Rozar la segunda muerte
Esta novela de Fernando Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) trata de un viaje y su viajero, y en el arranque se instala una pregunta, pues un hombre quiere saber c¨®mo otro hombre pudo morir dos veces. El curioso, el viajero, quien desea resolver el enigma y as¨ª recomponer una historia incompleta, se llama Trist¨¢n. Amadora es el nombre de su abuela moribunda, y juntos cabalgan la memoria. Amadora es hija de quien el mar convirti¨® en ahogado, en dos ocasiones. Trist¨¢n retroceder¨¢ hasta una noche en que dos se amaron y fueron descubiertos, y un hombre desapareci¨® por primera vez. Luego el viajero avanzar¨¢ hasta rozar la segunda muerte.
Suenan voces. Son los mapas con los que Trist¨¢n se gu¨ªa para este complejo recorrido, tan dif¨ªcil; pues quien viaja camina el pasado con una memoria que no tiene, va acompa?ado de quien no quiere recordar -Amadora, la que m¨¢s sabe-, y esas voces que le marcan el rumbo se alimentan de amnesia, rumor y suposici¨®n. Complicado peregrinaje. El lector se aturde. No en los vaivenes del tiempo, sino cuando navega un tumulto de palabras bonitas que s¨®lo le permiten surcar la superficie del texto, sin adentrarse en ¨¦l. Oye, pero apenas escucha -quien esto escribe, apenas escucha. Comienza a interesarse cuando despeja la hojarasca y vislumbra que en este viaje, lector y caminante llevan el mismo ritmo. Avanzan o no, seg¨²n se vaya escribiendo el texto dentro de la novela, y Amadora lo certifique o lo niegue. Ella manda.
ISLA SIN MAR
Fernando Delgado Planeta. Barcelona, 2002 273 p¨¢ginas. 18 euros
El lector presta atenci¨®n
cuando esa complicidad que se establece entre abuela y nieto le lleva a las voces roncas de una isla cuya tierra no parece ba?ada por el mar. Al fondo susurra el motor de una avioneta y el balanceo que mece a Amadora, la mujer que cuenta cuanto m¨¢s calla. El lector contempla interesado el interior de una casa recortado en el marco de una ventana, pues le habla el sonido de una esp¨¢tula que escama las capas de pintura de un cuadro, el instrumento lo maneja un hombre solitario perdido en la memoria de una madre a la que nunca mir¨® y a quien algunos llamaron bruja. En otros momentos asoma el miedo y el viajero recobra el recuerdo de una cabalgata de sombras, ellas dicen c¨®mo una mujer sola, otra sombra, es arrancada de su casa. El lector tambi¨¦n est¨¢ ah¨ª.
En Isla sin mar, los lazos entre autor y lector se estrechan cuando este ¨²ltimo se siente compa?ero del viajero, de alguien intrigado, curioso y deseoso de contar una historia que frag¨¹e, decidido a que el cuaderno de viajes sea una novela de amnesia y silencios. Y esto importa pues uno entra en la venta y se acoda en la mesa, con el olor a lej¨ªa reciente y espera a ver qui¨¦n cruza la puerta y le cuenta su propia versi¨®n de la historia del ahogado, ese hombre al que el mar se trag¨® dos veces. Es en esos pasajes broncos, donde los silencios cuentan, cuando el lector -esta lectora- se siente mejor lector.
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