Los microgramas de Robert Walser
Cuando Robert Walser muri¨®, a los 78 a?os, el d¨ªa de Navidad de 1956, durante un paseo por las monta?as nevadas en las inmediaciones del asilo psiqui¨¢trico del que hab¨ªa sido hu¨¦sped cerca de veintinueve a?os, situado en su regi¨®n natal, en la Suiza germ¨¢nica, desapareci¨® por cierto uno de los mayores escritores de expresi¨®n alemana del siglo XX, cuyo genio hab¨ªa sido saludado por Kafka, Musil, Walter Benjamin y Canetti entre otros, pero tambi¨¦n sali¨® a la luz del d¨ªa una buena parte hasta entonces ignorada de su obra, que el mundo conoce con el nombre t¨¦cnico de microgramas, forjado por los pacientes investigadores que desde hace cuarenta a?os se ocupan de descifrarlos, pero que Walser llamaba el m¨¦todo del l¨¢piz.
"El uso de papeles que el azar pon¨ªa a su alcance coincide con el principio de Walser seg¨²n el cual cualquier acontecimiento merece ser tema para la poes¨ªa", dice Morlang
Se trata de una considerable cantidad de manuscritos, 526 para ser exactos, compuestos con una caligraf¨ªa g¨®tica microsc¨®pica, que ¨²nicamente puede ser parcialmente le¨ªda a trav¨¦s de poderosos lentes de aumento. Seg¨²n Carl Seelig, el redescubridor moderno de Walser, que fue a visitarlo por primera vez al asilo el 26 de julio de 1936, y continu¨® haci¨¦ndolo regularmente hasta la muerte del escritor, "esa escritura secreta, indescifrable, inventada por el poeta en los a?os veinte, desde el principio de su melancol¨ªa, debe ser sin duda explicada como una fuga t¨ªmida fuera del alcance del p¨²blico...". Pero ese juicio de Seelig, en el que vibra la justa amargura de quien no ignoraba la indiferencia con que los contempor¨¢neos de Walser hab¨ªan recibido sus obras publicadas antes de entrar al asilo, puede crear cierta confusi¨®n, induci¨¦ndonos a pensar que la dif¨ªcil legibilidad de esos textos los pone fuera de la literatura, cuando en realidad, a medida que fueron siendo descifrados, revelaron algunos fragmentos esenciales de la obra.
A decir verdad, una parte de los microgramas ha sido ya descifrada, en tanto que el resto va entregando lentamente sus secretos, parcial o totalmente. Las dificultades provienen no solamente del tama?o de la letra y de sus singularidades grafol¨®gicas, sino tambi¨¦n de ciertos rasgos espec¨ªficos de la escritura g¨®tica, y tambi¨¦n de la textura misma del papel en el que los fragmentos han sido escritos. En una hoja de papel normal, una escritura de tama?o corriente no sufre demasiadas alteraciones al atravesar un defecto de la superficie: a lo sumo una letra o un fragmento de letra aparecen deformados, sin atentar contra la legibilidad del texto. En los microgramas de Walser, una motita, una anfractuosidad u otra casi invisible imperfecci¨®n material del papel, perturba la lectura de una s¨ªlaba, de una palabra, mono o bisil¨¢bica, y puede ocultar el sentido de una frase y, si se repite varias veces, a¨²n de un texto entero. Y justamente, es el papel que Walser acostumbraba utilizar, lo que ha suscitado entre sus cr¨ªticos y sus bi¨®grafos, las m¨¢s perplejas reflexiones.
En algunos casos, el tama?o de las hojas no excede los 8¡Á17 cent¨ªmetros; pero si a veces Walser trabajaba con hojas m¨¢s grandes, las aprovechaba al m¨¢ximo, anotando en ellas varios textos a la vez, que hab¨ªa venido elaborando mentalmente y conservando en su memoria excepcional, de modo que cuando los asentaba en el papel su casi invisible caligraf¨ªa, de prolija y sorprendente regularidad, no presentaba ni tachaduras ni errores ni enmiendas. Para hacerse una idea aproximativa del tama?o de su escritura, basta saber que seg¨²n Werner Morlang, uno de los m¨¢s denodados exploradores del Archivo Robert Walser, de 34 hojas de microgramas se extrajeron dos libros enteros, la novela El bandido, que en la versi¨®n francesa editada por Gallimard tiene 152 p¨¢ginas, y la serie de escenas y de textos breves (g¨¦nero en el que Walser alcanz¨® las cimas de su arte) que, con el t¨ªtulo general de F¨¦lix fueron descifrados y editados en 1972 por Jochen Greven y Martin J¨¹rgens. Pero es en la mayor¨ªa de los casos la singular predilecci¨®n por ciertos tipos inusitados de papel lo que ha generado m¨¢s especulaciones.
Walser acostumbraba escribir en hojas de almanaque (que sol¨ªa cortar por la mitad), en reversos de facturas, de volantes, de sobres ya utilizados. A menudo, nuevos textos eran escritos en el dorso de alguna tarjeta postal e incluso en el de alguna circular impresa con la que tal o cual revista le comunicaba el rechazo de alg¨²n texto anterior enviado para la publicaci¨®n. La constante en la utilizaci¨®n de ese soporte material (con la curiosa particularidad en muchos casos de que el texto tiene una extensi¨®n que coincide casi al mil¨ªmetro con el tama?o de la hoja) ha sugerido a los estudiosos de la obra de Walser la hip¨®tesis de que es el tipo de papel y su formato lo que originaba en ¨¦l el proceso de escritura. Y Morlang dice: "Podemos se?alar la afinidad, generadora de inspiraci¨®n, entre los materiales y la pr¨¢ctica de la escritura que deb¨ªa constituir para Walser uno de los encantos mayores de su m¨¦todo. El uso frecuente de papeles que el azar pon¨ªa a su alcance coincide con el principio po¨¦tico y ¨¦tico de Walser seg¨²n el cual no importa qu¨¦ acontecimiento, por cotidiano y banal que pueda parecer, merece ser tema para la poes¨ªa".
Los juicios que han suscitado sus primeros textos en sus confidenciales aunque conspicuos admiradores, confirman que el car¨¢cter contingente, ajeno a cualquier finalidad externa, es la virtud m¨¢s exaltante de su literatura. Para Canetti, Walser es un escritor sin motivo, en tanto que Benjamin considera su prosa como una depravaci¨®n de la lengua totalmente fortuita y sin embargo atrayente y fascinante. Y Robert Musil escribi¨® que tal vez la prosa de Walser podr¨ªa no ser m¨¢s que un juego, pero no un juego literario, sino un juego humano, ¨¢gil y armonioso, desbordante de imaginaci¨®n y de libertad, y que ofrece toda la riqueza moral de esas jornadas de ocio, in¨²tiles en apariencia, en las que nuestras convicciones m¨¢s firmes se deshacen en una agradable indiferencia.
En realidad, encontrar la inspiraci¨®n en el papel, en el lugar, en la mesa donde se escribe, es un hecho bastante corriente y en general bien aceptado por la opini¨®n p¨²blica. Pero lo que podr¨ªa generar ciertas resistencias en nuestro mundo finalista y utilitario es la afirmaci¨®n de que un pedazo de papel destinado al canasto posee una energ¨ªa m¨¢s fuerte que los imperativos est¨¦ticos; morales, filos¨®ficos o sociales, una energ¨ªa ausente de esos imperativos y dotada de la rara capacidad de fundar una obra literaria. La afirmaci¨®n de que hasta las obras m¨¢s representativas de los valores que enorgullecen a cualquier cultura no existir¨ªan sin esa dependencia irracional respecto de un est¨ªmulo privado, totalmente irrelevante en el seno de esa cultura, y, a causa de su misma irrelevancia, postul¨¢ndose incluso como su negaci¨®n. La afirmaci¨®n de que esa aparente singularidad de Walser que, con el pretexto de que estuvo encerrado en un psiqui¨¢trico durante casi treinta a?os muchos estar¨ªan tentados a cargar en la cuenta de la demencia, es en realidad el modelo fiel de toda creaci¨®n literaria.
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