Loco por Lana Turner
De todos los escritores que he conocido, el que menos interesado parec¨ªa en la literatura fue Manuel Puig (1932- 1990). Jam¨¢s hablaba de autores ni de t¨ªtulos, y cuando alg¨²n tema literario surg¨ªa en la conversaci¨®n, pon¨ªa cara de aburrido y cambiaba de tema. En la documentada y prolija biograf¨ªa que le ha dedicado, Suzanne Jill Levine asegura que en ciertas ¨¦pocas de su vida ley¨® mucho, pero su propio libro parece contradecirla, pues en ¨¦l lo que aparece sobre todo como marco y referencias del biografiado son el cine y las pel¨ªculas, las actrices y los espect¨¢culos, a menudo la m¨²sica popular, y s¨®lo muy de cuando en cuando, como parientes pobres, los escritores (por lo general, las personas, no las obras). Un joven escritor argentino que lo visit¨® en R¨ªo de Janeiro, se sorprendi¨® de encontrar en el apartamento de Manuel Puig, donde ¨¦ste hab¨ªa reunido una videoteca de cerca de 3.000 filmes, adem¨¢s de sus obras en espa?ol y en traducciones, s¨®lo un pu?ado de libros ajenos, casi exclusivamente biograf¨ªas de directores y estrellas de cine.
No era un escritor inculto, sino cult¨ªsimo, pero no de literatura sino de pel¨ªculas y de toda la mitolog¨ªa y las chismograf¨ªas del s¨¦ptimo arte, un hombre de cine, o tal vez mejor de la imagen y la fantas¨ªa visual, naufragado en la literatura por desesperaci¨®n de causa. En la biograf¨ªa de Suzanne Jill Levine se advierte c¨®mo Manuel Puig fue llegando a la vocaci¨®n literaria de a pocos y casi de casualidad, cuando, luego de los frustrantes estudios de cinematograf¨ªa en Italia y de sus in¨²tiles intentos de ver producidos sus guiones y de dirigir pel¨ªculas, pas¨® insensiblemente de escribir para la huidiza pantalla a hacerlo para s¨ª mismo, en un texto autobiogr¨¢fico sobre sus recuerdos de las historias que vio en los cinemas de su infancia transcurrida en General Villegas, un peque?o pueblo de la pampa argentina, lo que al cabo de los a?os se convertir¨ªa en su primera novela: La traici¨®n de Rita Hayworth (1968). Con este libro inici¨® una carrera literaria sui g¨¦neris, que, tres d¨¦cadas m¨¢s tarde, lo catapultar¨ªa a la fama en todo el mundo, gracias al extraordinario ¨¦xito que alcanzaron las versiones teatrales y la cinematogr¨¢fica de la m¨¢s difundida de sus novelas: El beso de la mujer ara?a (1976).
La obra de Manuel Puig, compuesta de apenas ocho novelas, es una de las m¨¢s originales que hayan aparecido en las d¨¦cadas finales del siglo XX. Lo original de ella no son sus temas, ni su estilo, ni siquiera la construcci¨®n de sus historias, en lo que mostr¨® a menudo una soberbia destreza y una sutil astucia, sino, sobre todo, los materiales de que se sirvi¨® para inventarlas: los tipos y estereotipos de la cultura popular, las novelitas rosas, las radionovelas y las telenovelas, las truculencias y melodramas de los boleros, los tangos y las rancheras, las columnas de chismes y las informaciones sensacionalistas de las revistas y peri¨®dicos de esc¨¢ndalo, y, principalmente, la seudo realidad fabricada por las situaciones, personajes y enso?aciones de las pel¨ªculas. Todo esto hab¨ªa figurado ya, de mil maneras, en la literatura, pero siempre como un ingrediente m¨¢s de la compleja realidad humana. La novedad, en la obra de Puig, es que esta dimensi¨®n artificiosa y caricatural de la vida ha eliminado a la otra, y la ha sustituido como la ¨²nica verdadera. Eso da a sus novelas esa extra?a atm¨®sfera, la de un mundo que, a pesar de estar erigido con la m¨¢s compartida de las experiencias humanas -la fuga del mundo real hacia un mundo so?ado a trav¨¦s de todas las formas de la imaginaci¨®n-, parece lejan¨ªsimo, alambicado e irreal. Y, sin embargo, en sus mejores momentos, de sus complicadas tramas y enrevesados juegos transpira un relente de drama vivido, de dolorida humanidad.
La raz¨®n es simple: como la bio-
graf¨ªa de Suzanne Jill Levine hace evidente, Manuel Puig aprendi¨® de ni?o que los seres humanos hab¨ªan inventado una f¨®rmula para escapar provisionalmente de las penalidades y miserias de este mundo -la ficci¨®n-, y la hizo suya de modo sistem¨¢tico, hasta convertirla en su manera de vivir. No fueron los libros sino las pel¨ªculas, que lo llevaba a ver a diario Mal¨¦, su madre -el personaje m¨¢s importante de su vida- en los cinemas de General Villegas, las que le abrieron las puertas de ese refugio, la irrealidad, al que, poco a poco, ir¨ªa convirtiendo en su domicilio privado y casi permanente, un territorio donde pod¨ªa sentirse a salvo y ser ¨¦l mismo, fuera de todo peligro que no eligiera libremente enfrentar, y rodeado s¨®lo de aquellas figuras excelsas, conmovedoras y excitantes -las estrellas- cuya compa?¨ªa lo enriquec¨ªa y desagraviaba de la s¨®rdida realidad. Para todo ni?o dotado de sensibilidad la vida real suele ser dura, una continua prueba. Pero, mucho m¨¢s, en un peque?o pueblo suramericano impregnado de machismo y prejuicios feroces, para un ni?o que, con la edad de la raz¨®n, se descubre una propensi¨®n homosexual, es decir, una infamante marca que har¨¢ de ¨¦l un apestado, condenado a la hostilidad, a la violencia y las burlas de compa?eros y conocidos, y al desprecio de su propia familia. Ese entorno no era vivible para el ni?o violado en el colegio al que le gustaba vestirse de mujercita; por eso, con la involuntaria ayuda de su madre adorada, una loca del cine, se dio ma?a para vivir en ¨¦l lo menos posible, y pasar lo mejor de su tiempo, y dedicarle lo mejor de su energ¨ªa e imaginaci¨®n, al mundo de las pel¨ªculas.
Hasta qu¨¦ punto lleg¨® Manuel Puig a sentirse en casa en ese mundo ficticio de las im¨¢genes del celuloide, lo muestra una deliciosa an¨¦cdota que cuenta Jill Levine. Es medianoche, en Nueva York, un d¨ªa de 1978. Ha llegado de Par¨ªs el camar¨®grafo espa?ol N¨¦stor Almendros, muy amigo de Puig, y ¨¦ste lo conmina a que, antes de ir a su hotel, vaya a visitarlo a su departamento para hablar de cine. As¨ª lo hace Almendros y la conversaci¨®n se prolonga horas. A eso de las tres de la ma?ana, Manuel Puig entona una apasionada alabanza de Lana Turner, 'dulce muchacha que se esfuerza por hacer bien sus papeles'. Almendros replica que le parece 'una p¨¦sima actriz, una puta' y que la detesta. Puig abre la puerta y lo echa a la calle: 'Nadie que odie a Lana Turner puede permanecer bajo mi techo. Eres una t¨ªpica mujerzuela francesa, malvada y ¨¢cida. Eras una St¨¦phane Audran'. Con sus maletas bajo el brazo, el despachado camar¨®grafo sali¨® a buscar un taxi por las heladas calles del Soho. La pelea tuvo distanciados a los amigos varios meses.
El libro de Jill Levine est¨¢ salpicado de an¨¦cdotas, algunas divertidas como ¨¦sta, y otras conmovedoras, y a veces hasta tr¨¢gicas, que van trazando un perfil muy animado y convincente del autor de The Buenos Aires affair (su mejor novela, a mi juicio). Buena parte de su investigaci¨®n est¨¢ basada en la correspondencia de Puig con su familia -sobre todo su madre, con la que mantuvo siempre un minucioso di¨¢logo sobre las pel¨ªculas que ve¨ªa, y, tambi¨¦n, sobre la vida y milagros de los artistas de Hollywood, que segu¨ªa con devoci¨®n religiosa- y con muchos amigos, de modo que su libro documenta con gran detalle la gestaci¨®n de cada una de las obras de Puig, as¨ª como su vida privada, y su peripecia por Argentina, Italia, Estados Unidos, M¨¦xico, Brasil, y los innumerables viajes que realiz¨® por medio mundo. En sus p¨¢ginas aparecen infinidad de escritores, actores, directores, m¨²sicos, editores y aventureros de por lo menos media docena de pa¨ªses, en lo que, en muchas p¨¢ginas, adopta el aire en un vasto y risue?o fresco de las idas, venidas, intrigas, fracasos y haza?as de la fauna literaria y art¨ªstica de los a?os setenta y ochenta, a ambas orillas del Atl¨¢ntico. La rica vida homosexual de la ¨¦poca aparece tambi¨¦n, chisporroteante de an¨¦cdotas, pues Manuel Puig se entreg¨® a ella casi con la misma pasi¨®n que a las pel¨ªculas. Sus relaciones fueron innumerables, desde encuentros ocasionales -el ojo zahor¨ª de Jill Levine ha descubierto que practic¨® el sexo oral, en el ba?o de un bar del Soho londinense, con dos estrellas hollywoodenses: Stanley Baker y Yul Brinner- hasta de varios meses, pero nunca consigui¨® forjar, pese a haberse a?orado siempre, una relaci¨®n estable (en sus ¨²ltimos a?os se quej¨®, con amargura, de haberse pasado la vida 'buscando en vano un buen marido'). Todo ello contribuy¨® a esa sensaci¨®n de soledad que parece haberlo acompa?ado desde joven, y que se fue acentuando con los a?os hasta convertirse poco menos que en una neurosis en la ¨¦poca final.
El libro de Suzanne Jill Levine
se lee con mucho inter¨¦s y ser¨¢ indispensable para quienes se interesen en la obra de Puig (que ella, traductora de algunas de sus novelas al ingl¨¦s, conoce a la perfecci¨®n) y en las estrechas relaciones entre el cine y la literatura, rasgo central de la vida cultural de los a?os finales del siglo XX y que esta biograf¨ªa describe con abundante informaci¨®n y buen juicio. He detectado en sus p¨¢ginas alguno que otro error que no desmerecen en absoluto los merecimientos de un libro en el que el rigor va del brazo con la amenidad.
Sin embargo, reconocidos estos m¨¦ritos, me pregunto si, como Suzanne Jill Levine y otros cr¨ªticos piensan, la obra de Manuel Puig tiene la trascendencia revolucionaria que le atribuyen. Yo me temo que no, que ella sea m¨¢s ingeniosa y brillante que profunda, m¨¢s artificiosa que innovadora y demasiado subordinada a las modas y mitos de la ¨¦poca en que se escribi¨® como para alcanzar la permanencia de las grandes obras literarias, la de un Borges o la de un Faulkner, por ejemplo. Los grandes libros no est¨¢n hechos de im¨¢genes, como las grandes pel¨ªculas, sino de palabras, es decir, de ideas que transpiran de una sucesi¨®n de im¨¢genes, las que van constituyendo una visi¨®n, del mundo, de la vida, de la condici¨®n humana, del devenir hist¨®rico. Esta visi¨®n surge, en el esp¨ªritu del lector, al conjuro de un esfuerzo intelectual incitado por la riqueza y la funcionalidad de un lenguaje, de un estilo, del que resulta el hechizo de una obra literaria. En la obra de Puig hay im¨¢genes, laboriosa y eficientemente construidas, pero no hay ideas, ni una visi¨®n central que organice y d¨¦ significado a su mundo, ni un estilo personal. Hay fantasmas y alardes de ingenio, unas sombras chinescas a las que el malabarismo formal de quien escribe da, por momentos, un semblante de realidad, pero que luego, p¨¢ginas despu¨¦s, se esfuman como las cascadas de agua de los espejismos. La vida nunca brota del todo, alejada por la frivolidad, actitud que confunde los contenidos con los semblantes e invierte los valores, poniendo a la cabeza de ellos el parecer, no el ser.
Tal vez, por sus caracter¨ªsticas, sea la suya la obra m¨¢s representativa de lo que se ha llamado la literatura light, emblem¨¢tica de nuestra ¨¦poca. Una literatura liviana, ligera, risue?a, que renuncia a todo otro prop¨®sito que el de divertir. Que desde?a, como jactanciosa y est¨²pida, la pretensi¨®n de aquellos pol¨ªgrafos que cre¨ªan que escribiendo se pod¨ªa cambiar el mundo, revolucionar la vida, trastocar los valores, ense?ar a sentir o a vivir. No, no, nada de eso. La literatura debe aceptar lo poco que cuentan los libros ahora en las vidas de las gentes, y no fijarse designios imposibles. Aceptar que entretener, hacer pasar un rato amable, distra¨ªdo, embelesado, a un b¨ªpedo mortal -como hacen las pel¨ªculas y los programas de televisi¨®n m¨¢s populares- es una respetable y decente funci¨®n, la que compete a la literatura de una ¨¦poca veloz y ocupad¨ªsima como la nuestra, en la que con tanto trabajo, preocupaciones serias y placeres y diversiones, apenas queda tiempo a los ciudadanos para ponerse graves y reflexionar o para leer novelas que den dolores de cabeza.
? Mario Vargas Llosa 2002.
BIBLIOGRAF?A
La editorial Seix Barral empieza la Biblioteca Manuel Puig con la publicaci¨®n de su biograf¨ªa este 19 de noviembre: Manuel Puig y la mujer ara?a. Suzanne Jill Levine. Traducci¨®n de Elvio E. Gandolfo. Seix Barral. Barcelona, 2002. 416 p¨¢ginas. 21 euros. La Biblioteca contin¨²a con la reedici¨®n de El beso de la mujer ara?a, Boquitas pintadas y Pubis angelical (2002). M¨¢s adelante se editar¨¢n La traici¨®n de Rita Hayworth (2003), Sangre de amor correspondido (2004), Maldici¨®n eterna a quien lea estas p¨¢ginas (2005), Cae la noche tropical (2006) y The Buenos Aires affair (2007).
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