El Imperio contraataca
ES QUE NO ME DIGAS. Est¨¢bamos cenando tan a gusto, oyes, en un oriental de Tribeca que se llama Nam, yo mirando de tanto en tanto por la ventana a ver si le daba por pasar a Bobby de Niro (porque una cosa es el hombre de tu vida y otra el hombre de tus sue?os). Est¨¢bamos los dos solitos, brindando con Marqu¨¦s de C¨¢ceres, porque nosotros hacemos patria all¨¢ donde vamos. O sea, very very rom¨¢ntico, y yo le comento a mi santo que lo que me gusta de los restaurantes orientales es que todo viene troceadito, y t¨² no tienes por qu¨¦ pensar si el muerto era un pollo o era un cerdo. Y entonces va mi santo y me dice: 'Por cierto, ahora que sacas el tema, estoy leyendo un libro...'. Miedo me da cuando mi santo me dice eso. Pues no te digo que va y me cuenta que est¨¢ leyendo un libro de sumo inter¨¦s que se llama El poder del hombre, el sufrimiento de los animales y una llamada a la compasi¨®n. Ya el t¨ªtulo como que te corta la digesti¨®n. Me cont¨® que en una granja de Virginia se sacrifican 82.300 cerditos al d¨ªa. A los cerditos se les separa de su madre antes de tiempo y a los pobres se les queda en el morrete el reflejo de succi¨®n y entonces le chupan el rabito al cerdito que tienen delante, y los granjeros, para evitar infecciones, les cortan a todos el rabito, y entonces lo que provocan es que todos los cerditos est¨¢n de los nervios y sufren mucho y eso se nota en la carne en cuesti¨®n. Yo no s¨¦ si es que mi santo es un hombre de gran sensibilidad o, por el contrario, es que no tiene ninguna porque todo eso lo contaba mientras nos est¨¢bamos metiendo entre pecho y espalda un cerdo agridulce. En total, que ya no como cerdo, o puerco, como dir¨ªa Digna, la se?ora dominicana que va a mi gimnasio y de la que me he hecho bastante amiga. Digna y yo nos andamos todos los d¨ªas en la m¨¢quina cinco kil¨®metros, pero Digna, que debe pesar como 80 kilos, no para de hablar y yo literalmente me asfixio a su lado. Digna me pregunta: 'Oye, t¨² dime, ?es verdad que los espa?oles no pueden comel si no hay vino y pan en la mesa?'. Y yo le digo: 'Cierto, Digna'. 'Oh, yo pensaba que era de esas cosas que se dec¨ªan por ah¨ª', y entonces Digna me dice que ellos preparan 'puelco' (cerdo) para celebrar el Thanksgiving, 'que se queden los yanquies con su turkey (pavo), a nosotros los dominicanos el turkey no nos va, el turkey ni olerlo', y dice que comen puelco para la Christmas, y puelco los sundays. Digna se baja de la m¨¢quina como una rosa, y yo me quedo desparramada en el suelo. Digna me dice: 'Oh, t¨² necesitas comer antes de venir, te digo, yo me como un s¨¢ndwich de puelco porque si no me quedo como t¨², oyes, muerta perdida'. La pregunta es: ?cu¨¢ntos puelcos hacen falta para alimentar a Digna en un mes?
Cuando mi santo y yo acabamos nuestra rom¨¢ntica cena en el Nam me vi obligada a robar un paraguas del parag¨¹ero del restaurante porque estaba diluviando. Yo siempre he tenido la mano muy larga, pero cuando te casas con un hombre de cierta posici¨®n social como que te cortas un poco, por ¨¦l fundamentalmente. Yo, en mis tiempos era muy choric¨ªsima. El otro d¨ªa, precisamente, lo comentaba con Javier C¨¢mara, que me lo encontr¨¦ en la puerta del Empire State (esto es un pueblo, de verdad) y record¨¢bamos esos viejos d¨ªas en que eras an¨®nimo y te pod¨ªas meter debajo de la chupa un compact disc de El Corte Ingl¨¦s. 'Pero si a m¨ª me pillan en la actualidad, Javier, mi santo se me muere de verg¨¹enza'. 'Yo tampoco puedo, uno se debe a su p¨²blico', me dijo Javier. Y los dos nos quedamos mirando melanc¨®licamente el Empire State como si acab¨¢ramos de perder la juventud. Lo del choriceo del paraguas lo hice un poco en homenaje a Winona, que es la protagonista de los peri¨®dicos amarillos. El otro d¨ªa vimos en la tele el v¨ªdeo de nuestra hero¨ªna robando en Saks y no veas el morrazo que le echaba mi prima. Abr¨ªa la bolsa y ?zaca! Todo lo que pillaba. Yo me he comprado una camiseta en la calle que pone: 'Libertad para Winona'. No quiero pensar que un d¨ªa en Chueca se vendieran camisetas de ese porte con mi nombre, pero si se diera el caso ser¨ªa bonito que mis lectores adquirieran una en solidaridad con mi persona. Tambi¨¦n pod¨ªan regalar la camiseta con EL PA?S de los domingos. Es una idea que lanzo por si se diera el caso, que ojal¨¢ Dios que no se d¨¦.
Pero tanto llov¨ªa la noche del paraguas robado que nos metimos en un sex shop a ver si escampaba. Es lo que suele hacer un matrimonio para no mojarse. Entre los disfraces de enfermera y monja con estrat¨¦gica abertura en el h¨¢bito encontramos cosas nuevas: un miembro (o polla) cosido a unas bragas. Te las pones para ir por la calle y se te va introduciendo el miembro. Lo encuentro inc¨®modo (hablo de o¨ªdas). M¨¢s novedades: r¨¦plicas de miembros erectos de actores porno. Estaba el miembro del tristemente desaparecido John Holmes. Parec¨ªa que a dicho miembro le bombeaba la sangre de lo bien hecho que estaba. Pero, claro, mi santo y yo nos sentimos ofendidos como espa?oles y como personas: ?d¨®nde estaba la polla de nuestro Nacho, d¨®nde? Yo les pregunto, queridos lectores de EL PA?S, ?acaso es mejor la polla de un americano muerto que la de un espa?ol vivo? Es que ya est¨¢ bien de tanto imperialismo, hombre.
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