Razonamiento, plegaria y fuego
La exclusiva atribuci¨®n de irracionalidad a la poes¨ªa y de racionalidad a la filosof¨ªa es una forma de imprudencia intelectual que ha hallado, con todo, el respaldo frecuente de autoridades po¨¦ticas y filos¨®ficas diversas. No resulta dif¨ªcil, sin embargo, constatar la vinculaci¨®n a lo racional presente en la mayor parte de la tradici¨®n po¨¦tica, tanto si entendemos por racional el mantenimiento del discurso po¨¦tico dentro del terreno de la l¨®gica y del proceder ling¨¹¨ªstico inteligible, como si se lo entiende en t¨¦rminos de puro ejercicio de la reflexi¨®n en el interior del poema. Nadie debe sorprenderse, pues, de que la convivencia entre poes¨ªa y raz¨®n sea m¨¢s frecuente de lo que se suele reconocer, aunque, sin duda, adopta grados distintos y formas variadas.
Carlos Marzal, de un modo especialmente ajustado a este respecto, es un buen ejemplo de poeta que entiende el poema como un lugar donde se puede pensar. Lecturas apresuradas o malentendidas, y la influencia de factores extraliterarios pero parad¨®jicamente inherentes a la llamada vida literaria, propician demasiado a menudo el etiquetado superficial no ya de tendencias sino de personalidades po¨¦ticas complejas. Suele suceder que muchas de esas etiquetas no resisten una lectura desprejuiciada. Cualquiera que lea con atenci¨®n y alguna neutralidad la obra de Marzal, habr¨¢ de admitir que la voluntad reflexiva ha estado presente en ella desde el principio: El ¨²ltimo de la fiesta, aquel brillante primer libro, deb¨ªa en parte su brillantez a una buena dosis de reflexi¨®n ir¨®nica; La vida de frontera aportaba una inteligente gravedad a la reflexi¨®n moral; Los pa¨ªses nocturnos, por su parte, extend¨ªa el alcance tem¨¢tico de la meditaci¨®n a la vez que desplegaba una mirada amarga y un tono de bella agresividad en el pensamiento. Ahora, con Metales pesados -libro que ha merecido este a?o el premio Nacional de la Cr¨ªtica y, recient¨ªsimamente, el Premio Nacional de Poes¨ªa- Marzal ha sabido conducir su po¨¦tica hasta un territorio en donde lirismo y razonamiento se fusionan intensamente por medio de una argamasa verbal cuya qu¨ªmica combina lo esplendoroso y lo denso.
Precisamente, lo primero que llama la atenci¨®n al lector de Metales pesados es su lenguaje, no exento del aire tan personal con el que el autor envolv¨ªa la dicci¨®n en su anterior poemario, pero al que a?ade en esta ocasi¨®n unas todav¨ªa m¨¢s poderosas y ricas elecciones verbales, concretadas, por ejemplo, en la adjetivaci¨®n, tan honda como precisa. El resultado es un veh¨ªculo ret¨®rico cuya robustez y cuya belleza vienen exigidas por lo mucho que Marzal tiene que decir y por la intensidad emotiva que persigue. Los poemas logran, en definitiva, poner a muy alta temperatura las palabras hasta hacer que fluya y brille un pensamiento s¨®lido como pocos.
Puede apreciarse desde los primeros poemas -y esta percepci¨®n se acent¨²a seg¨²n avanzamos en la lectura- que no s¨®lo ha habido una evoluci¨®n en los procedimientos ling¨¹¨ªsticos con respecto al libro anterior: tambi¨¦n la ha habido en lo que ata?e a las ideas motrices que reg¨ªan el mundo po¨¦tico marzaliano. Vestigios del distanciamiento y la descre¨ªda sabidur¨ªa de Los pa¨ªses nocturnos son visibles a¨²n en la primera parte, El entusiasmo de la decepci¨®n (v¨¦ase, como muestra, el soberbio poema inicial), pero ya en la segunda y tercera secciones se despliega m¨¢s manifiestamente un nuevo enfoque, una mirada nueva m¨¢s asombrada y conforme con el mundo, de cuya sacralidad ahora se levanta acta y se urde el an¨¢lisis emocionado. No se detecta ning¨²n cuestionamiento o desapego, sino una conciencia transigente con la complejidad, la contradicci¨®n y la belleza de lo que hay.
Pero adem¨¢s del examen del mundo y del esp¨ªritu que es llevado a cabo en la mayor¨ªa de los poemas de Metales pesados, nos encontramos tambi¨¦n, sobre todo en la secci¨®n ¨²ltima, La voz en extrav¨ªo, con composiciones que se inclinan hacia la plegaria al centrarse en el puro asombro. Rojo, Credo quia absurdum, Servidumbre de paso, Azul de metileno o El coraz¨®n perplejo quiz¨¢ constituyan los casos m¨¢s evidentes. En ning¨²n momento, sin embargo, se rompe el fort¨ªsimo lazo que anuda a esta poes¨ªa con la realidad y la racionalidad, porque de esa comuni¨®n, transportada por el fulgor material de las palabras y vigilada por el temblor de su potente lirismo, nace la esencial virtud de este libro: dar alas al vidrio del pensamiento.
Los versos de Metales pesados -como los de Los pa¨ªses nocturnos- son versos perdurables, fruto de una inteligencia po¨¦tica infrecuente. En la trayectoria de Carlos Marzal alienta un continuado anhelo de comprensi¨®n de lo vivido y lo pensado, aun a sabiendas de que esa comprensi¨®n a menudo es una forma de ignorancia. No importa: nos ha sido encomendado lo arduo. As¨ª que esta poes¨ªa no renuncia a la raz¨®n emocionada en trato con el mundo. Y en ese empe?o se dibuja una de sus claves mayores, la que permite que se estremezca la argumentaci¨®n y que se genere el canto, en medio siempre de las llamas habitables del lenguaje.
La exclusiva atribuci¨®n de irracionalidad a la poes¨ªa y de racionalidad a la filosof¨ªa es una forma de imprudencia intelectual que ha hallado, con todo, el respaldo frecuente de autoridades po¨¦ticas y filos¨®ficas diversas. No resulta dif¨ªcil, sin embargo, constatar la vinculaci¨®n a lo racional presente en la mayor parte de la tradici¨®n po¨¦tica, tanto si entendemos por racional el mantenimiento del discurso po¨¦tico dentro del terreno de la l¨®gica y del proceder ling¨¹¨ªstico inteligible, como si se lo entiende en t¨¦rminos de puro ejercicio de la reflexi¨®n en el interior del poema. Nadie debe sorprenderse, pues, de que la convivencia entre poes¨ªa y raz¨®n sea m¨¢s frecuente de lo que se suele reconocer, aunque, sin duda, adopta grados distintos y formas variadas.
Carlos Marzal, de un modo especialmente ajustado a este respecto, es un buen ejemplo de poeta que entiende el poema como un lugar donde se puede pensar. Lecturas apresuradas o malentendidas, y la influencia de factores extraliterarios pero parad¨®jicamente inherentes a la llamada vida literaria, propician demasiado a menudo el etiquetado superficial no ya de tendencias sino de personalidades po¨¦ticas complejas. Suele suceder que muchas de esas etiquetas no resisten una lectura desprejuiciada. Cualquiera que lea con atenci¨®n y alguna neutralidad la obra de Marzal, habr¨¢ de admitir que la voluntad reflexiva ha estado presente en ella desde el principio: El ¨²ltimo de la fiesta, aquel brillante primer libro, deb¨ªa en parte su brillantez a una buena dosis de reflexi¨®n ir¨®nica; La vida de frontera aportaba una inteligente gravedad a la reflexi¨®n moral; Los pa¨ªses nocturnos, por su parte, extend¨ªa el alcance tem¨¢tico de la meditaci¨®n a la vez que desplegaba una mirada amarga y un tono de bella agresividad en el pensamiento. Ahora, con Metales pesados -libro que ha merecido este a?o el premio Nacional de la Cr¨ªtica y, recient¨ªsimamente, el Premio Nacional de Poes¨ªa- Marzal ha sabido conducir su po¨¦tica hasta un territorio en donde lirismo y razonamiento se fusionan intensamente por medio de una argamasa verbal cuya qu¨ªmica combina lo esplendoroso y lo denso.
Precisamente, lo primero que llama la atenci¨®n al lector de Metales pesados es su lenguaje, no exento del aire tan personal con el que el autor envolv¨ªa la dicci¨®n en su anterior poemario, pero al que a?ade en esta ocasi¨®n unas todav¨ªa m¨¢s poderosas y ricas elecciones verbales, concretadas, por ejemplo, en la adjetivaci¨®n, tan honda como precisa. El resultado es un veh¨ªculo ret¨®rico cuya robustez y cuya belleza vienen exigidas por lo mucho que Marzal tiene que decir y por la intensidad emotiva que persigue. Los poemas logran, en definitiva, poner a muy alta temperatura las palabras hasta hacer que fluya y brille un pensamiento s¨®lido como pocos.
Puede apreciarse desde los primeros poemas -y esta percepci¨®n se acent¨²a seg¨²n avanzamos en la lectura- que no s¨®lo ha habido una evoluci¨®n en los procedimientos ling¨¹¨ªsticos con respecto al libro anterior: tambi¨¦n la ha habido en lo que ata?e a las ideas motrices que reg¨ªan el mundo po¨¦tico marzaliano. Vestigios del distanciamiento y la descre¨ªda sabidur¨ªa de Los pa¨ªses nocturnos son visibles a¨²n en la primera parte, El entusiasmo de la decepci¨®n (v¨¦ase, como muestra, el soberbio poema inicial), pero ya en la segunda y tercera secciones se despliega m¨¢s manifiestamente un nuevo enfoque, una mirada nueva m¨¢s asombrada y conforme con el mundo, de cuya sacralidad ahora se levanta acta y se urde el an¨¢lisis emocionado. No se detecta ning¨²n cuestionamiento o desapego, sino una conciencia transigente con la complejidad, la contradicci¨®n y la belleza de lo que hay.
Pero adem¨¢s del examen del mundo y del esp¨ªritu que es llevado a cabo en la mayor¨ªa de los poemas de Metales pesados, nos encontramos tambi¨¦n, sobre todo en la secci¨®n ¨²ltima, La voz en extrav¨ªo, con composiciones que se inclinan hacia la plegaria al centrarse en el puro asombro. Rojo, Credo quia absurdum, Servidumbre de paso, Azul de metileno o El coraz¨®n perplejo quiz¨¢ constituyan los casos m¨¢s evidentes. En ning¨²n momento, sin embargo, se rompe el fort¨ªsimo lazo que anuda a esta poes¨ªa con la realidad y la racionalidad, porque de esa comuni¨®n, transportada por el fulgor material de las palabras y vigilada por el temblor de su potente lirismo, nace la esencial virtud de este libro: dar alas al vidrio del pensamiento.
Los versos de Metales pesados -como los de Los pa¨ªses nocturnos- son versos perdurables, fruto de una inteligencia po¨¦tica infrecuente. En la trayectoria de Carlos Marzal alienta un continuado anhelo de comprensi¨®n de lo vivido y lo pensado, aun a sabiendas de que esa comprensi¨®n a menudo es una forma de ignorancia. No importa: nos ha sido encomendado lo arduo. As¨ª que esta poes¨ªa no renuncia a la raz¨®n emocionada en trato con el mundo. Y en ese empe?o se dibuja una de sus claves mayores, la que permite que se estremezca la argumentaci¨®n y que se genere el canto, en medio siempre de las llamas habitables del lenguaje.
Antonio Cabrera es profesor y poeta (Premio Nacional de la Cr¨ªtica, 2000).
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