Gente guapa
Yo conoc¨ª a una chica que me confes¨® una vez que le pagaron un mont¨®n de dinero por salir diciendo en la tele que se hab¨ªa liado con diez mil hombres. "Pero, ?de verdad has hecho el amor con tanta gente?", le pregunt¨¦. "?Qu¨¦ va!", fue su franca respuesta. Lejos de censurarla, intent¨¦ planificar con ella su propio desparpajo. No hac¨ªan falta diez mil hombres, simplemente deb¨ªa escoger adecuadamente al personaje famoso, y declarar p¨²blicamente que se hab¨ªa liado con ¨¦l. Largo tiempo estuvimos consultando las listas de personajes famosos que ten¨ªamos m¨¢s a mano, y los sistemas m¨¢s maquiav¨¦licos para seducirlos.
Yo le dije a mi amiga que el carnicero de la esquina era bastante famoso en el barrio, porque seg¨²n las se?oras era apol¨ªneo y hab¨ªa que ver c¨®mo cortaba las chuletas, pero ella nada, erre que erre, me hizo un moh¨ªn de desprecio y me dijo que de un actor, cantante, arist¨®crata, televisivo, deportista o miembro de la realeza no bajaba. Por ejemplo, le gustaba el pr¨ªncipe Felipe. Tiempo tard¨¦ en convencerla de que, siendo realistas, no era el objetivo adecuado, aunque pareciese contradictorio.
As¨ª estuvimos toda la tarde, y yo la imaginaba en brazos de personajes m¨¢s cercanos, como aquel chaval conocido en el barrio, y es que los famosos de al lado no le gustaban, prefer¨ªa los famosos que estaban lejos, en el Olimpo, y desgraciadamente esas eran piezas dif¨ªciles. Pero ella no se arredraba ante ninguna dificultad. "?No puede una plebeya lista convertirse en princesa?", argumentaba, "?Qui¨¦n dice que no estuve con Bert¨ªn Osborne yo tambi¨¦n?". Y la verdad es que sus reivindicaciones no eran absurdas. Ten¨ªa perfecto derecho, un mont¨®n de argumentos irrebatibles y tal vez m¨¢s imaginaci¨®n que muchos de aquellos que ya sal¨ªan por la tele.
"Por lo menos, elige a un t¨ªo enrollao", le aconsej¨¦, pero ella me mand¨® a la porra. Despu¨¦s de un largo silencio, que parec¨ªa el sordo pre¨¢mbulo a una idea genial, se le iluminaron los ojos y grit¨® un "?Ya lo tengo!" emocionado. Yo le pregunt¨¦ a qui¨¦n hab¨ªa escogido por fin, pero al principio no quiso responderme. Insist¨ª, supliqu¨¦, y ella, casi balbuceando, contest¨®: "A Dios". Yo, un tanto aburrido, me cercior¨¦ de que era cierto lo que o¨ªan mis o¨ªdos: "?A Dios?". "Claro", corrobor¨® ella, "?l es uno de los m¨¢s famosos". Suspir¨¦. "?No es demasiado famoso?". Pero ella no me hizo caso. Cuando nos despedimos, le ped¨ª por favor que me avisase antes de ingresar en el convento.
Durante un tiempo no volv¨ª a ver a mi amiga, hasta que un d¨ªa me la encontr¨¦ en el supermercado y fue la gran sorpresa. Estaba embarazada. Empujaba su carrito con parsimonia y recuerdo que entre las latas y las pizzas congeladas asomaba una revista del coraz¨®n. Despu¨¦s del par de besos de rigor, m¨¢s que interrogar, constat¨¦ la realidad con sorpresa: "?Est¨¢s embarazada!". Un tanto ligeramente, respondi¨®: "Pues mira, es que me he casado". "?Con qui¨¦n?", pregunt¨¦ yo. "?No te lo imaginas?", se limit¨® a contestar. Ante mi negativa, me dio pistas: "Es un chico apol¨ªneo del barrio que corta muy bien las chuletas".
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