El canciller con el que sue?an los alemanes
El periodista med¨ªa unos dos metros. Levant¨® la mano y dispar¨® a bocajarro. ?Qu¨¦ le queda a usted de verde? Joschka Fischer se inclin¨® ligeramente hacia adelante, y contest¨®: "M¨ªrame a los ojos, peque?o; son ojos verdes".
Y efectivamente, quiz¨¢ sean sus ojos todo lo que le queda de verde al ministro de Exteriores alem¨¢n. Si se entiende por este color, claro, un movimiento pol¨ªtico asambleario, radical, desorganizado, contrario al uso del Ej¨¦rcito fuera y dentro del pa¨ªs bajo cualquier circunstancia, tal como irrumpi¨® en Alemania hace unos a?os. Porque Fischer, de 54 a?os, ha logrado lo que nadie, ni amigos ni enemigos, esperaba. Que Los Verdes entiendan el uso de la violencia del Ej¨¦rcito como instrumento pol¨ªtico; que el partido de la paz, como se denominaba, acepte enviar soldados alemanes a Kosovo, Macedonia o Afganist¨¢n. Convertirse en socios fiables de un Gobierno. Que resulta imposible gobernar y manifestarse contra Estados Unidos en las calles. Siempre apelando a la raz¨®n. Con argumentos. Con paciencia. Fischer parece poder lograr cualquier cosa que se proponga.
Es la conciencia de Schr?der. El hombre que inspira la gran pol¨ªtica del canciller, el que determina la posici¨®n de Alemania en los debates importantes
Imposible por imposible, incluso ha convencido a los alemanes de que ser¨ªa el canciller de sus sue?os. Una encuesta justo antes de las elecciones pasadas mostr¨® que a la inmensa mayor¨ªa (un impresionante 74%) le gustar¨ªa que fuese jefe de Gobierno. El actual canciller, el socialdem¨®crata Gerhard Schr?-der, lograba, en comparaci¨®n, s¨®lo un 64%. Y aqu¨ª aparece quiz¨¢ el ¨²nico fallo de una biograf¨ªa imposible, que ha llevado a Fischer de tirar piedras en manifestaciones por las calles de Francfort en los a?os setenta al Ministerio de Exteriores. Todo gran hombre de Estado est¨¢ disponible en el momento adecuado, y "en el partido adecuado". Y Fischer, al menos para ser canciller, est¨¢ en el partido equivocado.
No es canciller, claro. Y probablemente no lo sea nunca. Pero casi. Formalmente, su t¨ªtulo es de vicecanciller de Alemania y ministro de Asuntos Exteriores. Sin embargo, es mucho m¨¢s que eso. Es la conciencia de Schr?der. El hombre que inspira la gran pol¨ªtica del canciller, el que determina la posici¨®n de Alemania en los debates importantes: la paz en el mundo, el dise?o de la Europa del futuro, los grandes conflictos ¨¦ticos. De la peque?a pol¨ªtica, la de cada d¨ªa, la de los impuestos y el l¨ªo presupuestario, se ha alejado convenientemente.
Esa posici¨®n de privilegio no se la ha regalado nadie. Sus cualidades personales y pol¨ªticas, su flexibilidad, su inteligencia, han contribuido. Pero fue su triunfo electoral al frente de Los Verdes, en las elecciones de septiembre pasado, el que le ha asegurado el puesto. Fischer salv¨® a Schr?der in extremis. El canciller le debe el cargo. Y es consciente de ello. Ya lo demostr¨® la misma noche electoral, cuando aparecieron juntos ante la opini¨®n p¨²blica. Incluso ahora, cuando el SPD se ha desplomado en las encuestas, Los Verdes, gracias a Fischer, siguen a flote, e incluso rozan el 10%, algo m¨¢s de un punto de lo que lograron en los ¨²ltimos comicios. Da estabilidad al Gobierno. As¨ª que, a poco que se flexibilicen los par¨¢metros, s¨ª se le puede considerar un hombre de Estado. Un gran hombre de Estado verde.
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