De lo intangible del ser humano
'Historias unidas a innumerables lugares y objetos', eso es lo que viene contando W. G. Sebald (1944-2001) desde su primer intento de narraci¨®n sui g¨¦neris titulada V¨¦rtigo. Y -dice- la ca¨ªda en el olvido de tantas y tantas de esas historias que nadie contar¨¢, que no son o¨ªdas, descritas ni transmitidas por nadie, hace que, en cierto modo, el mundo se vac¨ªe a s¨ª mismo. Ese tejido casi fantasmal de vidas esfumadas es el que trata de hacer aflorar Sebald y hay que decir que ¨¦sta su ¨²ltima -definitivamente ¨²ltima- narraci¨®n quiz¨¢ sea el ejemplo m¨¢s depurado de su deseo y su mejor logro. Esta vez no seguimos a aquellos emigrados de su segundo libro o al mismo autor recorriendo una parte de la costa de Inglaterra, siempre en busca de las huellas del tiempo sobre las cosas y lugares que pueden hablar por el mundo. Esta vez nos atenemos al repaso de una vida que el narrador atiende, ese mismo narrador itinerante -aunque aqu¨ª lo sea de otro modo- que conocimos en Los anillos de Saturno.
AUSTERLITZ
W. G. Sebald Traducci¨®n de Miguel S¨¢enz Anagrama. Barcelona, 2002 304 p¨¢ginas. 12,20 euros
Es otro itinerante, Jacques Austerlitz, quien le cuenta su historia. Pero resulta que Austerlitz es un hombre sin historia, un verdadero extraterritorial, un completo desarraigado.
Un d¨ªa llega a una estaci¨®n de ferrocarril donde lo reciben un pastor y su esposa, ya mayores y sin hijos, en r¨¦gimen de acogida. El punto de llegada es un peque?o pueblo gal¨¦s donde predica el pastor; el punto de partida -lo sabremos m¨¢s adelante- es Praga: un ni?o de casi cinco a?os enviado a Inglaterra aprovechando un convoy mientras Hitler entra en Checoslovaquia. El ni?o cambiar¨¢ de nombre y no sabr¨¢ nada de su procedencia hasta cumplir los 15 a?os; entonces sus preguntas y reflexiones tomar¨¢n una direcci¨®n concreta, aunque habr¨¢ de partir de cero: un agujero por detr¨¢s, una inc¨®gnita por delante. As¨ª de desnudamente.
Pero si es cruda esta indagaci¨®n que poco a poco le llevar¨¢ a encontrar apenas nada tangible, m¨¢s cruda a¨²n es la realidad de su existencia sobre la tierra: alguien que busca saber de d¨®nde procede y qui¨¦n es y cuya vivencia lo encierra en s¨ª mismo. Austerlitz es el ojo de una conciencia desarraigada que mira sin cesar alrededor, que percibe y atrapa de continuo y todo lo regurgita desde la extra?eza, pero con el deseo de acercarse y retener. Retener ?qu¨¦ y para qu¨¦? Yo creo que para llegar al fondo de esta pregunta hay que acercarse al modo de escribir de Sebald.
'Sal¨ª al and¨¦n y fotografi¨¦ el
capitel de una columna, porque hab¨ªa desencadenado en m¨ª un reflejo de reconocimiento', dice Austerlitz; eso es exactamente lo que mueve el sistema narrativo de Sebald: un continuo camino en el que la historia, las historias, se van dejando ver y atrapar como los escaparates de los comercios de una calle, como un balc¨®n sobre una esquina, como los transe¨²ntes que se cruzan, como los sem¨¢foros que pasan del verde al rojo y del rojo al verde, regulando nuestros pasos, pero no nuestra atenci¨®n, la cual lleva otro ritmo y otra frecuencia: los del reconocimiento. El detenimiento, la observaci¨®n y la minuciosa relaci¨®n de cosas, objetos, lugares, etc¨¦tera, que pueden significar algo, hacen cada vez m¨¢s conmovedor el desarraigo de Austerlitz: es su modo de reconocer un deseo de reconocer el mundo a partir de s¨ª mismo. El relato de las cosas y de la implicaci¨®n del observador en las cosas como poseedoras del don de suscitar un 'reflejo de reconocimiento' pasa por sus narradores como pasa la vida real por sus cuerpos y almas y as¨ª se constituye la escritura de Sebald. Y no ya su narraci¨®n, sino la construcci¨®n misma de sus im¨¢genes literarias. V¨¦ase este comentario (ante un cementerio removido por las ra¨ªces de los ¨¢rboles): 'Los sarc¨®fagos cubiertos de l¨ªquenes verde p¨¢lido, blanco gris¨¢ceo, ocre o naranja estaban rotos, las propias tumbas en parte levantadas del suelo, en parte hundidas en ¨¦l, de forma que se pod¨ªa creer que un terremoto hubiera sacudido el barrio de los muertos o que ¨¦stos, convocados al Juicio Final, hab¨ªan salido de su morada, trastornando, en su p¨¢nico, el buen orden impuesto por nosotros'.
Es la itinerancia lo que est¨¢ en la ra¨ªz de su escritura y de su pensamiento. En cierto modo puede decirse que su itinerante -sus itinerantes- constituyen una visi¨®n del hombre europeo de la segunda mitad del siglo XX, un hombre que camina sobre los restos de una devastaci¨®n insoportable despu¨¦s de dos guerras crudel¨ªsimas que lo han sacudido desde sus ra¨ªces y lo han arrojado sobre una tierra no solamente yerma -pero al fin y al cabo recuperable-, sino incomprensible. Como en el c¨¦lebre soneto de Baudelaire, el hombre intuye las correspondencias entre las cosas, pero ya no sabe leer el mundo. Jacques Austerlitz, como el narrador de Los anillos de Saturno, se levanta del suelo y camina en busca de un origen que le d¨¦ carta de naturaleza, deambula preferentemente por sus observaciones y pensamientos mientras mira, habla, se sienta o escucha; tambi¨¦n utiliza el paisaje, urbano o rural, como reflejo de un estado de ¨¢nimo. Y este libro se convierte a este paso y este ritmo en una verdadera epopeya del hombre perdido. 'Un reloj me ha parecido siempre algo rid¨ªculo, algo falaz, quiz¨¢ porque, por un impulso interior que nunca he comprendido, me he opuesto siempre al poder del tiempo'. En realidad, lo que Austerlitz busca retener es toda esa vida que existe en el olvido del tiempo y su camino no es sino el intento de dar forma a ese 'impulso interior' que le opone al poder del tiempo.
Los padres de Austerlitz, ca-
da uno por su lado, desaparecieron en los campos de concentraci¨®n sin dejar rastro. Austerlitz es una formidable representaci¨®n del destino del hombre moderno llevado a un extremo: el del desarraigo extremo: tambi¨¦n lo es de la capacidad de supervivencia del ser humano. Y lo es, del mismo modo, de la tristeza que acompa?a nuestra finitud y nuestra incompletud. Durante la ocupaci¨®n alemana, todos los objetos imaginables fueron confiscados, robados, arrebatados a los jud¨ªos antes de enviarlos a los campos y se almacenaron donde hoy se alza la fara¨®nica Biblioteca Nacional de Francia bajo la cual qued¨® as¨ª 'enterrado todo lo que nuestra civilizaci¨®n ha producido'; en lo alto de su torre sur, Austerlitz echa una mirada al mundo desde un disfuncional monumento al ego hist¨®rico levantado sobre los objetos de un mundo vaciado. Toda una imagen. La odisea de Austerlitz en busca de ese tejido perdido en el tiempo que son sus padres, y es ¨¦l, y es la necesidad de reconocerse de cada uno de nosotros, alcanza en este libro el esplendor de la perennidad.
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