca con seguridad si nuestros tel¨¦fonos estaban pinchados, si hab¨ªa micr¨®fonos en las paredes del dormitorio capaces de convertir una infidelidad matrimonial en arma de chantaje o cu¨¢l era el tama?o del expediente personal en el FSB.
El que m¨¢s o el que menos tomaba precauciones. Los diplom¨¢ticos se reun¨ªan en las seguras c¨¢maras de Faraday de las embajadas cuando quer¨ªan tratar cuestiones confidenciales, los periodistas intentaban no decir nada comprometedor por tel¨¦fono y, cuando los ruidos que llegaban a trav¨¦s de la l¨ªnea resultaban especialmente sospechosos, manten¨ªan humor¨ªsticas conversaciones con el escucha de turno. Hay quien dice que logr¨® que le contestase.
M¨¢s que en la prudencia y la contenci¨®n, se confiaba en que un pa¨ªs reducido a la pobreza no ser¨ªa ya capaz de mantener el enorme y complejo entramado de espionaje con el que el r¨¦gimen sovi¨¦tico vigilaba a los extranjeros y controlaba a sus nacionales.
Los mejores agentes se hartaron de sueldos miserables y se pasaron a la empresa privada, legal o no, montando firmas de seguridad o utilizando sus conexiones para entrar en negocios de todo tipo sin tener que pagar protecci¨®n a ning¨²n grupo mafioso. Otros, menos avispados, se contrataban como guardaespaldas o alquilaban su pistola al mejor postor. El pluriempleo tambi¨¦n era frecuente: el sueldo fijo, aunque peque?o en los ¨®rganos, era la mejor recomendaci¨®n para actividades mucho m¨¢s lucrativas.
Con Putin, los servicios de seguridad crec¨ªan en medios y reconocimiento p¨²blico. Como su presidente, los agentes recuperaban el orgullo de ser esp¨ªas. Y, pese al fin de la guerra fr¨ªa, se volv¨ªa a la obsesi¨®n por la infiltraci¨®n de esp¨ªas extranjeros. Las detenciones eran numerosas, con frecuencia te?idas de pol¨¦mica, como las de ecologistas acusados de alta traici¨®n por revelar los vertidos radiactivos ilegales de la flota del Pac¨ªfico o el nivel de la contaminaci¨®n por la misma causa en el oc¨¦ano Glaciar ?rtico.
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