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Cr¨ªtica:LECTURA
Cr¨ªtica
G¨¦nero de opini¨®n que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El antijuda¨ªsmo espa?ol

Por una feliz coincidencia, dos libros complementarios e igualmente indispensables al conocimiento de la historia pol¨ªtica, social e intelectual espa?ola de los dos ¨²ltimos siglos llevan la fecha de nuestro capic¨²a, el a?o segundo del tercer milenio: me refiero a La imagen del magreb¨ª en Espa?a, de Eloy Mart¨ªn Corrales (editorial Bellaterra, Barcelona), cuya lectura recomend¨¦ en un art¨ªculo de Opini¨®n de EL PA?S (Moros en la costa, 21 de julio de 2002), y El antisemitismo en Espa?a. La imagen del jud¨ªo (1812-2002) (editorial Marcial Pons, Madrid), objeto de esta introducci¨®n.

Como vamos a ver, si la maurofobia e islamofobia forman parte, de forma muy visible, del lenguaje de la extrema derecha integrada en el actual partido del Gobierno e incluso del de un vasto sector de la derecha conservadora y cat¨®lica que vota por ¨¦l (por no hablar ahora de ciertos dem¨®cratas, adeptos de las 'valientes' tesis del profesor Sartori sobre los 'desechos' o 'material zafio' que nos llegan del Magreb y el ?frica subsahariana), el antisemitismo permanece desde hace tres d¨¦cadas en un estado latente y no aflora sino espor¨¢dicamente a la superficie del discurso pol¨ªticamente correcto de la Espa?a surgida de la transici¨®n. Pero se trata de una apariencia enga?osa, pues el prejuicio secular no se ha desvanecido, y se manifiesta, por ejemplo, en el campo de la historiograf¨ªa y muy especialmente en el de la historia literaria. La resistencia soterrada, pero tenaz, a admitir la importancia del problema de la limpieza de sangre para nuestros grandes autores de los siglos XV, XVI y XVII trasluce la resistencia de muchos ensayistas ilustres a admitir el hecho probado y bien probado de que, como se dec¨ªa anta?o, una gran parte de aqu¨¦llos descend¨ªan de antepasados que 'recibieron el bautismo de pie'. Contrariamente a lo que sosten¨ªa Eugenio Asensio, el asunto no es un mero 'detalle' (como tampoco lo es, toutes proportions gard¨¦es, el de los campos de exterminio nazis seg¨²n Jean Marie Le Pen). Sin tener presente este hecho, la lectura de nuestros cl¨¢sicos, de Juan de Mena a Fernando de Rojas, de fray Luis de Le¨®n a san Juan de ?vila y santa Teresa, de Mateo Alem¨¢n a L¨®pez de ?beda, de G¨®ngora a Cervantes (escamoteando p¨²dicamente el origen de sus famosos 'duelos y quebrantos'), resulta desaborida, incompleta y, a fin de cuentas, falaz. Como advirti¨® con raz¨®n Men¨¦ndez Pelayo al ensalzar la 'sana' reacci¨®n del Santo Oficio a las desviaciones her¨¦ticas del siglo XVI, atribuidas de ordinario a los conversos, 'la cuesti¨®n de raza explica muchos fen¨®menos y resuelve muchos enigmas de nuestra historia'.

El antisemitismo en Espa?a. La imagen del jud¨ªo (1812-2002)

Gonzalo ?lvarez Chillida. Editado por Marcial Pons, 2002. Pr¨®logo de Juan Goytisolo.

El libro de ?lvarez Chillida contribuye de forma eficaz a la necesaria tarea de barrer prejuicios y evitar confusiones y equ¨ªvocos de consecuencias eventualmente mortales
Como dijo Orobio de Castro en los Pa¨ªses Bajos, defendi¨¦ndose de las acusaciones de hipocres¨ªa, 'hab¨ªa fingido ser cristiano
La vigencia de los estatutos de limpieza de sangre hasta su abolici¨®n por Jos¨¦ Bonaparte fue objeto de las cr¨ªticas de algunos ilustrados: para tener acceso a los colegios universitarios, el aspirante deb¨ªa probar su condici¨®n de cristiano viejo

En la segunda mitad del siglo XVII, el prejuicio castizo entra en una nueva fase: el antijuda¨ªsmo tradicional se mantiene en el lenguaje, refranes, leyendas, libros de piedad, ritos y fiestas populares, aunque Espa?a sea un pa¨ªs sin jud¨ªos y los descendientes de conversos procuren pasar inadvertidos y fundirse en el paisaje. Con todo, el odio castizo contra los hebreos, Men¨¦ndez Pelayo dixit, 'no se amans¨® un punto'. La Inquisici¨®n no cej¨® en sus esfuerzos por desarraigar 'la ciza?a' judaica, pero el n¨²mero de procesos y autos de fe disminuy¨® paulatinamente: si aqu¨¦lla conservaba su excelente disposici¨®n a quemar, no puede decirse lo mismo de los posibles candidatos a la quema. Los criptojud¨ªos hab¨ªan aprendido por experiencia el arte del disimulo: como dijo Orobio de Castro en los Pa¨ªses Bajos, defendi¨¦ndose de las acusaciones de hipocres¨ªa, 'hab¨ªa fingido ser cristiano [en Espa?a] porque la vida es muy amable'.

Limpieza de sangre

La vigencia de los estatutos de limpieza de sangre hasta su abolici¨®n por Jos¨¦ Bonaparte fue objeto de las cr¨ªticas de algunos ilustrados: para tener acceso a los colegios universitarios, nos recuerda Blanco White, el aspirante deb¨ªa probar su condici¨®n de cristiano viejo, limpio de toda mala raza y mancha: 'La menor mezcla de sangre africana, india, mora o hebrea', escribe en Cartas de Espa?a, 'ti?e la totalidad de una familia hasta la generaci¨®n m¨¢s remota'. Dicha marginaci¨®n continu¨® a lo largo del siglo XIX en diversas instituciones (Academia Militar, cabildos y ¨®rdenes religiosas) y se manifest¨® con particular virulencia, como veremos, respecto a la comunidad chueta mallorquina.

Como dice Gonzalo ?lvarez Chillida: 'El 'tema jud¨ªo' y la imagen del jud¨ªo no ser¨¢n en la Espa?a contempor¨¢nea meros productos de importaci¨®n, sino realidades vivas en la memoria de los espa?oles, presentes en las luchas ideol¨®gicas y pol¨ªticas de estos dos siglos (XIX y XX). Hablar de juda¨ªsmo ser¨¢ hablar de la historia, de la fe y de la identidad de los espa?oles'.

Y en un esfuerzo esclarecedor, necesario para abarcar la magnitud y complejidad de la cuesti¨®n, subraya la distinci¨®n entre el antisemitismo de origen germ¨¢nico, que se difundi¨® por Europa en la segunda mitad del siglo XIX y lleg¨® a la Pen¨ªnsula a trav¨¦s de la derecha francesa, y el antijuda¨ªsmo tradicional hispano: 'El antisemitismo racista y el antijuda¨ªsmo religioso difieren profundamente en su definici¨®n de lo jud¨ªo, y en los presupuestos ideol¨®gicos que subyacen a las dos concepciones del mundo, la racista y la cristiana. (...) Son dos las coordenadas del antisemitismo espa?ol contempor¨¢neo. Por un lado, la repercusi¨®n del europeo, y por otro, la pervivencia del antijuda¨ªsmo tradicional, manifiesta en la imagen popular del jud¨ªo (lenguaje, leyendas, fiestas) y en la predicaci¨®n cat¨®lica contra los 'p¨¦rfidos jud¨ªos' y su crimen de deicidio. (...) El tema jud¨ªo ha jugado as¨ª un papel importante en las luchas ideol¨®gicas espa?olas, mucho mayor de lo que hubiera sido l¨®gico en un pa¨ªs sin jud¨ªos'.

El an¨¢lisis de ?lvarez Chillida de los enfrentamientos pol¨ªtico religiosos desde las Cortes de C¨¢diz hasta la guerra civil de 1936-1939 no tiene desperdicio. La 'teolog¨ªa pol¨ªtica' que arranca de aqu¨¦llas, denunciada con singular lucidez por Blanco White en las p¨¢ginas de su publicaci¨®n londinense, envenenar¨¢ la confrontaci¨®n entre liberales y nacional-cat¨®licos, con la continua denuncia por ¨¦stos de la conspiraci¨®n mas¨®nica alimentada por el juda¨ªsmo. La desamortizaci¨®n por Mendiz¨¢bal en 1836 de los bienes de la Iglesia y de las comunidades religiosas fue atribuida por la prensa conservadora y carlista a la codicia de los especuladores hebreos debido a los or¨ªgenes jud¨ªos del jefe del Gobierno, cuyo apellido original no era vascuence, sino el de un gaditano de linaje cristiano nuevo. Con la campa?a de Tetu¨¢n y el reencuentro con las comunidades sefard¨ªes de Marruecos, la imagen ya borrosa del jud¨ªo rastrero, repugnante y abyecto reaparece, entre otros, en el Diario de Alarc¨®n. La revoluci¨®n de 1868 y el reconocimiento oficial de la libertad religiosa avivaron todav¨ªa esa creencia en la conspiraci¨®n mundial jud¨ªa que impregna las publicaciones eclesi¨¢sticas y de la derecha espa?ola, tanto en la prensa como en libros, homil¨ªas y panfletos divulgados durante casi un siglo.

El legado judeo-espa?ol

Junto a la rese?a de la labor pionera de autores como Jos¨¦ Amador de los R¨ªos y del voluble Adolfo de Castro respecto al legado judeo-espa?ol y al estudio de la incansable defensa por ?ngel Pulido de las comunidades sefard¨ªes de los Balcanes, el imperio otomano y Marruecos, ?lvarez Chillida completa y matiza la visi¨®n de los jud¨ªos en la literatura espa?ola de Rafael Cansinos Assens. Si el desprecio de Alarc¨®n por la comunidad jud¨ªa de Tetu¨¢n ('pueblo que no es pueblo, raza par¨¢sita, grey desheredada y maldita') y el expresado por B¨¦cquer en La rosa de la pasi¨®n, incluida en las Leyendas, me eran conocidos, nuestro autor examina otros que hab¨ªan escapado a mi atenci¨®n: los clich¨¦s antijud¨ªos (avaricia, malignidad) aparecen tanto en la novela de Larra, El doncel de don Enrique el Doliente, como, en menor grado, en la de Espronceda, Sancho Salda?a. Las p¨¢ginas dedicadas a Emilia Pardo Baz¨¢n -autora de novelas como Una cristiana y La prueba, en las que el horror instintivo de la protagonista a la 'raza deicida' encarnada por su marido muestra la incompatibilidad de ¨¦sta con la que la escritora gallega denomina 'ariana'- y a Blasco Ib¨¢?ez -cuyos art¨ªculos juveniles y novelas posteriores prueban, como dice ?lvarez Chillida, el curioso maridaje entre filosemitismo pol¨ªtico y mentalidad antijud¨ªa- son asimismo agudas y estimulantes. Pero la lista de autores que profesan una aversi¨®n invencible a unos jud¨ªos que desconocen no se detiene ah¨ª.

Los dicterios de la prensa nacional-cat¨®lica y de los demonizadores profesionales del liberalismo contra la conspiraci¨®n jud¨ªa en su doble vertiente capitalista y revolucionaria me sugieren una serie de conjunciones y disyunciones entre aqu¨¦llos y los dirigidos al moro resucitado desde la 'cruzada' de O'Donnell. Mientras el ¨²ltimo, conforme a la vieja tradici¨®n de la literatura eclesi¨¢stica que allan¨® el camino a la expulsi¨®n de los moriscos, aparece en ellos tangible, animalizado, brutal y caricaturalmente simiesco -el libro de Eloy Mart¨ªn Corrales contiene una abrumadora documentaci¨®n gr¨¢fica y escrita sobre el tema-, el jud¨ªo, de Balmes a Manterola y de V¨¢zquez de Mella a Gonz¨¢lez Ruano, nos es descrito como un elemento for¨¢neo, infeccioso, cuya ¨ªndole evoluciona de acuerdo con los conocimientos m¨¦dicos de la ¨¦poca: a los ya cl¨¢sicos insultos de lepra y sanguijuela vemos agregarse los de 'c¨¢ncer', 'virus ponzo?oso', 'bacilo impalpable', esto es, los de una amenaza invisible y mortal al organismo sano de la naci¨®n, microbio o gen que habr¨¢ que eliminar para la supervivencia de ¨¦sta.

Igualmente aguijadores son los cap¨ªtulos referentes a la cuesti¨®n jud¨ªa en el campo de los nacionalismos perif¨¦ricos. Francisco Navarro Villoslada, autor de Amaya o los vascos del siglo VIII, novela que figuraba en la biblioteca de la rama paterna de mi familia y que devor¨¦ en mi adolescencia, tiene el dudoso m¨¦rito de ser uno de los primeros cantores del mito de la pureza racial de los vascos. En su obra Ante Cristo arremete contra la figura de un banquero jud¨ªo y el pensamiento 'siniestro y destructor' de sus cong¨¦neres. M¨¢s radical a¨²n, el pensador integrista y ultranacionalista Sabino Arana sostiene que 'las razas ¨¢rabe y hebrea hab¨ªanse entrelazado con la espa?ola (...) inocul¨¢ndole el virus anticristiano' y, como observa Juan Aranzadi en su espl¨¦ndido ensayo El escudo de Arqu¨ªloco, 'esa doble imagen del jud¨ªo y del moro mitificados suministra el subsuelo sobre el que construye la figura del maketo'.

En el ¨¢mbito catal¨¢n, el sentimiento antijud¨ªo fue menos visceral, y junto a los panfletos y juicios negativos de un Rovira i Virgili o un ensayista de ordinario l¨²cido como Gaziel, hallamos el filosemitismo anticastizo de grandes figuras literarias como Josep Pla y Salvador Espriu. Menci¨®n aparte merece el caso del gallego Vicente Risco, con su divisi¨®n racial de la Pen¨ªnsula en Euroiberia y Afroiberia, y encendida defensa del nazismo como 'reacci¨®n vital de la naci¨®n alemana'. Sus ataques al 'internacionalismo cosmopolita' y fuerza disgregadora de su mezcla con lo cristiano se ajustan como vitola al habano a las invectivas de V¨¢zquez de Mella, Gim¨¦nez Caballero, Agust¨ªn de Fox¨¢, el agente doble Juan Pujol (autor de nauseabundos insultos contra la diputada socialista Margarita Nelken) y otros ide¨®logos y paniaguados al servicio de la 'Cruzada' de Franco.

El repaso de ?lvarez Chillida a las cabezas visibles del antisemitismo en nuestra posguerra me ha devuelto a la memoria algunos nombres sepultados en ella de autores y obras que formaron parte de mis primeras lecturas: el del padre Tusquets -firme valedor de la autenticidad de Los Protocolos de los Sabios de Si¨®n- y el del polic¨ªa Mauricio Carlavilla, que, con el seud¨®nimo de Mauricio Karl, amalgamaba en una misma masa tentacular y perversa a bolcheviques, masones y jud¨ªos, unidos todos en su sombr¨ªo prop¨®sito de destruir el catolicismo y 'chupar como vampiros sedientos... la sangre de Espa?a'.

Sin demorarme ahora en las p¨¢ginas sobre el antisemitismo de P¨ªo Baroja o de Benavente y en los escritos demag¨®gicos de los Maeztu, Pem¨¢n, Eugenio Montes o C¨¦sar Gonz¨¢lez Ruano, cuya lectura actual har¨ªa sonrojar incluso a algunos votantes de Le Pen (?'conjura de las razas turbias contra la nobleza g¨®tica'!), me referir¨¦ para terminar a las vicisitudes de la comunidad chueta mallorquina descendiente de conversos.

Pese a haber sufrido durante siglos el acoso de la Inquisici¨®n y luego de la tiran¨ªa de la opini¨®n p¨²blica alentada por el clero de la isla, el n¨²cleo duro de la misma, el de los 'quince apellidos' de la calle de la Plater¨ªa -estudiado por vez primera por Miquel Forteza y G. Cort¨¦s en su obra Reconciliados y relajados. Inquisici¨®n en Mallorca (1488-1691)-, logr¨® preservar su cohesi¨®n interna gracias a una endogamia casi sin grietas. Las medidas discriminatorias contra ella -que la convert¨ªan en un colectivo paria tan mal visto como el de los gitanos- se prolongaron hasta la d¨¦cada de los sesenta del pasado siglo, especialmente en algunos colegios religiosos y el cabildo catedralicio. Recuerdo muy bien mi sorpresa, por no decir estupor, cuando en 1948, a?o de mi ingreso en la Universidad de Barcelona, uno de mis condisc¨ªpulos, con quien simpatic¨¦ inmediatamente en raz¨®n de nuestro com¨²n agnosticismo y pasi¨®n literaria, me dijo con naturalidad, sin tinte de provocaci¨®n alguna, que era jud¨ªo: se apellidaba Cort¨¦s y su padre proced¨ªa de los chuetas de la calle de la Plater¨ªa. No le pregunt¨¦ si ten¨ªa rabo, como cre¨ªan muchos cristianos viejos en las zonas rurales de la Pen¨ªnsula hasta hace menos de un siglo, pero me admir¨®, eso s¨ª, nuestra insospechada similitud intelectual y moral. El fantasma jud¨ªo de mis lecturas caseras se desvaneci¨® al punto. No sab¨ªa a¨²n que a?os despu¨¦s vivir¨ªa durante cuatro d¨¦cadas con la escritora francesa Monique Lange y que el c¨ªrculo de mis amistades m¨¢s ¨ªntimas se compondr¨ªa mayoritariamente desde entonces de personas de origen musulm¨¢n y jud¨ªo. ?Ignoro todav¨ªa a estas alturas de mi vida si ello constituye un rasgo antiespa?ol propio de un expatriado voluntario como yo, o, al contrario, soterradamente espa?ol, conforme a la lectura de Am¨¦rico Castro!

Islamofobia y antisionismo

En unos tiempos en que tras el ataque terrorista del 11-S y la pol¨ªtica del actual Gobierno israel¨ª en los territorios ocupados en la guerra de los Seis D¨ªas avivan a un tiempo la islamofobia y arabofobia en las sociedades occidentales y un antisionismo que deriva a veces hacia un antisemitismo m¨¢s o menos expl¨ªcito, debemos extremar nuestro cuidado para no confundir los t¨¦rminos de musulm¨¢n, islamista y terrorista ni achacar al jud¨ªo el odioso apartheid impuesto por Sharon al pueblo palestino. El libro de Gonzalo ?lvarez Chillida, como el de Eloy Mart¨ªn Corrales, contribuyen de forma eficaz a la necesaria tarea de barrer prejuicios y evitar confusiones y equ¨ªvocos de consecuencias eventualmente mortales.

Por una feliz coincidencia, dos libros complementarios e igualmente indispensables al conocimiento de la historia pol¨ªtica, social e intelectual espa?ola de los dos ¨²ltimos siglos llevan la fecha de nuestro capic¨²a, el a?o segundo del tercer milenio: me refiero a La imagen del magreb¨ª en Espa?a, de Eloy Mart¨ªn Corrales (editorial Bellaterra, Barcelona), cuya lectura recomend¨¦ en un art¨ªculo de Opini¨®n de EL PA?S (Moros en la costa, 21 de julio de 2002), y El antisemitismo en Espa?a. La imagen del jud¨ªo (1812-2002) (editorial Marcial Pons, Madrid), objeto de esta introducci¨®n.

Como vamos a ver, si la maurofobia e islamofobia forman parte, de forma muy visible, del lenguaje de la extrema derecha integrada en el actual partido del Gobierno e incluso del de un vasto sector de la derecha conservadora y cat¨®lica que vota por ¨¦l (por no hablar ahora de ciertos dem¨®cratas, adeptos de las 'valientes' tesis del profesor Sartori sobre los 'desechos' o 'material zafio' que nos llegan del Magreb y el ?frica subsahariana), el antisemitismo permanece desde hace tres d¨¦cadas en un estado latente y no aflora sino espor¨¢dicamente a la superficie del discurso pol¨ªticamente correcto de la Espa?a surgida de la transici¨®n. Pero se trata de una apariencia enga?osa, pues el prejuicio secular no se ha desvanecido, y se manifiesta, por ejemplo, en el campo de la historiograf¨ªa y muy especialmente en el de la historia literaria. La resistencia soterrada, pero tenaz, a admitir la importancia del problema de la limpieza de sangre para nuestros grandes autores de los siglos XV, XVI y XVII trasluce la resistencia de muchos ensayistas ilustres a admitir el hecho probado y bien probado de que, como se dec¨ªa anta?o, una gran parte de aqu¨¦llos descend¨ªan de antepasados que 'recibieron el bautismo de pie'. Contrariamente a lo que sosten¨ªa Eugenio Asensio, el asunto no es un mero 'detalle' (como tampoco lo es, toutes proportions gard¨¦es, el de los campos de exterminio nazis seg¨²n Jean Marie Le Pen). Sin tener presente este hecho, la lectura de nuestros cl¨¢sicos, de Juan de Mena a Fernando de Rojas, de fray Luis de Le¨®n a san Juan de ?vila y santa Teresa, de Mateo Alem¨¢n a L¨®pez de ?beda, de G¨®ngora a Cervantes (escamoteando p¨²dicamente el origen de sus famosos 'duelos y quebrantos'), resulta desaborida, incompleta y, a fin de cuentas, falaz. Como advirti¨® con raz¨®n Men¨¦ndez Pelayo al ensalzar la 'sana' reacci¨®n del Santo Oficio a las desviaciones her¨¦ticas del siglo XVI, atribuidas de ordinario a los conversos, 'la cuesti¨®n de raza explica muchos fen¨®menos y resuelve muchos enigmas de nuestra historia'.

En la segunda mitad del siglo XVII, el prejuicio castizo entra en una nueva fase: el antijuda¨ªsmo tradicional se mantiene en el lenguaje, refranes, leyendas, libros de piedad, ritos y fiestas populares, aunque Espa?a sea un pa¨ªs sin jud¨ªos y los descendientes de conversos procuren pasar inadvertidos y fundirse en el paisaje. Con todo, el odio castizo contra los hebreos, Men¨¦ndez Pelayo dixit, 'no se amans¨® un punto'. La Inquisici¨®n no cej¨® en sus esfuerzos por desarraigar 'la ciza?a' judaica, pero el n¨²mero de procesos y autos de fe disminuy¨® paulatinamente: si aqu¨¦lla conservaba su excelente disposici¨®n a quemar, no puede decirse lo mismo de los posibles candidatos a la quema. Los criptojud¨ªos hab¨ªan aprendido por experiencia el arte del disimulo: como dijo Orobio de Castro en los Pa¨ªses Bajos, defendi¨¦ndose de las acusaciones de hipocres¨ªa, 'hab¨ªa fingido ser cristiano [en Espa?a] porque la vida es muy amable'.

Limpieza de sangre

La vigencia de los estatutos de limpieza de sangre hasta su abolici¨®n por Jos¨¦ Bonaparte fue objeto de las cr¨ªticas de algunos ilustrados: para tener acceso a los colegios universitarios, nos recuerda Blanco White, el aspirante deb¨ªa probar su condici¨®n de cristiano viejo, limpio de toda mala raza y mancha: 'La menor mezcla de sangre africana, india, mora o hebrea', escribe en Cartas de Espa?a, 'ti?e la totalidad de una familia hasta la generaci¨®n m¨¢s remota'. Dicha marginaci¨®n continu¨® a lo largo del siglo XIX en diversas instituciones (Academia Militar, cabildos y ¨®rdenes religiosas) y se manifest¨® con particular virulencia, como veremos, respecto a la comunidad chueta mallorquina.

Como dice Gonzalo ?lvarez Chillida: 'El 'tema jud¨ªo' y la imagen del jud¨ªo no ser¨¢n en la Espa?a contempor¨¢nea meros productos de importaci¨®n, sino realidades vivas en la memoria de los espa?oles, presentes en las luchas ideol¨®gicas y pol¨ªticas de estos dos siglos (XIX y XX). Hablar de juda¨ªsmo ser¨¢ hablar de la historia, de la fe y de la identidad de los espa?oles'.

Y en un esfuerzo esclarecedor, necesario para abarcar la magnitud y complejidad de la cuesti¨®n, subraya la distinci¨®n entre el antisemitismo de origen germ¨¢nico, que se difundi¨® por Europa en la segunda mitad del siglo XIX y lleg¨® a la Pen¨ªnsula a trav¨¦s de la derecha francesa, y el antijuda¨ªsmo tradicional hispano: 'El antisemitismo racista y el antijuda¨ªsmo religioso difieren profundamente en su definici¨®n de lo jud¨ªo, y en los presupuestos ideol¨®gicos que subyacen a las dos concepciones del mundo, la racista y la cristiana. (...) Son dos las coordenadas del antisemitismo espa?ol contempor¨¢neo. Por un lado, la repercusi¨®n del europeo, y por otro, la pervivencia del antijuda¨ªsmo tradicional, manifiesta en la imagen popular del jud¨ªo (lenguaje, leyendas, fiestas) y en la predicaci¨®n cat¨®lica contra los 'p¨¦rfidos jud¨ªos' y su crimen de deicidio. (...) El tema jud¨ªo ha jugado as¨ª un papel importante en las luchas ideol¨®gicas espa?olas, mucho mayor de lo que hubiera sido l¨®gico en un pa¨ªs sin jud¨ªos'.

El an¨¢lisis de ?lvarez Chillida de los enfrentamientos pol¨ªtico religiosos desde las Cortes de C¨¢diz hasta la guerra civil de 1936-1939 no tiene desperdicio. La 'teolog¨ªa pol¨ªtica' que arranca de aqu¨¦llas, denunciada con singular lucidez por Blanco White en las p¨¢ginas de su publicaci¨®n londinense, envenenar¨¢ la confrontaci¨®n entre liberales y nacional-cat¨®licos, con la continua denuncia por ¨¦stos de la conspiraci¨®n mas¨®nica alimentada por el juda¨ªsmo. La desamortizaci¨®n por Mendiz¨¢bal en 1836 de los bienes de la Iglesia y de las comunidades religiosas fue atribuida por la prensa conservadora y carlista a la codicia de los especuladores hebreos debido a los or¨ªgenes jud¨ªos del jefe del Gobierno, cuyo apellido original no era vascuence, sino el de un gaditano de linaje cristiano nuevo. Con la campa?a de Tetu¨¢n y el reencuentro con las comunidades sefard¨ªes de Marruecos, la imagen ya borrosa del jud¨ªo rastrero, repugnante y abyecto reaparece, entre otros, en el Diario de Alarc¨®n. La revoluci¨®n de 1868 y el reconocimiento oficial de la libertad religiosa avivaron todav¨ªa esa creencia en la conspiraci¨®n mundial jud¨ªa que impregna las publicaciones eclesi¨¢sticas y de la derecha espa?ola, tanto en la prensa como en libros, homil¨ªas y panfletos divulgados durante casi un siglo.

El legado judeo-espa?ol

Junto a la rese?a de la labor pionera de autores como Jos¨¦ Amador de los R¨ªos y del voluble Adolfo de Castro respecto al legado judeo-espa?ol y al estudio de la incansable defensa por ?ngel Pulido de las comunidades sefard¨ªes de los Balcanes, el imperio otomano y Marruecos, ?lvarez Chillida completa y matiza la visi¨®n de los jud¨ªos en la literatura espa?ola de Rafael Cansinos Assens. Si el desprecio de Alarc¨®n por la comunidad jud¨ªa de Tetu¨¢n ('pueblo que no es pueblo, raza par¨¢sita, grey desheredada y maldita') y el expresado por B¨¦cquer en La rosa de la pasi¨®n, incluida en las Leyendas, me eran conocidos, nuestro autor examina otros que hab¨ªan escapado a mi atenci¨®n: los clich¨¦s antijud¨ªos (avaricia, malignidad) aparecen tanto en la novela de Larra, El doncel de don Enrique el Doliente, como, en menor grado, en la de Espronceda, Sancho Salda?a. Las p¨¢ginas dedicadas a Emilia Pardo Baz¨¢n -autora de novelas como Una cristiana y La prueba, en las que el horror instintivo de la protagonista a la 'raza deicida' encarnada por su marido muestra la incompatibilidad de ¨¦sta con la que la escritora gallega denomina 'ariana'- y a Blasco Ib¨¢?ez -cuyos art¨ªculos juveniles y novelas posteriores prueban, como dice ?lvarez Chillida, el curioso maridaje entre filosemitismo pol¨ªtico y mentalidad antijud¨ªa- son asimismo agudas y estimulantes. Pero la lista de autores que profesan una aversi¨®n invencible a unos jud¨ªos que desconocen no se detiene ah¨ª.

Los dicterios de la prensa nacional-cat¨®lica y de los demonizadores profesionales del liberalismo contra la conspiraci¨®n jud¨ªa en su doble vertiente capitalista y revolucionaria me sugieren una serie de conjunciones y disyunciones entre aqu¨¦llos y los dirigidos al moro resucitado desde la 'cruzada' de O'Donnell. Mientras el ¨²ltimo, conforme a la vieja tradici¨®n de la literatura eclesi¨¢stica que allan¨® el camino a la expulsi¨®n de los moriscos, aparece en ellos tangible, animalizado, brutal y caricaturalmente simiesco -el libro de Eloy Mart¨ªn Corrales contiene una abrumadora documentaci¨®n gr¨¢fica y escrita sobre el tema-, el jud¨ªo, de Balmes a Manterola y de V¨¢zquez de Mella a Gonz¨¢lez Ruano, nos es descrito como un elemento for¨¢neo, infeccioso, cuya ¨ªndole evoluciona de acuerdo con los conocimientos m¨¦dicos de la ¨¦poca: a los ya cl¨¢sicos insultos de lepra y sanguijuela vemos agregarse los de 'c¨¢ncer', 'virus ponzo?oso', 'bacilo impalpable', esto es, los de una amenaza invisible y mortal al organismo sano de la naci¨®n, microbio o gen que habr¨¢ que eliminar para la supervivencia de ¨¦sta.

Igualmente aguijadores son los cap¨ªtulos referentes a la cuesti¨®n jud¨ªa en el campo de los nacionalismos perif¨¦ricos. Francisco Navarro Villoslada, autor de Amaya o los vascos del siglo VIII, novela que figuraba en la biblioteca de la rama paterna de mi familia y que devor¨¦ en mi adolescencia, tiene el dudoso m¨¦rito de ser uno de los primeros cantores del mito de la pureza racial de los vascos. En su obra Ante Cristo arremete contra la figura de un banquero jud¨ªo y el pensamiento 'siniestro y destructor' de sus cong¨¦neres. M¨¢s radical a¨²n, el pensador integrista y ultranacionalista Sabino Arana sostiene que 'las razas ¨¢rabe y hebrea hab¨ªanse entrelazado con la espa?ola (...) inocul¨¢ndole el virus anticristiano' y, como observa Juan Aranzadi en su espl¨¦ndido ensayo El escudo de Arqu¨ªloco, 'esa doble imagen del jud¨ªo y del moro mitificados suministra el subsuelo sobre el que construye la figura del maketo'.

En el ¨¢mbito catal¨¢n, el sentimiento antijud¨ªo fue menos visceral, y junto a los panfletos y juicios negativos de un Rovira i Virgili o un ensayista de ordinario l¨²cido como Gaziel, hallamos el filosemitismo anticastizo de grandes figuras literarias como Josep Pla y Salvador Espriu. Menci¨®n aparte merece el caso del gallego Vicente Risco, con su divisi¨®n racial de la Pen¨ªnsula en Euroiberia y Afroiberia, y encendida defensa del nazismo como 'reacci¨®n vital de la naci¨®n alemana'. Sus ataques al 'internacionalismo cosmopolita' y fuerza disgregadora de su mezcla con lo cristiano se ajustan como vitola al habano a las invectivas de V¨¢zquez de Mella, Gim¨¦nez Caballero, Agust¨ªn de Fox¨¢, el agente doble Juan Pujol (autor de nauseabundos insultos contra la diputada socialista Margarita Nelken) y otros ide¨®logos y paniaguados al servicio de la 'Cruzada' de Franco.

El repaso de ?lvarez Chillida a las cabezas visibles del antisemitismo en nuestra posguerra me ha devuelto a la memoria algunos nombres sepultados en ella de autores y obras que formaron parte de mis primeras lecturas: el del padre Tusquets -firme valedor de la autenticidad de Los Protocolos de los Sabios de Si¨®n- y el del polic¨ªa Mauricio Carlavilla, que, con el seud¨®nimo de Mauricio Karl, amalgamaba en una misma masa tentacular y perversa a bolcheviques, masones y jud¨ªos, unidos todos en su sombr¨ªo prop¨®sito de destruir el catolicismo y 'chupar como vampiros sedientos... la sangre de Espa?a'.

Sin demorarme ahora en las p¨¢ginas sobre el antisemitismo de P¨ªo Baroja o de Benavente y en los escritos demag¨®gicos de los Maeztu, Pem¨¢n, Eugenio Montes o C¨¦sar Gonz¨¢lez Ruano, cuya lectura actual har¨ªa sonrojar incluso a algunos votantes de Le Pen (?'conjura de las razas turbias contra la nobleza g¨®tica'!), me referir¨¦ para terminar a las vicisitudes de la comunidad chueta mallorquina descendiente de conversos.

Pese a haber sufrido durante siglos el acoso de la Inquisici¨®n y luego de la tiran¨ªa de la opini¨®n p¨²blica alentada por el clero de la isla, el n¨²cleo duro de la misma, el de los 'quince apellidos' de la calle de la Plater¨ªa -estudiado por vez primera por Miquel Forteza y G. Cort¨¦s en su obra Reconciliados y relajados. Inquisici¨®n en Mallorca (1488-1691)-, logr¨® preservar su cohesi¨®n interna gracias a una endogamia casi sin grietas. Las medidas discriminatorias contra ella -que la convert¨ªan en un colectivo paria tan mal visto como el de los gitanos- se prolongaron hasta la d¨¦cada de los sesenta del pasado siglo, especialmente en algunos colegios religiosos y el cabildo catedralicio. Recuerdo muy bien mi sorpresa, por no decir estupor, cuando en 1948, a?o de mi ingreso en la Universidad de Barcelona, uno de mis condisc¨ªpulos, con quien simpatic¨¦ inmediatamente en raz¨®n de nuestro com¨²n agnosticismo y pasi¨®n literaria, me dijo con naturalidad, sin tinte de provocaci¨®n alguna, que era jud¨ªo: se apellidaba Cort¨¦s y su padre proced¨ªa de los chuetas de la calle de la Plater¨ªa. No le pregunt¨¦ si ten¨ªa rabo, como cre¨ªan muchos cristianos viejos en las zonas rurales de la Pen¨ªnsula hasta hace menos de un siglo, pero me admir¨®, eso s¨ª, nuestra insospechada similitud intelectual y moral. El fantasma jud¨ªo de mis lecturas caseras se desvaneci¨® al punto. No sab¨ªa a¨²n que a?os despu¨¦s vivir¨ªa durante cuatro d¨¦cadas con la escritora francesa Monique Lange y que el c¨ªrculo de mis amistades m¨¢s ¨ªntimas se compondr¨ªa mayoritariamente desde entonces de personas de origen musulm¨¢n y jud¨ªo. ?Ignoro todav¨ªa a estas alturas de mi vida si ello constituye un rasgo antiespa?ol propio de un expatriado voluntario como yo, o, al contrario, soterradamente espa?ol, conforme a la lectura de Am¨¦rico Castro!

Islamofobia y antisionismo

En unos tiempos en que tras el ataque terrorista del 11-S y la pol¨ªtica del actual Gobierno israel¨ª en los territorios ocupados en la guerra de los Seis D¨ªas avivan a un tiempo la islamofobia y arabofobia en las sociedades occidentales y un antisionismo que deriva a veces hacia un antisemitismo m¨¢s o menos expl¨ªcito, debemos extremar nuestro cuidado para no confundir los t¨¦rminos de musulm¨¢n, islamista y terrorista ni achacar al jud¨ªo el odioso apartheid impuesto por Sharon al pueblo palestino. El libro de Gonzalo ?lvarez Chillida, como el de Eloy Mart¨ªn Corrales, contribuyen de forma eficaz a la necesaria tarea de barrer prejuicios y evitar confusiones y equ¨ªvocos de consecuencias eventualmente mortales.

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