De la justicia y de la humillaci¨®n
?Para cu¨¢ndo la reforma de la justicia? Los gobiernos pasan, pero la justicia sigue igual, sin los recursos necesarios para dar el servicio que la sociedad merece. El PP y el PSOE anunciaron con gran aparato un pacto por la justicia. ?Alguien ha visto consecuencias pr¨¢cticas reales de este pacto? ?D¨®nde est¨¢n los recursos necesarios? La sanidad, la educaci¨®n y la justicia son los tres servicios b¨¢sicos que el Estado debe dar a la ciudadan¨ªa. El cuarto, la seguridad, es, en buena parte, funci¨®n de los otros tres. Del Gobierno central a las administraciones auton¨®micas, sanidad y educaci¨®n son preocupaciones recurrentes, pero la justicia siempre queda en segundo plano. S¨®lo sale de ¨¦l por su politizaci¨®n en cuestiones que tienen que ver con los altos tribunales o por la petici¨®n de juicios r¨¢pidos y prisiones provisionales que hacen los alcaldes cuando la percepci¨®n de inseguridad ciudadana sube. Pero el nivel de la justicia de un pa¨ªs no se mide por el Tribunal Supremo o por el Consejo General del Poder Judicial, se mide por el buen funcionamiento de la justicia cotidiana. Es decir, de la justicia que afecta al com¨²n de los ciudadanos. Y, para ello, se necesitan cambios culturales de fondo, como una concepci¨®n realmente democr¨¢tica que acorte la distancia entre jueces y ciudadanos, que no se improvisan en dos d¨ªas, pero tambi¨¦n es preciso solucionar problemas pr¨¢cticos, como el buen funcionamiento de la oficina judicial, que es b¨¢sico porque s¨®lo con los recursos necesarios se puede tener una justicia de calidad en todos los sentidos. Empezando por la debida atenci¨®n a las v¨ªctimas que a menudo son los que m¨¢s sufren la escasa sensibilidad de lo burocr¨¢tico.
Estos d¨ªas se celebra el juicio por el secuestro de Olot. El largo camino de 10 a?os que se ha necesitado para llegar hasta aqu¨ª es un compendio de los defectos de la justicia: los sucesivos cambios de juez, en un juzgado de tr¨¢nsito en el escalaf¨®n; la falta de medios para que la instrucci¨®n tenga el rigor exigible; la evidencia de que estos juzgados de primera instancia no est¨¢n preparados para instruir casos poco habituales que les desbordan por completo. Un sinf¨ªn de factores han permitido esta demora inaceptable en la acci¨®n de la justicia y que durante varios a?os la secuestrada haya tenido que convivir en la misma ciudad con algunos de sus secuestradores, que no s¨®lo estaban en libertad sino que quienes eran polic¨ªas municipales de la ciudad segu¨ªan cobrando, por orden judicial, sus sueldos con los complementos incluidos. Es demasiado. Evidentemente, todo ciudadano tiene la plenitud de sus derechos hasta que sea condenado. Pero este principio indiscutible casa mal con una justicia que se demora tanto tiempo, y puede acabar convirti¨¦ndose en una injusticia. ?Era tan dif¨ªcil nombrar un juez de refuerzo que permitiera al encargado del caso liberarse de otras actividades? ?Cu¨¢ndo entender¨¢n las administraciones p¨²blicas que el mejor garantismo judicial, para todos, tambi¨¦n para las v¨ªctimas, exige celeridad y rigor en las instrucciones? Se llega al juicio sin que ni siquiera est¨¦ clara la conexi¨®n entre todos los acusados, y con el extra?o interrogante que plantea el hecho de que la acusaci¨®n particular exculpe a dos de ellos.
Con todo, hay otras lecciones m¨¢s importantes del secuestro de Olot. La primera es la constataci¨®n, una vez m¨¢s, de la tr¨¢gica banalidad de la violencia. Como dice Wolfgang Sofsky, "los grandes cr¨ªmenes no necesitan grandes ideas". Bastan los instintos b¨¢sicos: el impulso de matar, el deseo de un bot¨ªn, la envidia y los celos. Lo que no est¨¢ claro es c¨®mo se da el paso de la envidia al secuestro o al asesinato. Hay mucha gente torturada por los celos o por la envidia que no se convierten nunca en asesinos. Por mucho que se sepan los m¨®viles, lo que hace que un hombre corriente se convierta en asesino es a la vez banal y misterioso. Ninguna sociedad ha conseguido eliminar la violencia de su seno. Pero lo que est¨¢ claro es que la crueldad busca deshumanizar tambi¨¦n a la v¨ªctima. El testimonio de I?aki, el que decidi¨® soltar a Maria ?ngels Feliu, es un monumento de crueldad a?adida. Sin ning¨²n rubor, el verdugo se presenta como redentor. Entonces, ?por qu¨¦ esper¨® m¨¢s de 400 d¨ªas?, le pregunt¨® el tribunal.
Tengo la tentaci¨®n de decir que, en I?aki, la deshumanidad se hizo carne, si no fuera que ¨¦ste ser¨ªa el peor enga?o porque comportamientos como el de I?aki precisamente lo que confirman es que nada inhumano es ajeno a la humanidad, y que la crueldad forma parte de los atributos del hombre. Por eso, Zygmut Baumann sugiere que la cuesti¨®n no es tanto la inhumanidad como la humillaci¨®n. Hablamos de humillaci¨®n cuando "la necesidad se impone por encima y contra la posibilidad". Maria ?ngels Feliu fue una mujer humillada durante su cautiverio porque se le negaba cualquier posibilidad; es decir, cualquier libertad. I?aki, al presentarse como su redentor, la humilla de nuevo porque convierte la decisi¨®n de soltarla en un acto de compasi¨®n del torturador, como si tuviera derecho a disponer a su antojo de la suerte de Maria ?ngels. Afortunadamente, el buen criterio del tribunal evitar¨¢ que la Feliu, a la hora de declarar, se encuentre con sus presuntos torturadores. Pero, sin duda, una justicia m¨¢s eficaz podr¨ªa haberle evitado la humillaci¨®n de reconstruir todo lo que pas¨®, otra vez, 10 a?os despu¨¦s; es decir, cuando ella deber¨ªa haber completado el ciclo de retorno a la vida sobre la base de la elaboraci¨®n del trauma y del olvido. Y hubiera exigido a los acusados que dieran la cara ante la justicia y no se escondieran detr¨¢s de rid¨ªculos disfraces. La dilaci¨®n en la resoluci¨®n del caso y las muchas sombras que todav¨ªa existen en torno a la instrucci¨®n son una forma de humillaci¨®n suplementaria de la v¨ªctima que hace que una justicia con tantos impedimentos sea menos justicia.
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