Pasa-tiempos
Si bien los modernos sistemas de detecci¨®n de conversaciones ¨ªntimas y los invasores rayos infrarrojos a que nos tiene acostumbrados el cine de Hollywood siguen revel¨¢ndose incapaces (hasta el momento en que escribo esto: en cualquier caso, lo m¨¢s pronto ser¨¢ demasiado tarde para sus v¨ªctimas) de echarle el lazo al francotirador del tarot (por no hablar de Bin Laden), en otros campos estamos triunfando. Hemos descubierto, dicen, la primera inscripci¨®n que hace referencia a Jes¨²s de Nazaret. El asunto ofrece muchas posibilidades de enfrentamiento seudocient¨ªfico/seudorreligioso, pero sobre todo plantea un interesante fil¨®n para debates televisivos de altura.
En la urna de piedra caliza, y por m¨¢s claridad, en arameo, l¨¦ese lo siguiente: 'Jacobo, hijo de Jos¨¦, hermano de Jes¨²s'. Surgen varias preguntas de lacerante actualidad (ya saben, la opini¨®n p¨²blica tiene derecho a toda la informaci¨®n): ?Era Jacobo hermano de Jes¨²s, o era hermanastro, o Jes¨²s le llamaba hermano en el sentido cuate, compi, pal (en ingl¨¦s), colegui, coraz¨®n (salsa rosa)? Dif¨ªcil de averiguar. ?Era Jacobo hijo de Jos¨¦ y de Mar¨ªa? Dif¨ªcil de admitir, Virgen Santa. ?Era Jacobo fruto de una relaci¨®n extramatrimonial, prematrimonial o posmatrimonial del hasta hoy considerado manso o casto Jos¨¦? ?Vamos a tener que renunciar al D¨ªa del Padre? ?Hay algo en su favor que pueda alegar El Corte Ingl¨¦s?
La verdad es que lo primero que pens¨¦ al leer la, por llamarlo de alg¨²n modo, noticia, fue en lo raros que son algunos arque¨®logos, que mientras los hombres se matan en la zona (unos a otros, m¨¢s: los que pagan las b¨²squedas de los arque¨®logos), ellos cavan, hallan, pasan el plumero y leen inscripciones.
Y rele¨ª, con melancol¨ªa, el poema de Auden sobre tal actividad: 'En las estatuas y murales / vislumbramos / lo que reverenciaban los antiguos, / pero no podemos sospechar / con motivo de qu¨¦ se amedrentaban / o se encog¨ªan de hombros'. Esto es, ?qu¨¦ sabemos del ser humano que escribi¨® esa inscripci¨®n del tal Jacobo y enterr¨® esa urna? Tan poco como sabr¨¢n los hombres del futuro de los miedos reales que, en esta era violenta, sobrecogen a los habitantes de una regi¨®n demasiado, y deliberadamente, b¨ªblica.
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