'El extranjero', de Albert Camus
EL PA?S ofrece la primera novela de uno de los m¨¢s seductores intelectuales del pasado siglo
Periodista, novelista, ensayista y dramaturgo franc¨¦s, Albert Camus, premio Nobel de Literatura en 1957, a los 44 a?os de edad, es una de las m¨¢s influyentes, y al mismo tiempo m¨¢s seductora, personalidad de la cultura del pasado siglo. Su biograf¨ªa y su obra poseen todas las virtudes que el paso del tiempo convirti¨® en irreprochables: una inicial militancia progresista, una activa lucha antinazi, una fragilidad encomiable sin renunciar a la defensa de unos principios b¨¢sicos, una enorme lucidez anal¨ªtica sin por ello asumir ning¨²n tipo de infalibilidad te¨®rica, una cr¨ªtica a los totalitarismos en tiempos en los que lo frecuente era la adscripci¨®n a alguno de ellos, en fin, porque, como se?al¨® en su momento Fernando Savater a prop¨®sito de su ensayo El hombre rebelde (1951): 'Encierra un diagn¨®stico que los acontecimientos de nuestra ¨¦poca y quiz¨¢ los de ma?ana no permiten pasar por alto: los seres humanos llegan a serlo del todo cuando se rebelan... mientras no vuelvan su rebeli¨®n contra la humanidad misma que tratan de alcanzar y que deben compartir. La injusticia es aborrecible pero la crueldad no sabe corregirla y, antes o despu¨¦s, se convierte en c¨®mplice'. En 1942 publica su primera novela, El extranjero (que ma?ana podr¨¢n conseguir los lectores de EL PA?S por tres euros), en la que desde la ficci¨®n expone su concepci¨®n del mundo, denuncia lo absurdo de la vida sin renunciar por ello al derecho del ser humano a intentar cuantas veces sea posible y necesario el romper el maleficio de su destino.
Matices sobre la violencia
El extranjero es uno de los m¨¢s famosos alegatos contra la violencia y la pena de muerte. Cuando se public¨® en 1942, Camus ya colaboraba ardorosamente con la Resistencia. Para ¨¦l no existi¨® contradicci¨®n entre la defensa de los derechos humanos y la lucha a muerte
contra el invasor alem¨¢n: 'No me imaginaba en otro lado, eso es todo. Me parec¨ªa, y me sigue pareciendo, que no se puede estar del lado de los campos de concentraci¨®n. Comprend¨ª entonces que detestaba menos la violencia que las instituciones de la violencia'.
Babelia
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