Una detr¨¢s de otra
Cualquier mochales de autopista con rifle de mirilla telesc¨®pica se sentir¨¢ como dios al apretar el gatillo, pero el comentarista deber¨ªa andar con tiento a la hora de mencionar otras facultades divinas.
D¨ªas sin fumar
Lo peor de dejar el tabaco es que a la semana te sientes tan bien que no ves raz¨®n alguna para no hacerte un buen cigarrito. M¨¢s all¨¢ de los astutos receptores cerebrales, hay en el fumar un intrincado juego de recompensas que funda la verdadera adicci¨®n. O bien te lo has ganado despu¨¦s de una dura jornada, o lo necesitas ante una jornada dura. Como no son excusas lo que faltan en esa clase de determinaciones, en los fines de semana el cigarrillo funciona como signo de puntuaci¨®n. S¨®lo uno antes de pasear a la cr¨ªa, unas caladitas a la vuelta mientras su madre prepara la comida, la mitad de un ducados entre el caf¨¦ y las primeras im¨¢genes del telediario. ?Lo mejor? Coger el maldito cigarrillo, llev¨¢rtelo a los labios y mantener con ¨¦l una relaci¨®n del tipo de est¨¢s equivocado si crees que voy a prenderte. Y que se joda el pitillo y la tabacalera que lo pari¨®.
La tortuga de Hemingway
En el libro hoy inencontrable de Sylvia Beach sobre el periodo parisino de entreguerras se cuenta una divertida an¨¦cdota de Hemingway (que siempre fue peor escritor de lo que cre¨ªa Ricardo Mu?oz Suay, y se lo dir¨¦ todas las veces que haga falta a¨²n sin saber d¨®nde diablos embronca ahora) cuando viv¨ªa en una pensi¨®n vigilada por una portera con una tortuga diminuta que el escritor cambiaba por una de mayor tama?o una vez a la semana ante el estupor de la pobre se?ora, incapaz de asimilar semejante desarrollo en animal tan lento. Como es natural, lleg¨® el momento en que Hemingway no encontr¨® un ejemplar mayor, de manera que procedi¨® a la inversa, disminuyendo el tama?o de la tortuga una vez por semana, hasta volver totalmente loca a su portera. El juego ahora -nada divertido- es saber si Camps ser¨¢ la tortuga menguante, Olivas la portera, y Aznar la Sylvia Hemingway de Botella.
Intervenci¨®n en Korkula
Adem¨¢s de ser especialista en Hegel, lo que parece algo m¨¢s dificultoso que participar en T¨®mbola, Herbert Marcuse, del que ya nadie se acuerda, escribi¨® algunos libros de m¨¦rito sobre el uso del psicoan¨¢lisis en el capitalismo avanzado y pronunci¨® alguna que otra conferencia premonitoria antes del c¨¦lebre mayo del 68. Releyendo ahora una charla que dio en Korkula, poblaci¨®n de la antigua Yugoslavia, con el t¨ªtulo Si son violentos es porque est¨¢n desesperados, estaban ya las claves para entender todas las kales borrroka de este mundo, aunque no el remedio, ciertamente. Lo digo porque condenar cierta clase de cosas resulta indispensable en democracia, pero tambi¨¦n resulta preciso comprender, no para justificar sino para evitar. Entre esa lucidez y la firmeza de algunos tertulianos del gobierno media la diferencia entre el que sabe y el que comenta.
La alegre hosteler¨ªa
A la vista de lo visto, pronto los promotores tur¨ªsticos tendr¨¢n que ir borrando de sus calendarios numerosos lugares de destino, un tanto a la manera de ese juego de los barquitos que pasa del tocado al hundido por un azar que va estableciendo una certidumbre progresiva. Ese desastre ser¨¢ mayor si se une a la fiebre coste?a de construcciones hoteleras, seg¨²n la cual en cosa de pocos a?os sobrar¨¢n la mitad m¨¢s una de las plazas disponibles. Y ah¨ª debe entrar la imaginaci¨®n pol¨ªtica. Ese mont¨®n inservible de edificaciones de alta definici¨®n podr¨¢ cubrir al fin sobradamente las necesidades de geri¨¢tricos en condiciones y el hospedaje de loquines de desatar en peligro de ser desalojados de unos barracones reconvertidos en parque de atracciones. Y de paso, nuestros entra?ables ancianos sin posibles aprender¨ªan idiomas compartiendo agradables veladas con los jubilados de otros pa¨ªses establecidos en Benidorm.
La tarea del cr¨ªtico
Cada vez que se habla de banalizaci¨®n de la cultura, Fernando Savater alza su poco tronante voz para abrumarnos con la deslumbrante teor¨ªa de que las cosas son como son y apenas pueden ser de otra manera. Dentro de su natural modestia, ¨¦l mismo constituye un buen ejemplo de lo que dice. Sin embargo, el conocimiento de lo que nos cuesta a cada contribuyente valenciano las emisiones de RTVV, y a¨²n las de TVE merced a un impuesto m¨¢s impositivo, deber¨ªa bastar para abstenerse de afirmar que si no te gusta la programaci¨®n, apagas el receptor y santas pascuas. Y lo mismo con la novela en general, buena parte del cine en particular, las instalaciones de arte en su totalidad, y el teatro en buena parte de sus funciones. Ya lo anunci¨® Albert Boadella, otro abanderado del chiste, al sugerir que s¨®lo montar¨ªa Edipo convirtiendo al h¨¦roe en un alto cargo de la ONCE, sin saber que ya lo ha hecho. La m¨¢s severa de las verdades es que todo resulta muy gracioso.
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