'Sin rastro de nosotros'
"Sois todos unos canallas y t¨² el primero, J¨¢uregui", nos gritaba una se?ora que, supongo militante del PNV, reprochaba a los representantes del ?Basta Ya! portar unos globos con su emblema. Fui al encuentro de estos pacifistas y sal¨ª en su defensa cuando fueron insultados y abucheados en la manifestaci¨®n del 22 de diciembre en Bilbao, porque semejante injusticia golpeaba mi conciencia. Pero el incidente reflejaba algo m¨¢s: la profunda sima que se abre entre nosotros. M¨¢s a¨²n, el odio que aflora hacia el adversario, cada vez m¨¢s intensamente.
Euskadi est¨¢ pre?ada de divisi¨®n y de fractura social. Muchos se empe?an en amortiguar este diagn¨®stico atribuyendo estos s¨ªntomas s¨®lo a la clase pol¨ªtica, pero se equivocan. La pol¨ªtica est¨¢ extendiendo hacia la sociedad su manto de enfrentamiento por todo y para todo. Hasta para decir "no" a ETA. Incluso dentro del llamado bloque constitucionalista nos miramos con recelo en funci¨®n de estrategias y actitudes m¨¢s o menos firmes respecto al nacionalismo gobernante. Dirigentes socialistas razonamos la conveniencia de acudir al llamamiento de Ibarretxe contra ETA mientras otros explicaban su no asistencia. Lo mismo ocurri¨® en el PP. ?Basta Ya! razon¨® su presencia y el Foro de Ermua lo contrario.
La vieja divisi¨®n entre nacionalistas y no nacionalistas que fuimos capaces de superar a partir de 1987 con el Pacto de Ajuria-Enea y la coalici¨®n de pluralidad PNV-PSE ha vuelto a instalarse con pasiones renovadas y reforzadas. Desde 1998, con el Pacto de Lizarra, la senda de la unidad nacionalista y el giro soberanista del PNV han situado a Euskadi en un camino hacia no se sabe d¨®nde. Pero, sea cual sea ese destino pol¨ªtico, lo incuestionable es que la sociedad se rompe sin remedio.
En miles de familias no se puede hablar de pol¨ªtica. En la m¨ªa, por ejemplo, en la que somos diez hermanos, ciertos temas est¨¢n vedados. En las cuadrillas de amigos, salvo que sean pol¨ªticamente uniformes, pasa lo mismo. Todos estamos etiquetados en funci¨®n de nuestra posici¨®n pol¨ªtica ante el conflicto: desde los grupos pacifistas hasta los peri¨®dicos; desde los curas a los intelectuales. Innumerables signos sociales o s¨ªmbolos culturales son fronteras, en vez de elementos de cohesi¨®n. El idioma que hablas, la TV que ves, el colegio de tus ni?os, el peri¨®dico que lees, las banderas, el folclore, las fiestas populares, hasta los colores; casi todo en Euskadi tiene una interpretaci¨®n pol¨ªtica en clave grupal. Los argumentos contra "los otros" se retroalimentan sin cesar. Cada d¨ªa a?adimos nuevos reproches y nuevas acusaciones que elevan las respectivas trincheras sociales (la ¨²ltima encuesta del Gobierno Vasco acredita que crecen los bloques enfrentados). Lo que dice Joaqu¨ªn Sabina en uno de sus poemas, aunque hablando del amor, podr¨ªa aplicarse a nuestro pa¨ªs: "... y cada vez peor, y cada vez m¨¢s rotos / y cada vez m¨¢s t¨² y cada vez m¨¢s yo / sin rastro de nosotros".
El d¨ªa anterior a la manifestaci¨®n de Bilbao que coment¨¢bamos al principio anduve de compras en San Sebasti¨¢n. Era la fiesta de Santo Tom¨¢s. Toda la provincia se concentra en la parte vieja en una gran fiesta popular. Muchos j¨®venes se visten con las prendas t¨ªpicas del caser¨ªo y expresan, o por lo menos as¨ª lo percibimos, una fuerte reivindicaci¨®n identitaria. En poco m¨¢s de dos horas me sucedieron varias cosas que reflejan este ambiente que denuncio. Una amiga, viuda de un compa?ero y amigo asesinado por ETA, me traslad¨® todas su quejas sobre la evoluci¨®n pol¨ªtica del PSE, y en particular su decepci¨®n por nuestra falta de firmeza contra el PNV. Un conocido nacionalista me reproch¨® el seguidismo que, a su juicio, hace el PSOE del PP en la pol¨ªtica vasca. Un viejo liberal donostiarra me expres¨® su hartazgo de la cultura y de la sociedad nacionalista, y entre unos y otros mi escolta me advirti¨® de que un grupo de Batasuna se estaba concentrando en mi entorno, por lo que decidimos coger el coche y largarnos de la ciudad. Puede ser una visi¨®n subjetiva, pero es real como la vida misma. Al d¨ªa siguiente en Bilbao, cuando la gente del PNV gritaba e insultaba a Savater y compa?¨ªa, explot¨¦.
No soy sospechoso de antinacionalismo. Gran parte de mi vida pol¨ªtica se explica en esa aspiraci¨®n de convivencia en paz construida juntos, es decir, junto a ellos. Deploro mucho de lo que se dice y hace contra los nacionalistas fuera de Euskadi. No comparto mucho de lo que el Gobierno y el PP han hecho, hacen y no hacen en Euskadi. Pero a la hora de definir las responsabilidades de este rumbo suicida al que se encamina la nave vasca, tengo que se?alar, una vez m¨¢s, al PNV. En primer lugar, porque siendo el partido mayoritario y gobernando Euskadi desde hace 22 a?os ha dado un grav¨ªsimo giro a su estrategia, abandonando el Estatuto y proponiendo un plan soberanista inconstitucional. En segundo, porque ese proyecto intenta atraer al conjunto del mundo nacionalista, especialmente a la izquierda abertzale, que queda hu¨¦rfana ante la posible ilegalizaci¨®n de Batasuna y el debilitamiento policial de ETA y sus organizaciones afines. (No es casual que el Euskobar¨®metro se?ale a esos votantes como los m¨¢s ilusionados con el plan Ibarretxe). Esta estrategia es, se quiera reconocer o no, una oferta futura de unidad nacionalista y, junto al proyecto soberanista, es percibida por la comunidad no nacionalista como agresiva e impositiva.
A?adamos a todo ello la falta de compasi¨®n con los perseguidos. No es un reproche injusto afirmar que los cargos p¨²blicos del PP o del PSOE, los jueces, periodistas, pacifistas, intelectuales, etc¨¦tera, que son objetivamente v¨ªctimas de un terrorismo nacionalista no se sienten acompa?ados o defendidos, ni suficiente ni pol¨ªticamente, por las autoridades nacionalistas.
Pero hay un reproche principal que brota estos d¨ªas, a la luz de estos acontecimientos que enmarcan este art¨ªculo ?Qu¨¦ quedar¨¢ de una comunidad tan dividida? ?Cu¨¢l es el proyecto de pa¨ªs que permita convivir a ciudadanos con sentimientos identitarios tan encontrados y tan exacerbados? ?Estamos avanzando hacia la conjugaci¨®n de un "nosotros" com¨²n a la ciudadan¨ªa vasca o, por el contrario, nos estamos enrocando en dos comunidades enfrentadas? Incluso desde la concepci¨®n de "pueblo vasco" m¨¢s querida para el nacionalismo, ?qu¨¦ pueblo quedar¨¢? ?Cu¨¢l ser¨¢ su ethos y su demos? ?S¨®lo los nacionalistas en dos peque?as provincias? Cualquiera que sea el significado que pudi¨¦ramos dar al "nosotros" vasco, siempre estar¨¢ configurado por ciudadanos libres y con derechos, en una pluralidad inevitable y enriquecedora, sujetos a un orden democr¨¢tico de convivencia. Esto es lo que Ibarretxe
"Sois todos unos canallas y t¨² el primero, J¨¢uregui", nos gritaba una se?ora que, supongo militante del PNV, reprochaba a los representantes del ?Basta Ya! portar unos globos con su emblema. Fui al encuentro de estos pacifistas y sal¨ª en su defensa cuando fueron insultados y abucheados en la manifestaci¨®n del 22 de diciembre en Bilbao, porque semejante injusticia golpeaba mi conciencia. Pero el incidente reflejaba algo m¨¢s: la profunda sima que se abre entre nosotros. M¨¢s a¨²n, el odio que aflora hacia el adversario, cada vez m¨¢s intensamente.
Euskadi est¨¢ pre?ada de divisi¨®n y de fractura social. Muchos se empe?an en amortiguar este diagn¨®stico atribuyendo estos s¨ªntomas s¨®lo a la clase pol¨ªtica, pero se equivocan. La pol¨ªtica est¨¢ extendiendo hacia la sociedad su manto de enfrentamiento por todo y para todo. Hasta para decir "no" a ETA. Incluso dentro del llamado bloque constitucionalista nos miramos con recelo en funci¨®n de estrategias y actitudes m¨¢s o menos firmes respecto al nacionalismo gobernante. Dirigentes socialistas razonamos la conveniencia de acudir al llamamiento de Ibarretxe contra ETA mientras otros explicaban su no asistencia. Lo mismo ocurri¨® en el PP. ?Basta Ya! razon¨® su presencia y el Foro de Ermua lo contrario.
La vieja divisi¨®n entre nacionalistas y no nacionalistas que fuimos capaces de superar a partir de 1987 con el Pacto de Ajuria-Enea y la coalici¨®n de pluralidad PNV-PSE ha vuelto a instalarse con pasiones renovadas y reforzadas. Desde 1998, con el Pacto de Lizarra, la senda de la unidad nacionalista y el giro soberanista del PNV han situado a Euskadi en un camino hacia no se sabe d¨®nde. Pero, sea cual sea ese destino pol¨ªtico, lo incuestionable es que la sociedad se rompe sin remedio.
En miles de familias no se puede hablar de pol¨ªtica. En la m¨ªa, por ejemplo, en la que somos diez hermanos, ciertos temas est¨¢n vedados. En las cuadrillas de amigos, salvo que sean pol¨ªticamente uniformes, pasa lo mismo. Todos estamos etiquetados en funci¨®n de nuestra posici¨®n pol¨ªtica ante el conflicto: desde los grupos pacifistas hasta los peri¨®dicos; desde los curas a los intelectuales. Innumerables signos sociales o s¨ªmbolos culturales son fronteras, en vez de elementos de cohesi¨®n. El idioma que hablas, la TV que ves, el colegio de tus ni?os, el peri¨®dico que lees, las banderas, el folclore, las fiestas populares, hasta los colores; casi todo en Euskadi tiene una interpretaci¨®n pol¨ªtica en clave grupal. Los argumentos contra "los otros" se retroalimentan sin cesar. Cada d¨ªa a?adimos nuevos reproches y nuevas acusaciones que elevan las respectivas trincheras sociales (la ¨²ltima encuesta del Gobierno Vasco acredita que crecen los bloques enfrentados). Lo que dice Joaqu¨ªn Sabina en uno de sus poemas, aunque hablando del amor, podr¨ªa aplicarse a nuestro pa¨ªs: "... y cada vez peor, y cada vez m¨¢s rotos / y cada vez m¨¢s t¨² y cada vez m¨¢s yo / sin rastro de nosotros".
El d¨ªa anterior a la manifestaci¨®n de Bilbao que coment¨¢bamos al principio anduve de compras en San Sebasti¨¢n. Era la fiesta de Santo Tom¨¢s. Toda la provincia se concentra en la parte vieja en una gran fiesta popular. Muchos j¨®venes se visten con las prendas t¨ªpicas del caser¨ªo y expresan, o por lo menos as¨ª lo percibimos, una fuerte reivindicaci¨®n identitaria. En poco m¨¢s de dos horas me sucedieron varias cosas que reflejan este ambiente que denuncio. Una amiga, viuda de un compa?ero y amigo asesinado por ETA, me traslad¨® todas su quejas sobre la evoluci¨®n pol¨ªtica del PSE, y en particular su decepci¨®n por nuestra falta de firmeza contra el PNV. Un conocido nacionalista me reproch¨® el seguidismo que, a su juicio, hace el PSOE del PP en la pol¨ªtica vasca. Un viejo liberal donostiarra me expres¨® su hartazgo de la cultura y de la sociedad nacionalista, y entre unos y otros mi escolta me advirti¨® de que un grupo de Batasuna se estaba concentrando en mi entorno, por lo que decidimos coger el coche y largarnos de la ciudad. Puede ser una visi¨®n subjetiva, pero es real como la vida misma. Al d¨ªa siguiente en Bilbao, cuando la gente del PNV gritaba e insultaba a Savater y compa?¨ªa, explot¨¦.
No soy sospechoso de antinacionalismo. Gran parte de mi vida pol¨ªtica se explica en esa aspiraci¨®n de convivencia en paz construida juntos, es decir, junto a ellos. Deploro mucho de lo que se dice y hace contra los nacionalistas fuera de Euskadi. No comparto mucho de lo que el Gobierno y el PP han hecho, hacen y no hacen en Euskadi. Pero a la hora de definir las responsabilidades de este rumbo suicida al que se encamina la nave vasca, tengo que se?alar, una vez m¨¢s, al PNV. En primer lugar, porque siendo el partido mayoritario y gobernando Euskadi desde hace 22 a?os ha dado un grav¨ªsimo giro a su estrategia, abandonando el Estatuto y proponiendo un plan soberanista inconstitucional. En segundo, porque ese proyecto intenta atraer al conjunto del mundo nacionalista, especialmente a la izquierda abertzale, que queda hu¨¦rfana ante la posible ilegalizaci¨®n de Batasuna y el debilitamiento policial de ETA y sus organizaciones afines. (No es casual que el Euskobar¨®metro se?ale a esos votantes como los m¨¢s ilusionados con el plan Ibarretxe). Esta estrategia es, se quiera reconocer o no, una oferta futura de unidad nacionalista y, junto al proyecto soberanista, es percibida por la comunidad no nacionalista como agresiva e impositiva.
A?adamos a todo ello la falta de compasi¨®n con los perseguidos. No es un reproche injusto afirmar que los cargos p¨²blicos del PP o del PSOE, los jueces, periodistas, pacifistas, intelectuales, etc¨¦tera, que son objetivamente v¨ªctimas de un terrorismo nacionalista no se sienten acompa?ados o defendidos, ni suficiente ni pol¨ªticamente, por las autoridades nacionalistas.
Pero hay un reproche principal que brota estos d¨ªas, a la luz de estos acontecimientos que enmarcan este art¨ªculo ?Qu¨¦ quedar¨¢ de una comunidad tan dividida? ?Cu¨¢l es el proyecto de pa¨ªs que permita convivir a ciudadanos con sentimientos identitarios tan encontrados y tan exacerbados? ?Estamos avanzando hacia la conjugaci¨®n de un "nosotros" com¨²n a la ciudadan¨ªa vasca o, por el contrario, nos estamos enrocando en dos comunidades enfrentadas? Incluso desde la concepci¨®n de "pueblo vasco" m¨¢s querida para el nacionalismo, ?qu¨¦ pueblo quedar¨¢? ?Cu¨¢l ser¨¢ su ethos y su demos? ?S¨®lo los nacionalistas en dos peque?as provincias? Cualquiera que sea el significado que pudi¨¦ramos dar al "nosotros" vasco, siempre estar¨¢ configurado por ciudadanos libres y con derechos, en una pluralidad inevitable y enriquecedora, sujetos a un orden democr¨¢tico de convivencia. Esto es lo que Ibarretxe
y el nacionalismo no quieren entender.
El conflicto vasco por excelencia es entonces construir ese orden y conjugar ese marco que nos permita avanzar en libertad hacia un futuro que la democracia y sus reglas no determinan, sino encauzan, haci¨¦ndolo posible. Veamos dos ejemplos de dos realidades muy complejas que van construyendo arquitecturas jur¨ªdicas capaces para resolver su convivencia. El primero es Irlanda del Norte, que, salvando distancias y diferencias evidentes, est¨¢ encontrando en la pol¨ªtica (y en el abandono de la violencia) su soluci¨®n.
El segundo es el acuerdo suscrito en Francia estos mismos d¨ªas entre el Gobierno y las diferentes tendencias de la comunidad musulmana para la integraci¨®n del Islam sobre una base com¨²n de "valores republicanos". Casi diez a?os de negociaciones y pol¨¦micas en un enconad¨ªsimo problema de valores c¨ªvicos y creencias religiosas fuertemente enfrentadas han encontrado un camino (no una soluci¨®n milagrosa) para la convivencia ciudadana y el combate a los fundamentalismos extremistas.
Ahora pregunto: ?es ¨¦ste el camino que ha elegido el lehendakari? Rotundamente no. Aceptando que no es el ¨²nico responsable, aunque s¨ª el principal, en Euskadi no se avanza hacia la integraci¨®n o la convivencia ordenada de una ciudadan¨ªa diversa y hasta antag¨®nica en sus identidades y aspiraciones. La pol¨ªtica vasca gira sobre un ¨²nico eje: la derrota de los contrarios. En Euskadi estamos haciendo "... cada vez m¨¢s t¨² y cada vez m¨¢s yo, sin rastro de nosotros".
Ram¨®n J¨¢uregui Atondo es diputado socialista por ?lava.
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