Las ra¨ªces cristianas
La Convenci¨®n Europea -que se apoya en el m¨¦todo utilizado para la redacci¨®n de la Carta de Derechos Fundamentales- representa una contribuci¨®n original de los responsables pol¨ªticos para salir de un mecanismo de modificaci¨®n de los tratados que se libraba en una esfera diplom¨¢tica estrictamente intergubernamental y de espaldas a los ciudadanos.
Los jefes de Estado y de Gobierno, reunidos en Laeken hace un a?o, han puesto en marcha un procedimiento que puede permitir la redacci¨®n de una Constituci¨®n o Tratado Constitucional para Europa, en la perspectiva de la ampliaci¨®n.
Esa Constituci¨®n contar¨¢ con un pre¨¢mbulo que, sin duda, incluir¨¢ los principios b¨¢sicos que inspiran la integraci¨®n. Hay muchos hombres y mujeres que se sienten profundamente europeos y que desde su condici¨®n de cristianos desean que la herencia religiosa aparezca en el texto constitucional como uno de los factores b¨¢sicos que han contribuido a la construcci¨®n de nuestro continente a lo largo de la historia y sin el cual no es posible comprender la realidad europea actual.
Una Europa sin cristianismo ser¨ªa una Europa sin se?as de identidad
Algunos afirmar¨¢n que es bastante la menci¨®n de valores ¨¦ticos y que los principios de la Carta y del Convenio de Derechos Humanos y Libertades Fundamentales son suficientes para dotar a nuestra Carta Magna del humus espiritual que ya recogen nuestros textos fundamentales nacionales. Dicen tambi¨¦n que una ¨¦tica laica puede hallar y reconocer de hecho, normas y valores v¨¢lidos para una recta convivencia humana, y que debemos concentrar nuestro esfuerzo en buscar un camino com¨²n de di¨¢logo para la afirmaci¨®n de principios ¨¦ticos compartidos por todos.
Sin embargo, pienso que es imprescindible que en la nueva Constituci¨®n debe hacerse una menci¨®n de las religiones, que tanto han contribuido y todav¨ªa contribuyen a la cultura y al humanismo e ignorarlo -como dijo el Santo Padre este a?o en su discurso al cuerpo diplom¨¢tico acreditado ante la Santa Sede- constituye al mismo tiempo una injusticia y un error de perspectivas. Reconocer un hecho hist¨®rico innegable no significa en absoluto ignorar toda la exigencia moderna de una justa laicidad de los Estados y por lo tanto de Europa.
?stas son las razones por las que en el pre¨¢mbulo del Tratado Constitucional o en la parte correspondiente a los valores en que se funde la Uni¨®n, debe expresarse que estos valores est¨¢n enraizados en el cristianismo que ha impregnado la historia y las instituciones en el continente europeo.
Y esta menci¨®n de las ra¨ªces cristianas deber¨ªa incluir unos elementos complementarios en los que se recogiese la garant¨ªa del derecho de autodeterminaci¨®n de las Iglesias y comunidades religiosas en su organizaci¨®n y ense?anzas, porque la dimensi¨®n corporativa de la libertad religiosa no aparece expl¨ªcitamente reconocida en el art¨ªculo 10 de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE o en el art¨ªculo 9 de la Convenci¨®n Europea para la salvaguarda de los derechos humanos.
Y deber¨ªa incluir tambi¨¦n, en el contexto del di¨¢logo y de las consultas con la sociedad civil, una referencia a la especificidad de las Iglesias y de las comunidades religiosas y, en fin, la garant¨ªa al respeto del estatuto que las Iglesias y comunidades religiosas tienen en los pa¨ªses miembros, con sus distintas peculiaridades como ya reconoce la declaraci¨®n n¨²mero 11 del Tratado de Amsterdam.
Insisto, en estos momentos en que se est¨¢ preparando la redacci¨®n de la futura Carta Constitucional Europea, es esencial que los cristianos del continente hagamos o¨ªr nuestra voz porque una Europa sin cristianismo ser¨ªa una Europa sin se?as de identidad y en consecuencia sin capacidad cultural y sin potencia creativa.
Por eso la funci¨®n del cristianismo en Europa debe ser una funci¨®n de colaboraci¨®n en los proyectos comunes en los que est¨¢n en juego la comunidad de bienes, los ideales y las esperanzas fundamentales; una funci¨®n de aportaci¨®n, defensa y realizaci¨®n de sus propios ideales y valores; una funci¨®n de confianza en el coraz¨®n del hombre, que por ser imagen de Dios y estar llamado a ser semejante a ¨¦l participando en su vida, siempre es un posible oyente de la palabra de Dios y un disc¨ªpulo en camino hacia Cristo.
No olvidemos adem¨¢s que despu¨¦s de cada una de las crisis institucionales y amenazas de desintegraci¨®n que ha sufrido la Iglesia a lo largo de su historia, siempre ha iniciado una fase de creaci¨®n de un pensamiento, una cultura y unas instituciones nuevas. El cristianismo renace de sus propias cenizas en cada generaci¨®n y cuando las grandes revoluciones le hab¨ªan contado los d¨ªas, aparece nuevo y joven. Para m¨ª, no cabe duda de que el cristianismo del futuro ser¨¢ en un sentido m¨¢s europeo porque vivir¨¢ los valores e ideales por la fe en contacto con su cultura, pero desligados ya de los condicionamientos nacionalistas y pol¨ªticos en que nacieron, a la vez que surgir¨¢n otros nuevos con otras culturas y geograf¨ªas, que ahora ni podemos sospechar. Pero en otro sentido, como ha afirmado Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal, ser¨¢ tambi¨¦n menos euroc¨¦ntrico, porque tendr¨¢ en otros continentes polos de semejante vitalidad creadora, que lo har¨¢n m¨¢s rico, complejo y cat¨®lico.
Por todo lo dicho, considero especialmente pertinente introducir precisamente ahora, con ocasi¨®n de la Convenci¨®n y de la gran ampliaci¨®n geogr¨¢fica y num¨¦rica de la actual Uni¨®n Europea a sus vecinos del centro y del este del continente, este debate. Porque es un verdadero debate sobre principios y valores que son los pilares sustantivos, anteriores a nuestra acci¨®n econ¨®mica, de la construcci¨®n europea.
Marcelino Oreja Aguirre, ex comisario y ex presidente de la Comisi¨®n Constitucional del Parlamento Europeo.
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