Discreto, esc¨¦ptico y generoso
Dentro de un tiempo, la mayor¨ªa de la gente no creer¨¢ que Jos¨¦ Hierro ha existido o pensar¨¢ que, al hablarles de ¨¦l, no contamos la verdad. Porque, por mucho que uno busque, no es f¨¢cil encontrar personas de su clase, ni en el mundo de la literatura ni en ning¨²n otro. En un terreno tan proclive a la vanidad, la desesperaci¨®n y los rencores como lo es el de la poes¨ªa, Jos¨¦ -que nunca fue Jos¨¦, sino Pepe para todo el mundo- Hierro nunca cay¨® en ninguna de esas tres cosas. Fue, desde los tiempos iniciales de Tierra sin nosotros (1947) o Alegr¨ªa (1947) hasta sus ¨²ltimas obras, Agenda (1991) y Cuaderno de Nueva York (1998), un escritor importante y respetado que se pas¨® media vida quit¨¢ndole trascendencia a su obra y cambiando los elogios que recib¨ªa de los dem¨¢s por un poco de su modestia y su escepticismo de siempre. Fue, tambi¨¦n, uno de esos escritores que, de la noche a la ma?ana, dejan de escribir, tal vez para siempre, como Rimbaud o como Jaime Gil de Biedma, pero cada vez que alguien le quer¨ªa dar una justificaci¨®n m¨¢s o menos heroica a su silencio de casi veinticinco a?os, ¨¦l se dedicaba a quedarse sin coartadas: "?La censura? ?La situaci¨®n pol¨ªtica de Espa?a? ?Por qu¨¦ iba a dejar de escribir por eso?", sol¨ªa repetir. "Si me call¨¦ es porque no ten¨ªa el impulso de hablar y si no publico lo poco que hago es porque no me sale nada que merezca la pena, nada mejor que lo que ya hice".
Poeta importante y respetado, se pas¨® media vida quit¨¢ndole trascendencia a su obra y cambiando los elogios por un poco de modestia
Sin embargo, a principios de los noventa, Hierro volvi¨® a sufrir una metamorfosis, se convirti¨® en un resucitado y el impacto tremendo de Agenda y, despu¨¦s, Cuaderno de Nueva York lograron algo a¨²n m¨¢s inaudito: no s¨®lo es que nunca estuviese infectado ni por la vanidad ni por la desesperaci¨®n, sino que ni siquiera fue tocado por el rencor. Ni por el rencor propio ni por el ajeno. El lugar de su obra dentro de la literatura espa?ola de posguerra ya le hab¨ªa propiciado, desde luego, un sitio de honor. Pocos discuten que su figura es, junto a la de Blas de Otero, la m¨¢s poderosa de su promoci¨®n. Pocos discuten, tambi¨¦n, el car¨¢cter irreemplazable de sus t¨ªtulos de los cincuenta y los sesenta, Quinta del 42 (1953), Cuanto s¨¦ de m¨ª (1957) y, sobre todo, lo que muchos a¨²n consideramos su cumbre como poeta, el extraordinario Libro de las alucinaciones (1964), donde sus versos alcanzaron una profundidad inolvidable y donde hay poemas estremecedores y ya m¨ªticos como 'Canci¨®n del ensimismado en el puente de Brooklin', 'Los andaluces', 'Estatua mutilada', 'Cae el sol', 'Mis hijos me traen flores de pl¨¢stico' o 'El h¨¦roe', donde se habla de "lo eterno y lo que pasa (...) / (...) la armon¨ªa / de quien naci¨® y ha muerto muchas veces".
Pese a su posici¨®n de privilegio en nuestras letras, fijada, por ejemplo, en los estudios de Aurora de Albornoz (Jos¨¦ Hierro, de 1982) y Susana Cavallo (La po¨¦tica de Jos¨¦ Hierro, de 1987) sobre su obra, Pepe Hierro nunca sufri¨®, como digo, la envidia de nadie. Pero a¨²n le quedaba otra prueba que pasar. Hab¨ªa manejado con mano firme su prestigio, ese ed¨¦n sin manjares por el que suelen pelear los poetas de nuestro pa¨ªs, pero ?qu¨¦ pasar¨ªa si alguna vez le llamaba el ¨¦xito? Cuando public¨® Cuaderno de Nueva York, un libro que lo catapult¨® a la fama y que fue recompensado con una cascada de premios de primera magnitud, ocurri¨® algo inaudito: empez¨® a tener seguidores a miles y, sin embargo, sigui¨® sin tener enemigos. Incre¨ªble, a Hierro no pudo hacerle da?o ni siquiera el oscuro rencor que los poetas sin suerte suelen sentir contra los afortunados. Un milagro.
Jos¨¦ Hierro es el primer poeta que vi en mi vida, porque era el padre de uno de mis compa?eros del colegio Virgen de Europa. Y si ya nos extra?aba a todos que cuando hac¨ªamos el recuento de los oficios de nuestros padres hubiera uno que contestaba, ni m¨¢s ni menos, que el suyo era "poeta", cuando le pusimos los ojos encima nos quedamos perplejos. ?As¨ª eran, entonces, los poetas, tan espectaculares, tan raros, tan extraordinarios? No, no lo son, excepto ¨¦l, un hombre especial por la parte de dentro y por la de fuera. Un hombre al que el trato hac¨ªa cada vez m¨¢s grande, gracias a su generosidad, su sentido del humor, su bondad, su modestia y su inteligencia. Su escritura, tambi¨¦n distinta a todas, magn¨¦tica y cercana, tiene un sitio asegurado en el futuro y va a llevarle, por lo tanto, la contraria a estos versos de 'Brahms, Crara, Schumann', el mejor poema de Agenda: "?Comprendes, amor m¨ªo, que nunca llegar¨¦ a tu lado / por culpa de este sue?o, que es mi b¨¢lsamo y mi enemigo? / Yo nunca llegar¨¦ a tu lado". Es justo al rev¨¦s, Pepe Hierro estuvo aqu¨ª desde el principio y lo estar¨¢ para siempre.
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