Los europe¨ªstas espa?oles
La memoria de la lucha por la democracia comienza a salir, mal que les pese a sus historiadores oficiales, del pozo en el que la precipit¨® la transici¨®n. Los libros y testimonios sobre la guerra civil y sobre las v¨ªctimas republicanas del franquismo se multiplican y empujan a acabar de construir la memoria democr¨¢tica de ese periodo.
Por ello es tan importante que verifiquemos la pertinencia de los materiales de esa construcci¨®n. En el art¨ªculo El 25? aniversario de Espa?a en el Consejo de Europa, su autor, F¨¦lix Santos, se refiere a la Asociaci¨®n Espa?ola de Cooperaci¨®n Europea (AECE) -que durante casi treinta a?os agrup¨® a representantes de las grandes familias pol¨ªticas democr¨¢ticas espa?olas y fue un instrumento capital para la conquista de las libertades en nuestro pa¨ªs- e incluye una lista de sus principales directivos. En la que ni fueron todos los que est¨¢n, ni est¨¢n todos los que fueron. Citar a Miguel Boyer y a Joaqu¨ªn Garrigues, de presencia tan evanescente y tard¨ªa o situar en Espa?a a Enric Adrooher Gironella exiliado en Bruselas y Par¨ªs, s¨®lo puede inducir a confusi¨®n y desconcierto.
Sobre todo si se omiten los nombres de sus cuatro presidentes -Francisco de Luis, Jos¨¦ Yanguas Messia, Valent¨ªn Andr¨¦s ?lvarez y Jos¨¦ Mar¨ªa Gil Robles- y los de personalidades pol¨ªtico-europe¨ªstas tan activos en aquellos a?os (1955-1975) como Dionisio Ridruejo, Fernando Baeza, Carlos
Br¨², Jos¨¦ Mar¨ªa Moutas, Carmelo Cembrero, Jes¨²s Prados Arrarte, Juan Carlos Guerra Zunzunegui, Vicente Pini¨¦s, Jos¨¦ Luis Ruiz Navarro, Francisco Cantera Burgos, Juan Luis de Sim¨®n Tobalina, tres diplom¨¢ticos siempre disponibles -Fernando Mor¨¢n, Rafael M¨¢rquez y Juan Dur¨¢n-Loriga- y al autor de esta carta.
Todo esto, adem¨¢s, figura en el libro Franquismo y Constituci¨®n Europea, de Antonio Moreno (Tecnos, 1998).
Cuando se constituye el Consejo de Europa en 1949, el Reino Unido se opone a que asuma la condici¨®n de C¨¢mara pol¨ªtica, que le hab¨ªa confiado el Congreso de La Haya al proponer un a?o antes su creaci¨®n, conden¨¢ndolo a la esterilidad y a la insignificancia. Afortunadamente, el Consejo encuentra en los derechos humanos y en la acci¨®n cultural las dos grandes razones de su existencia. Apoyado en ellas, a la par que en el Tribunal de Derechos Humanos y en el Consejo de Cooperaci¨®n Cultural, se convierte en el marco esencial de las transiciones democr¨¢ticas europeas, primero para los pa¨ªses del sur, y luego para los del centro y el este de Europa. Por ello, los dem¨®cratas espa?oles del interior y del exilio, al querer en 1960 proclamar conjuntamente su vocaci¨®n europea, intentan hacerlo en primer lugar desde el Consejo de Europa, lo que no fue posible; proyectan luego reunirse bajo su patrocinio en 1961 en Mallorca, lo que tampoco se logr¨®, y acab¨® consigui¨¦ndose, al amparo del Movimiento Europeo, en M¨²nich en junio de 1962 (el contubernio a que se refiere el art¨ªculo). Finalmente, el Consejo de Europa fue, a pesar de las maniobras de la dictadura, una eficac¨ªsima plataforma de encuentro -a?os 75, 76 y 77- de las dos grandes organizaciones antifranquistas -Junta y Plataforma- con las fuerzas democr¨¢ticas europeas.-
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