Correcci¨®n autom¨¢tica
En esta historia breve la palabra co?o se repet¨ªa m¨¢s de seis veces. La redundancia suele prestar buenos servicios al sentido que se pretende dar al texto. Pero, es como la vulva: m¨¢s all¨¢ de cierta frecuencia de empleo se vuelve algo penoso, intolerable. Desde que se introdujo el procesador de palabras la correcci¨®n se ha facilitado enormemente. Hay un peque?o subprograma que permite sustituir un t¨¦rmino por otro. Basta pulsar un bot¨®n para que el programa comience a recorrer el texto, deteni¨¦ndose en la palabra buscada. All¨ª basta volver a pulsar el mismo bot¨®n para que en la pantalla se forme autom¨¢ticamente la palabra elegida como reemplazante, por ejemplo, vulva. Parece magia y hay un placer especial en este peque?o ejercicio de suprimir co?os por medio de una leve presi¨®n del ¨ªndice. Yo mismo he vuelto a sustituir un par de veces vulva por co?o qued¨¢ndome con la versi¨®n original, y rato despu¨¦s opt¨¦ por alternar, sustituyendo co?o por vulva s¨®lo en la mitad de los casos. Todo el tr¨¢mite lleva menos de cuarenta segundos, de modo que no descarto que antes de la publicaci¨®n vuelva a repetirlo, invirtiendo esta vez el orden de sucesi¨®n de ambas expresiones que virtualmente son sin¨®nimos, aunque los sin¨®nimos no existan y, como dijo uno, se recurre a ellos para sugerir diferencias imaginarias entre las mismas cosas. ?Qu¨¦ cosas? ?Acaso no se trataba del mismo objeto u ¨®rgano? Tal vez no: quiz¨¢s un d¨ªa aparezcan programas de ordenador que permitan elucidar este tipo de dudas. Resolver no: en realidad parece que jam¨¢s se llega a resolver nada. Es cierto, que, como dijo otro, desde que se introdujeron los programas de procesamiento de texto se ha facilitado enormemente la correcci¨®n. Pero tambi¨¦n es cierto -y bastar¨ªa leer para probarlo- que en los veinte a?os que la humanidad lleva procesando textos las obras literarias no han manifestado ni el m¨¢s leve perfeccionamiento. Es m¨¢s, son muchos los que tienden a pensar que los actuales resultados lucen peor que los del tiempo en que se trabajaba con pluma de ganso, talco secante y tachaduras sobrescritas en tinta de color. Alguna vez tendremos programas de computadora que permitan comparar grupos de textos de distintas ¨¦pocas en cuanto a la calidad de su l¨¦xico y su sintaxis a condici¨®n de que procedan de una misma lengua. Debe advertirse que al pronosticar programas que permiten comparar tales o cuales atributos, s¨®lo se afirma que se tratar¨¢ de programas que prometer¨¢n realizar tal o tal otro examen. Es evidente que el mercado inform¨¢tico ha creado nuevos y m¨¢s astutos sin¨®nimos, como por ejemplo 'prometer', 'realizar' y 'permitir'. Los programas y los equipamientos se compran por lo que prometen y no por lo que realizan, que es algo que queda sujeto a la voluntad y la paciencia del comprador. En estas cosas comerciales m¨¢s que evitar la filtraci¨®n de alg¨²n malentendido, importa el establecimiento de un acuerdo de partes para el que basta con pagar o ceder por un instante al empleado la peque?a tarjeta de cr¨¦dito que garantiza la transferencia. Ahora vacilo entre la palabra 'computador', que usan aqu¨ª, donde yo escribo, y 'ordenador' que se emplea en Espa?a, donde suelen pagarme por haber escrito. Son sin¨®nimos que sugieren sutiles diferencias sobre el referente y marcan fuertes distinciones entre quienes los usan alternativamente. Habr¨ªa que probar la sustituci¨®n vigilando a lo que suceda en la pantalla para evitar que donde debi¨® decir 'ordenador' o 'computadora' aparezca la expresi¨®n 'vulva', lo que modificar¨ªa el sentido del texto hasta el punto de poner en peligro el flujo de pagos procedente de Espa?a por errores en el procesamiento de una lengua que tambi¨¦n procede de Espa?a. Afortunadamente los mercados de bienes y servicios de tecnolog¨ªa son m¨¢s ¨¢giles y flexibles que las lenguas, y, vertiginosamente, producen met¨¢foras que cauterizan cualquier herida producto de un vac¨ªo o una vacilaci¨®n del l¨¦xico y ya contamos con las expresiones lap-top y notebook que aluden al mismo objeto con una nitidez que llevar¨¢ a cualquier espa?ol y a cualquier latinoamericano a figurarse el mismo artefacto, alterando apenas la representaci¨®n del personaje, en el que el icono del escritor que obsesivamente mira la pantalla en su mesa de trabajo ser¨¢ sustituido por la caricatura de un neoimb¨¦cil de la globalizaci¨®n sentado en la butaca de un Airbus, o en la letrina de un hotel de cuarta categor¨ªa, sosteniendo sobre los muslos un ordenador-co?o-computador port¨¢til y en su mano derecha un rollo de papel higi¨¦nico: el destino m¨¢s probable para sus conjeturas.
El computador corrige los textos, pero la literatura no se perfecciona
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