Los nombres de los muertos
No se deten¨ªan ni ante las tapias de los cementerios, y cuando no los arrasaban borraban los nombres de los muertos de las l¨¢pidas de sus tumbas. En la Europa del siglo XX, las deportaciones de minor¨ªas ¨¦tnicas responden a un patr¨®n; hab¨ªa que sacar a las gentes de sus casas, expulsarlas de la naci¨®n a la que ya no ten¨ªan derecho a pertenecer y eliminar todo rastro de la comunidad deportada: nombres y apellidos, libros y canciones, inscripciones y top¨®nimos deb¨ªan ser borrados de la memoria colectiva.
Norman M. Naimark, un profesor de Stanford, ha historiado bien nuestras limpiezas ¨¦tnicas recientes en un breve libro (Fires of Hatred. Ethnic Cleansing in Twentieth-century Europe. Harvard University Press, 2001). M¨¢s all¨¢ de las particularidades de cada caso, emergen los paralelismos: el ideal de la construcci¨®n nacional persigue el monopolio y la autarqu¨ªa culturales; el conflicto civil o la agresi¨®n externa abierta facilitan la polarizaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica en pro de la patria y en contra los deportados -hombres, mujeres y ni?os son se?alados como traidores, pero su crimen real es existir: ?c¨®mo puede un ni?o cometer traici¨®n?-; el aparato del Estado moderno se pone al servicio de la deportaci¨®n en masa, sus v¨ªctimas son tratadas como ganado; las organizaciones paraestatales coprotagonizan los peores abusos -extorsiones, robos, violaciones, asesinatos- mientras los funcionarios reciben ¨®rdenes de no intervenir en defensa de los deportados; el derecho internacional ampara o legitima el cambio de fronteras y el trasvase de poblaciones.
El siglo arranc¨® con la cat¨¢strofe armenia: un movimiento progresista de regeneraci¨®n nacional, los J¨®venes Turcos, emprendi¨® la construcci¨®n de Turqu¨ªa como un Estado moderno, laico y ¨¦tnicamente lo m¨¢s homog¨¦neo posible. En 1915 comenz¨® la deportaci¨®n de los armenios de Anatolia a los desiertos de Mesopotamia; siguieron vagones sellados o marchas agotadoras; hambre y sed; tifus y disenter¨ªas; robos, apaleamientos, violaciones y asesinatos. Quiz¨¢ 800.000 perecieron.
Tras la guerra, el Tratado de Lausana (1923) olvid¨® a los armenios al tiempo que ordenaba el intercambio forzoso de poblaciones griegas (de Anatolia a Grecia: 1,2 millones de personas) y turcas (de Macedonia a Turqu¨ªa: 356.000).
El cap¨ªtulo siguiente redujo al absurdo el concepto de crimen: el genocidio jud¨ªo, obra de los nazis, empez¨® con hostigamiento y marginaci¨®n, continu¨® con internamiento y finaliz¨® con exterminio. La diferencia espec¨ªfica del holocausto -el ¨¢nimo y resultado genocidas- explica las dem¨¢s: alguna de las barbaridades que los nazis no sol¨ªan cometer, pero que han acompa?ado a los restantes casos de limpieza ¨¦tnica como la sombra al cuerpo -como las violaciones masivas-, no deriv¨® de consideraciones humanitarias, sino precisamente de la deshumanizaci¨®n radical de las v¨ªctimas: un nazi no viola mujeres jud¨ªas.
Sigui¨®, como el flujo de las mareas, la deportaci¨®n de chechenos e ingusetios del C¨¢ucaso y la de t¨¢rtaros de Crimea, ordenadas por Stalin y ejecutadas por los batallones de la NKVD de Beria; durante la noche del 23 al 24 de febrero de 1944, los hogares chechenos fueron desalojados, les dieron media hora, no se hicieron excepciones y medio mill¨®n de personas fueron deportadas a Asia Central. Quiz¨¢ la cuarta parte pereci¨®. En 1957, se les permiti¨® volver.
El caso de los t¨¢rtaros es similar, pero oficialmente nunca se les dej¨® regresar. En ambos, la historia fue reescrita y las tumbas profanadas. En Chechenia, hoy, contin¨²a la guerra.
Acabada la II Guerra Mundial, 11 millones de alemanes hubieron de abandonar Polonia, Chequia y otras regiones de Europa central. Las fronteras polacas se desplazaron de Este a Oeste: en un extremo, m¨¢s de dos millones de polacos hubieron de abandonar la antigua Ucrania polaca y casi medio mill¨®n de ucranianos siguieron el camino inverso; en el otro, los alemanes que iban a ser expulsados fueron clasificados en categor¨ªas, internados -en ocasiones, en antiguos campos nazis- y expulsados.
En el ¨¦xodo de Polonia y Chequia, muchos murieron -la mayor parte de enfermedad-, pero much¨ªsimas mujeres fueron forzadas y en algunas poblaciones hubo asesinatos en masa. Tambi¨¦n, naturalmente, las tumbas fueron profanadas y borrados los nombres de los muertos. Pero de nuevo el derecho internacional dio por buenas las deportaciones.
Como resalta Naimark, pol¨ªticos checos de todas las ideolog¨ªas y naciones coincidieron en su absoluta necesidad. En un ox¨ªmoron ¨¦tico, la idea de culpa colectiva cubri¨® un crimen.
No hace mucho m¨¢s de 10 a?os que supimos de la ¨²ltima gran limpieza ¨¦tnica del siglo, resultante de la desmembraci¨®n de la antigua Yugoeslavia. Tambi¨¦n ah¨ª reemergi¨® el patr¨®n: ultranacionalismo, polarizaci¨®n, paramilitares, violaciones masivas, templos dinamitados, cementerios destruidos. Desde junio de 1991 hasta finales de 1999, millones de personas fueron deportadas, muchas murieron y much¨ªsimas fueron salvajemente agredidas.
Saturada de desastres, la opini¨®n p¨²blica recuerda mal etnias y lugares. Es triste escribir que el primer deber de un Estado es dejar vivir a los vivos y respetar la paz de los muertos. A la historia me remito.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de derecho civil en la Universitat Pompeu Fabra.
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