Sue?os
Cuando Marc lee el cuento Eligiendo un sue?o de Mario Puzo cree estar leyendo la historia de sus abuelos. Los padres de Puzo emigraron a Nueva York, a esa zona que se llam¨® La Cocina del Infierno; los de Marc se instalaron en Chicago, pero en realidad, ambas parejas llegaron a principios del siglo XX, expulsados de Europa por la pobreza, y aunque no dejaron de so?ar con volver a Italia, se hicieron un hueco aqu¨ª en aquellos a?os en que a¨²n pod¨ªan construirse sue?os en Am¨¦rica. Sue?os peque?os, el sue?o del que quiere llegar a fin de mes, el sue?o humilde de que los hijos se colocaran como revisores o repartidores.
Un d¨ªa, Puzo dijo que quer¨ªa ser escritor, y su madre crey¨® que estaba loco. Ella pensaba que la belleza no pod¨ªa surgir de un ¨¢tico miserable y que un ni?o pobre no deb¨ªa aspirar a eso. Mario Puzo, que reneg¨® en la adolescencia de los sue?os nada ambiciosos de su madre, acab¨® escribiendo unas memorias en las que afirmaba que aquellas gentes estaban hechas de la pasta de los h¨¦roes. ?C¨®mo su madre hab¨ªa sido capaz de sacar a seis hijos adelante, c¨®mo era capaz de cocinar a diario una pasta deliciosa, c¨®mo era capaz aquella brava siciliana de controlar a sus hijos en un mundo de rateros y mafiosos?
Eran h¨¦roes. Marc Pascente piensa lo mismo. Su apellido hace honor al origen siciliano de sus abuelos. Pero se siente plenamente americano. Siente agradecimiento hacia este pa¨ªs, dice. Tiene la voluntad de devolver algo de lo que se les dio y, a pesar de tener una formaci¨®n en historia del arte, ha decidido pasar unos a?os dando clase en un instituto del Bronx. Al final del d¨ªa se encuentra muy cansado. Muchos de sus alumnos (hispanos, negros) padecen las secuelas de madres que fueron adictas al crack. Son torpes f¨ªsica e intelectualmente. No conocen a su padre. Su madre ha muerto, es prostituta o est¨¢ en manos de alguna instituci¨®n.
Marc Pascente se pregunta qu¨¦ esperanza hay para ellos. Son ciudadanos de un Tercer Mundo ignorado. En sus mentes no hay lugar para los sue?os, ni siquiera para aquellos modestos sue?os de inmigrantes italianos que al joven Mario Puzo le parec¨ªan insignificantes.
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