La salvaci¨®n por el arte
El l¨¢nguido vampiro melanc¨®lico que cre¨® Murnau recuerda este t¨ªtulo de Molina Foix: un personaje confinado se dedica a recordar y despu¨¦s a practicar la cl¨¢sica deriva picaresca del amor que no se atreve a decir su nombre, con algunas incursiones recurrentes en el amor de las mujeres. El rasgo melanc¨®lico es doble ya que se dedica a la restauraci¨®n de arte; cerca siempre de la perfecci¨®n est¨¦tica, s¨®lo la alcanza, como los cr¨ªticos, de manera vicaria.
Refugiado en su casa, resignado a desaparecer de la vida como ha desaparecido su imagen de los espejos, empieza una relaci¨®n de miradas con una vecina, quien por razones misteriosas lo reincorpora a una vida social de copas y baile, con lo que la novela incorpora un tono de cr¨®nica de costumbres madrile?as. Al que se sumar¨¢ m¨¢s tarde un equ¨ªvoco en el que el h¨¦roe es confundido con unos s¨¢dicos asesinos de homosexuales y va a la c¨¢rcel, de la que sale enseguida, cuando se descubre la identidad de los culpables.
EL VAMPIRO DE LA CALLE M?JICO
Vicente Molina Foix Anagrama. Barcelona, 2002 324 p¨¢ginas. 16 euros
Adem¨¢s desfilan bellos y luciferinos ¨¢ngeles de los bajos fondos; e incluso una v¨ªctima de amour fou por este protagonista que se propone como cruce de varias formas de la sociabilidad contempor¨¢nea. Que sea un cruce quiz¨¢ explique lo abrupto de la prosa, que no se decide por un solo registro ni tampoco expulsa circunloquios o amplificaciones. El relato llega a su fin de modo relativamente consolador: la mujer de enfrente ya no est¨¢, aunque antes de retirarse haya asegurado, mediante una vasta escenograf¨ªa y una confesi¨®n inesperada, la redenci¨®n ps¨ªquica del vampiro; hay un compa?ero en la cama y se vislumbra incluso la perspectiva de una vaga salvaci¨®n por el arte, ya que el h¨¦roe se vuelca a dibujar.
Si despu¨¦s todo se reduce a
una restauraci¨®n espiritual, ?por qu¨¦ necesit¨® Molina Foix que el personaje fuese vampiro, vampiro de las pel¨ªculas de vampiro, vampiro gay del espejo helado que s¨®lo reflejaba la imagen del ayudante del profesor en aquella escena inolvidable del filme de Polanski? Imposible decirlo: no parece haber en ninguna de las secuencias ni planos de este relato necesidad de que el vampiro sea tal. Podr¨ªa haber sido un emblema, una broma, una alusi¨®n. Pero Molina Foix, excelente y perspicaz cr¨ªtico, sutil observador de la vida teatral y literaria, eligi¨® el verdadero, el de Transilvania.
Tal vez la explicaci¨®n venga de otro lado: quiz¨¢ se trataba de instalar un motivo fant¨¢stico en el coraz¨®n de la ininterrumpida l¨ªnea de reconstrucci¨®n de la vida contempor¨¢nea espa?ola presente en sus novelas. Se romper¨ªa as¨ª la monoton¨ªa de la cr¨®nica -de generaci¨®n, de militancia, de regi¨®n, de identidad sexual, de matrimonio, de aeropuertos, de viaje a Nueva York o a La Habana- tan practicada por (muchas y) muchos novelistas castellanos contempor¨¢neos. Pero ese motivo fant¨¢stico inicial ('soy el hombre que est¨¢ mir¨¢ndose en ese espejo donde no se ve a nadie') no tiene despu¨¦s desarrollo. Lo vamp¨ªrico no se presenta como algo ir¨®nicamente perturbador o inquietante. No es una maldici¨®n, ni un destino. No se anuda a los recuerdos celebratorios de la educaci¨®n sexual, ni al presente de la relaci¨®n con la mujer de enfrente, ni tampoco al episodio del asesinato y la c¨¢rcel. Ni siquiera inserta el necesario desasosiego de una amenaza a ese final de leve restituci¨®n vital en el que tanto la compa?¨ªa como la vocaci¨®n le son devueltos al h¨¦roe. Se puede entonces volver a preguntar: ?por qu¨¦ vampiro?
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