Una d¨¦cada entre el ladrillo y el cemento
Rafael Moneo y Oriol Bohigas explican en un congreso su visi¨®n de la arquitectura espa?ola de los sesenta
En 1959, a¨²n estudiante, Rafael Moneo comenz¨® a trabajar en el estudio de Francisco Javier S¨¢enz de Oiza, que al poco recibi¨® el encargo de Torres Blancas (avenida de Am¨¦rica, 37. Madrid), considerado el m¨¢s claro ejemplo del 'organicismo' madrile?o y una de las obras cumbre de la arquitectura moderna espa?ola. Aquel mismo a?o, el estudio Martorell-Bohigas-Mackay inici¨® la construcci¨®n del edificio de viviendas de la avenida de Meridiana, en Barcelona, ejemplo de lo que despu¨¦s vendr¨ªa a denominarse el 'realismo' que propugnaba la Escuela de Barcelona. El pasado viernes, Moneo y Bohigas, que a¨²n mantienen gran parte del liderazgo intelectual que forjaron en aquella ¨¦poca, explicaron su visi¨®n de aquellos a?os a los 200 asistentes, en su mayor¨ªa estudiantes, en el congreso que sobre la arquitectura espa?ola de los a?os sesenta se ha celebrado esta semana en Barcelona.
El debate oscilaba entre el 'organicismo' de Madrid y el 'realismo' de Barcelona
Moneo y Bohigas se?alan que la batalla por la modernidad ya estaba ganada
Las dos obras antes mencionadas representan, en cierta manera, el debate ideol¨®gico que se libraba por aquellos a?os en la arquitectura. La que se defend¨ªa en las universidades y revistas y la que despu¨¦s era interpretada con m¨¢s o menor fortuna por los nuevos profesionales. No era, desde luego, la ¨²nica arquitectura que se hac¨ªa. Las oleadas de inmigrantes a las ciudades, los procesos especulativos, la incontrolada ocupaci¨®n de suelo en la zona costera y las periferias no manten¨ªan, salvo contadas excepciones, la excelencia constructiva y conceptual que se reclamaba y discut¨ªa en las aulas. Pero en lo que hay acuerdo es que la batalla de la modernidad ya se hab¨ªa ganado en la d¨¦cada anterior.
Adem¨¢s de la figura fundamental de S¨¢enz de Oiza, Moneo insisti¨® en su magistral ponencia en el trabajo de arquitectos de la generaci¨®n anterior, como Corrales y Molezum -situ¨® el inicio del cambio de d¨¦cada en su impresionante pabell¨®n de Espa?a para la Exposici¨®n Universal de Bruselas de 1958-, Miguel Fisac, Jos¨¦ Luis Fern¨¢ndez del Amo y Cabrero. Y record¨®, por ejemplo, que el significativo gimnasio del colegio Maravillas (Joaquin Costa, 21. Madrid), de Alejandro de la Sota, se acab¨® en 1962. 'Sota acab¨® ensimism¨¢ndose, fiel a los principios de la modernidad, y estaba en las ant¨ªpodas de compa?eros de generaci¨®n, pero a su alrededor hubo un grupo de estudiantes y j¨®venes arquitectos que despu¨¦s protagonizaron la arquitectura madrile?a de los noventa', indic¨® Moneo.
Bohigas tambi¨¦n dedic¨® parte de su ponencia a recordar a los antecesores que tambi¨¦n construyeron algunas de sus mejores obras en los sesenta. Es el caso de Jos¨¦ Antonio Coderch, que en esta d¨¦cada construy¨® por ejemplo las torres Trade (Gran Via Carlos III, 86-94. Barcelona); Josep Maria Sostres, proyectista del edificio del Noticiero Universal (Roger de Lluria, 35. Barcelona) y Antoni de Moragas. 'La Escuela de Barcelona le debe algo, para bien o para mal, a estos tres nombres', indic¨®.
El debate de los j¨®venes ya no era entre tradici¨®n y modernidad. Se daba por supuesto que todos, desde la universidad a la administraci¨®n, apostaban por esta ¨²ltima. En los sesenta -a?os de televisi¨®n, turismo, bonanza econ¨®mica, nuevas editoriales y revistas...- el debate era entre las diferentes tendencias de lo moderno. 'La modernidad que se persegu¨ªa entonces no era la de Le Corbusier, sino la de Mies van der Rohe', explic¨® Moneo, para se?alar que avanzada la d¨¦cada, y por influencia del cr¨ªtico italiano Bruno Zevi, los arquitectos de referencia pasaron a ser Alvar Aalto y Wright, principales representantes de lo que se ha denominado corriente 'organicista' de la arquitectura que tuvo gran fortuna en Madrid.
En Barcelona, pese a que las referencias tambi¨¦n eran el Movimiento Moderno, los intereses iban hacia la escuela 'realista' italiana, que en sus primeros a?os se denominaba 'neorrealismo', al igual que la original corriente cinematogr¨¢fica. El realismo -un concepto que provoc¨® no pocas discusiones durante el congreso- fue la bandera de la denominada Escuela de Barcelona, una etiqueta que se invent¨® ?scar Tusquets una noche de copas, seg¨²n explic¨® Bohigas, y que ya se aplicaba a la generaci¨®n de poetas y cineastas que compart¨ªan inquietudes y experimentaciones en la Barcelona de la ¨¦poca. 'No ¨¦ramos un grupo coherente, sino amigos con un m¨¦todo de trabajo similar y, en general, ten¨ªamos un mismo tipo de encargo peque?o y privado', record¨® Bohigas. 'Hab¨ªa tambi¨¦n una cierta voluntad de exhibici¨®n de la pobreza o, mejor, el gusto en aparentar que nos parec¨ªa bien ser pobres, manteniendo el r¨ªgido respeto a la funcionalidad y a una construcci¨®n l¨®gica, barata y ¨²til'.
Si, a muy grandes rasgos, puede decirse que la arquitectura organicista madrile?a -defendida desde la revista Nueva Forma- era casi brutal en su gusto por el hormig¨®n visto, las formas arboladas, la expresividad personal y una presencia voluptuosa y desafiante, el realismo barcelon¨¦s hac¨ªa auto de fe del ladrillo y los materiales tradicionales, su apariencia pobre aunque de complicadas aristas y centraba gran parte de sus intereses en los interiores confortables. Entre los madrile?os destac¨® por encima de todos S¨¢enz de Oiza, aunque el mismo Moneo, Francisco Higueras, Fisac, Antonio Fern¨¢ndez-Alba y Curro Inza tambi¨¦n realizaron obras que historiadores como Gabriel Ruiz Cabrero (El moderno en Espa?a. Arquitectura 1948-2000. Tanais Ediciones, 2001) incriben en esta tendencia.La lista de arquitectos catalanes de la Escola de Barcelona es m¨¢s larga -en su momento llegaron a figurar 21-, y entre ellos se encontraban desde ?scar Tusquets y Llu¨ªs Clotet a Llu¨ªs Dom¨¨nech o Federico Correa, pasando por Ricard Bofill. Si este ¨²ltimo no hubiera suspendido, por motivos profesionales, su asistencia al congreso habr¨ªa podido explicar otras visiones de las corrientes arquitect¨®nicas de la ¨¦poca, ya que sus obras en el Taller de Arquitectura -cuya obra principal es el Walden 7 de Sant Joan Desp¨ª- figuran entre los mejores ejemplos de la ¨¦poca.
Hacia finales de la d¨¦cada entraron en liza otros debates intelectuales, en parte impulsados por los escritos del italiano Aldo Rossi y el estadounidense Robert Venturi, cuya influencia en la pr¨¢ctica no se apreci¨®, explica Moneo, hasta entrados los a?os setenta. Fue entonces cuando se abri¨® el debate a los arquitectos del resto de Espa?a. Hasta entonces -salvo contadas excepciones, como el andaluz Garc¨ªa Paredes o el vasco Pe?a Ganchegui-, los dem¨¢s, como en el f¨²tbol, se divid¨ªan entre los partidarios del cemento madrile?o o del ladrillo barcelon¨¦s.
El mercado y la ideolog¨ªa
En un intento, m¨¢s pedag¨®gico que historiogr¨¢fico, de revisar el pasado reciente, el Colegio de Arquitectos de Catalu?a ha organizado un congreso sobre la arquitectura en los a?os sesenta, que comenz¨® el pasado mi¨¦rcoles y finaliz¨® ayer. Ha contado con la presencia de algunos de los protagonistas de aquellos debates -como el cr¨ªtico italiano Vittorio Gregotti o el arquitecto madrile?o Antonio Fern¨¢ndez Alba-, junto a comunicaciones de especialistas que han analizado desde el contexto internacional al auge del pl¨¢stico. La mayor¨ªa de asistentes eran estudiantes que iban a buscar inspiraci¨®n no tanto en las formas como, por lo que se vio en el ¨²ltimo debate, en las ideas. Se reconoc¨ªan desconcertados y sin defensas, por lo que les deb¨ªa saber a gloria la recomendaci¨®n de Gregotti de que '¨¦ste no es el mejor de los mundos posibles y se debe pensar que puede haber otros'. Pero, pese a que Gregotti hab¨ªa lanzado su anatema contra Rem Koolhaas como adalid del mercado, los estudiantes reconocieron que es el ¨²nico que provoca debate. Rafael Moneo se qued¨® solo defendiendo al arquitecto holand¨¦s, aunque critic¨® a la arquitectura actual su falta de expresi¨®n personal. En este sentido, abog¨® por una vuelta al 'sujeto' que defini¨® la arquitectura desde los setenta -con Ghery como m¨¢xima expresi¨®n-, para poder despu¨¦s volver a incidir en el 'objeto', el inter¨¦s que marc¨® la construcci¨®n de los cincuenta y sesenta. Fue una lecci¨®n de historia que finaliz¨® con modestia: 'Aunque en alg¨²n momento pens¨¢ramos que la arquitectura buena es la que se anticipa al gusto del futuro, no ha sido as¨ª. Tenemos que aceptar que no vamos a dejar la huella definitiva de c¨®mo van a ser las cosas en el futuro. Hay que aceptarlo como lo que es, algo hermoso'.
Babelia
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