Respuestas a Rodr¨ªguez Adrados, 2
Estoy de acuerdo con usted en que el nacionalismo vasco es una invenci¨®n mitogr¨¢fica, obra, entre otros, de Sabino Arana: hasta finales del siglo XIX, los vascos orgullosos de serlo lo eran porque se consideraban descendientes, ¨¦tnica y ling¨¹¨ªsticamente, de los iberos, el supuesto 'pueblo primigenio' de Espa?a.
Sin embargo, no es menos cierto que el nacionalismo, no dir¨¦ ya espa?ol, sino espa?olista, fue (y es) tambi¨¦n un monstruo, creado por las instituciones que siempre hab¨ªan detentado el poder en Espa?a y que, a partir de los cambios sociales producidos en Occidente a principios del siglo XX, temieron perder sus privilegios: Iglesia, Ej¨¦rcito, oligarqu¨ªas econ¨®micas. Estos centros de poder encontraron en el pen¨²ltimo Borb¨®n receptividad para sus pretensiones y recurrieron al sustento ideol¨®gico com¨²n a todos ellos de una idea de Espa?a como algo sacrosanto, eterno e inmutable. Estas fuerzas causaron en gran medida el tr¨¢gico final de la II Rep¨²blica, la cual, habi¨¦ndose encontrado con los nacionalismos perif¨¦ricos, intent¨® integrarlos (no apaciguarlos) mediante los estatutos de autonom¨ªa: esos nacionalismos, tuviesen el origen que tuviesen, ten¨ªan apoyo popular. Y no se olvide de que, incluso en apuestas rupturistas, como la de Companys, quien en 1934 proclam¨® 'el Estado catal¨¢n dentro de la Rep¨²blica Federal Espa?ola', no se abandonaba la idea (eso s¨ª, otra) de Espa?a.
Luego el franquismo se ocup¨® de enconar esos odios a los que usted alude. Y cuando la restauraci¨®n mon¨¢rquica pretendi¨® reeditar las autonom¨ªas republicanas (en el famoso y descafeinado 'caf¨¦ para todos'), se encontr¨® con que las mismas clases dirigentes de siempre, m¨¢s tarde aglomeradas en el actual PP, no cre¨ªan entonces, ni creen ahora, en ese sistema y reproducen el nacionalismo espa?olista. En consecuencia, los nacionalismos perif¨¦ricos no se f¨ªan un pelo: se radicalizan y entran en el juego de enfrentamientos que tan ¨²til les es, a unos y a otros, para llenar sacas de votos en sus respectivos ¨¢mbitos. Concluyo: el odio no s¨®lo reside en uno de los bandos.
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