Dioses y tabernas a los pies de la Acr¨®polis
Atenas mezcla el equilibrio del mundo cl¨¢sico con el caos de la ciudad moderna
Si hay un poeta espa?ol que haya amado profundamente a Grecia -y, por desgracia, no hay muchos, como ya observ¨® en su d¨ªa Luis Cernuda-, ¨¦se es el catal¨¢n Jaime Gil de Biedma. En su poema La calle Pandrossou -que en castellano hay que transcribir como Pandrosu-, Gil de Biedma cuenta en la voz del personaje que, en el poema, habla en primera persona, una llegada un lunes de agosto, despu¨¦s de un a?o atroz, a la dulc¨ªsima Atenas. Y ese personaje que abre la gabardina de su coraz¨®n nos hace esta confidencia: "Me acuerdo que de pronto am¨¦ la vida, / porque la calle ol¨ªa / a cocina y a cuero de zapatos". El olor a cocina y a cuero de zapatos de esta calle del barrio de Plaka, junto a Monastiraki o, en castellano, Monasterillo -Monastiraki es un diminutivo de monastiri (monasterio); el griego moderno es la lengua de los infinitos diminutivos-, es, pues, el mejor ant¨ªdoto contra la depresi¨®n. Y, sin dejar a¨²n el tema culinario, entre las muchas sorpresas que le deparar¨¢ al viajero una visita a Atenas hay que incluir que, por ejemplo, en no pocos restaurantes el camarero le dir¨¢ que se asome a la cocina y elija sus platos seg¨²n le dicte su vista.
Atenas lo tiene todo desplegado a los cuatro vientos: desde la Acr¨®polis -esa absoluta maravilla arquitect¨®nica levantada sobre una colina rocosa de 156 metros de altura desde la que se llega a divisar, a diez kil¨®metros, el mar- hasta las cocinas de lo que los griegos llaman tabernas y nosotros, ay, no deber¨ªamos traducir, aunque sea tan tentador, por tabernas, porque las tabernas son, aproximadamente, lo que nosotros llamamos restaurantes.
Atenas es la ciudad europea que mejor puede aliviar nuestros pesares. Esta ciudad, fundada por C¨¦crope, que era una mezcla explosiva de hombre y serpiente, es la m¨¢xima experta en ciclotimias, pues, no en vano, incluso la geograf¨ªa se ha encargado de situarla en el centro de una depresi¨®n. De este faulkneriano descenso del suelo ateniense al Hades, logran sacar la cabeza la colina de la Acr¨®polis, al sur, y la del Licabeto, al norte, tambi¨¦n de visita obligada, previa subida a un funicular, para ver Atenas como vio Espa?a Eduardo Delgado en aquella c¨¦lebre serie televisiva que se llam¨® A vista de p¨¢jaro. En el Licabeto tenemos toda Atenas a nuestros pies y, en unos segundos, recorremos ese ramillete de barrios del municipio de la capital y de barrios perif¨¦ricos que suman hoy casi cuatro millones de habitantes. Desde el Licabeto descubrimos la relajada extensi¨®n de la ciudad: a diferencia de tantas metr¨®polis con las viviendas api?adas como hormigueros obsesionados con los mil¨ªmetros, Atenas se estira kil¨®metros y kil¨®metros sin aparente preocupaci¨®n por la rentabilidad del metro cuadrado. En ese espacio, en otros pa¨ªses, pueden vivir hasta 10 o 12 millones de habitantes.
Rentabilidad publicitaria
Atenas es, en cambio, en otro terreno, el ejemplo supremo de rentabilidad publicitaria: tuvo apenas unos a?os de gloria econ¨®mica, pol¨ªtica y art¨ªstica en el siglo V antes de Cristo, pero la profundidad y la intensidad de su ¨¦xito fueron tan rotundas que marcaron a fuego toda la cultura griega, romana, europea y americana que vinieron despu¨¦s. Esta desproporci¨®n entre la brevedad del ¨¦xito pol¨ªtico y los siglos de ¨¦xito cultural puede inducir a alguna confusi¨®n al viajero, no suficientemente informado, que la visita por primera vez. Hay un dato del censo que explica muy bien lo que es Atenas: en 1821, fecha de la insurrecci¨®n de los griegos contra los turcos, la m¨ªtica Atenas es una simple aldea de apenas 4.000 habitantes. Frente a Roma, Estambul o Par¨ªs, ciudades con existencia ininterrumpida durante siglos, cuyas huellas, sin soluci¨®n de continuidad, son hoy tan visibles, Atenas vive varios siglos en el limbo que, como es sabido, nunca deja ni arquitectura civil ni escultura o pintura religiosa. Atenas es, pues, fundamentalmente, una ciudad moderna. Salvo los gloriosos islotes que sobreviven de la antig¨¹edad -la Acr¨®polis, el ¨¢gora o plaza p¨²blica, el templo de Teseo, el Cer¨¢mico o cementerio antiguo, la biblioteca de Adriano (el lugar adecuado para leer, al menos, alguna p¨¢gina de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar), el templo de Zeus Ol¨ªmpico...- y el barrio de Plaka, de obvia impronta turca, la arquitectura ateniense es el resultado de la vida de s¨®lo una docena de generaciones. Tambi¨¦n hay que incluir, naturalmente, entre los edificios antiguos las iglesias bizantinas, que, en general, salvo a los drogadictos de piedad, no suelen impresionar mucho a quienes proceden de pa¨ªses cat¨®licos con iglesias de todos los estilos construidas a la m¨¢s exquisita carta. ?Se podr¨ªa extasiar mucho un valenciano con una paella bizantina servida en un restaurante de Varsovia?
El ¨¦xito de un villorrio m¨ªnimo
Atenas es capital de Grecia desde 1834. A los h¨¦roes de la independencia jam¨¢s se les pas¨® por el cerebro nombrar capital de Grecia a aquel villorrio m¨ªnimo que era entonces Atenas. Pero, contra todo pron¨®stico, se termin¨® imponiendo una propuesta pol¨ªtica de arque¨®logos aparentemente rancios, y la ruinosa idea de nombrar Atenas capital de Grecia -la primera capital de la Grecia independiente fue Nauplia- se termin¨® convirtiendo en un ¨¦xito inmenso. En el primer tercio del siglo XIX, la ¨²nica capital imaginable para un griego era Constantinopla, aunque, claro, hab¨ªa que reconquistarla porque estaba, como todav¨ªa sigue hoy, bajo el dominio turco. Era una absoluta locura intentar reconquistar Constantinopla, y quiz¨¢ por eso los griegos bautizaron a aquella locura con el nombre de la Gran Idea. Y aquella Gran Idea acab¨® como acaban no pocas ideas s¨®lo te¨®ricamente grandes: acab¨® con la catastr¨®fica derrota del ej¨¦rcito griego en la guerra greco-turca de 1921-1922.
La joya absoluta de Atenas es, naturalmente, la Acr¨®polis. Y, si los espa?oles no fu¨¦ramos tan al¨¦rgicos a la cultura ¨¢rabe, tendr¨ªamos que decir que quiz¨¢ en Europa la ¨²nica gloria arquitect¨®nica equiparable a la Acr¨®polis es nuestra Alhambra granadina. Por ejemplo, las espl¨¦ndidas ruinas romanas, comparadas con la Acr¨®polis y con la Alhambra, como dir¨ªa Henry Miller con su salvaje, maravilloso y c¨®mico lenguaje, las ruinas romanas, digo, comparadas con la sublime Acr¨®polis, son ruinas de simples aficionados. La diferencia m¨¢s grande entre Roma y Atenas es que en Atenas subes a la Acr¨®polis o al Licabeto y ves el mar, y hasta casi puedes ver en la lejan¨ªa los barcos gloriosos de la batalla de Salamina, y en Roma, en cambio, para ver el mar... ?tienes que desplazarte hasta Ostia! ?Ostia, un nombre de puerto que suena a juramento de alba?iles! Instalado en la Acr¨®polis, ?qui¨¦n podr¨ªa resistir la tentaci¨®n de hacer chistes sobre las limitaciones de las ruinas romanas, por muy tur¨ªsticamente bendecidas que est¨¦n por el Papa?
La Acr¨®polis es un escarnio del mundo cristiano. Pero un gu¨ªa tur¨ªstico que no quiera pelearse con sus clientes debe limitarse a explicar las diferencias arquitect¨®nicas entre d¨®rico, j¨®nico y corintio. Un gu¨ªa se sit¨²a a la cabeza del grupo y dice: "Estamos a la entrada de la Acr¨®polis, cuyos vestigios se remontan a la ¨¦poca mic¨¦nica del segundo milenio antes de Cristo. Sus monumentos m¨¢s importantes -los Prop¨ªleos, el templo de Atenea Nike, el Erecteion y el Parten¨®n- pertenecen a la ¨¦poca de Pericles, en el siglo V antes de Cristo. Los edificios fueron construidos en m¨¢rmol blanco del monte Pent¨¦lico. Y aunque hoy nos resulte chocante, el m¨¢rmol de los edificios era policromado. Desde los a?os setenta, la contaminaci¨®n del aire -que los atenienses llaman to nefos (la nube)- ha obligado a proteger los edificios con andamios y a sustituir las estatuas originales por copias".
El Parten¨®n, seg¨²n Nietzsche
Imaginemos, por un momento, a Nietzsche, el autor de El nacimiento de la tragedia, explicando el Parten¨®n a un grupo de espa?oles. Dice Nietzsche por boca de Zaratustra: si hay un turista que, en su primera parte, puede comprender bien el Parten¨®n, ¨¦se es el turista espa?ol. Espa?a es, como muy bien saben, el pa¨ªs de la Virgen: tienen ustedes 50.000 V¨ªrgenes, admitidas por el Vaticano, en poco m¨¢s de 50 provincias. Salen ustedes, pues, a unas mil V¨ªrgenes por provincia. En 1984, el 50,8% de las mujeres espa?olas se llamaban Mar¨ªa a secas o Mar¨ªa junto con otro nombre. La enciclopedia Espasa le dedica a la Virgen nada menos que 250 p¨¢ginas, mientras que a su hijo Jesucristo s¨®lo le dedica 20. El 12 de octubre de 1954, P¨ªo XII llam¨® a Espa?a "tierra de Mar¨ªa sant¨ªsima". Felic¨ªtense: el Parten¨®n, como su propio nombre indica -acu¨¦rdense de la partenog¨¦nesis-, es el templo de la Virgen. Est¨¢n, pues, ustedes en su casa y en casa de Atenea, la Virgen. Lamentablemente, como gu¨ªa tur¨ªstico que soy, no puedo continuar la explicaci¨®n. Si seguimos hablando de dioses, van a enfadarse mucho. Recuerden que el Dios cristiano es heredero de Yavh¨¦, un dios que est¨¢ todo el d¨ªa cabreado, y Zeus, el padre de Atenea, es un semental que se pasa el d¨ªa fornicando y ri¨¦ndose. ?sta es la aut¨¦ntica lecci¨®n que da la Acr¨®polis, pero no les interesa ni a los helenistas profesionales, porque, por lo general, ellos tambi¨¦n son cristianos.
Es un inmenso placer pasear por Atenas porque no hay ruido de mayor calidad que el ateniense. En sus calles con infernal tr¨¢fico sigue reinando Caos, la personificaci¨®n de la masa informe, y el origen de la Tierra, del T¨¢rtaro, de Eros, de las Tinieblas y de la Noche. Cuando un griego toca la bocina en la c¨¦ntrica plaza de Omonia, es seguro que se oir¨¢ bien en la plaza de Sindagma, la segunda plaza, en importancia, de Atenas. Los atenienses siempre nos dejan bien a los espa?oles: gritan -si la parcialidad no me pierde- incluso m¨¢s que nosotros. Es comprensible que griten: los griegos son inexpugnables al ruido. Tienen una esperanza de vida de 78 a?os. Y quienes quieran a Jaime Gil de Biedma, si pasan por la calle Pandrosu, pueden recordar estos versos: "Si alguno que me quiere / alguna vez va a Grecia, / y pasa por all¨ª, sobre todo en verano, / que me encomiende a ella".
Si hay un poeta espa?ol que haya amado profundamente a Grecia -y, por desgracia, no hay muchos, como ya observ¨® en su d¨ªa Luis Cernuda-, ¨¦se es el catal¨¢n Jaime Gil de Biedma. En su poema La calle Pandrossou -que en castellano hay que transcribir como Pandrosu-, Gil de Biedma cuenta en la voz del personaje que, en el poema, habla en primera persona, una llegada un lunes de agosto, despu¨¦s de un a?o atroz, a la dulc¨ªsima Atenas. Y ese personaje que abre la gabardina de su coraz¨®n nos hace esta confidencia: "Me acuerdo que de pronto am¨¦ la vida, / porque la calle ol¨ªa / a cocina y a cuero de zapatos". El olor a cocina y a cuero de zapatos de esta calle del barrio de Plaka, junto a Monastiraki o, en castellano, Monasterillo -Monastiraki es un diminutivo de monastiri (monasterio); el griego moderno es la lengua de los infinitos diminutivos-, es, pues, el mejor ant¨ªdoto contra la depresi¨®n. Y, sin dejar a¨²n el tema culinario, entre las muchas sorpresas que le deparar¨¢ al viajero una visita a Atenas hay que incluir que, por ejemplo, en no pocos restaurantes el camarero le dir¨¢ que se asome a la cocina y elija sus platos seg¨²n le dicte su vista.
Atenas lo tiene todo desplegado a los cuatro vientos: desde la Acr¨®polis -esa absoluta maravilla arquitect¨®nica levantada sobre una colina rocosa de 156 metros de altura desde la que se llega a divisar, a diez kil¨®metros, el mar- hasta las cocinas de lo que los griegos llaman tabernas y nosotros, ay, no deber¨ªamos traducir, aunque sea tan tentador, por tabernas, porque las tabernas son, aproximadamente, lo que nosotros llamamos restaurantes.
Atenas es la ciudad europea que mejor puede aliviar nuestros pesares. Esta ciudad, fundada por C¨¦crope, que era una mezcla explosiva de hombre y serpiente, es la m¨¢xima experta en ciclotimias, pues, no en vano, incluso la geograf¨ªa se ha encargado de situarla en el centro de una depresi¨®n. De este faulkneriano descenso del suelo ateniense al Hades, logran sacar la cabeza la colina de la Acr¨®polis, al sur, y la del Licabeto, al norte, tambi¨¦n de visita obligada, previa subida a un funicular, para ver Atenas como vio Espa?a Eduardo Delgado en aquella c¨¦lebre serie televisiva que se llam¨® A vista de p¨¢jaro. En el Licabeto tenemos toda Atenas a nuestros pies y, en unos segundos, recorremos ese ramillete de barrios del municipio de la capital y de barrios perif¨¦ricos que suman hoy casi cuatro millones de habitantes. Desde el Licabeto descubrimos la relajada extensi¨®n de la ciudad: a diferencia de tantas metr¨®polis con las viviendas api?adas como hormigueros obsesionados con los mil¨ªmetros, Atenas se estira kil¨®metros y kil¨®metros sin aparente preocupaci¨®n por la rentabilidad del metro cuadrado. En ese espacio, en otros pa¨ªses, pueden vivir hasta 10 o 12 millones de habitantes.
Rentabilidad publicitaria
Atenas es, en cambio, en otro terreno, el ejemplo supremo de rentabilidad publicitaria: tuvo apenas unos a?os de gloria econ¨®mica, pol¨ªtica y art¨ªstica en el siglo V antes de Cristo, pero la profundidad y la intensidad de su ¨¦xito fueron tan rotundas que marcaron a fuego toda la cultura griega, romana, europea y americana que vinieron despu¨¦s. Esta desproporci¨®n entre la brevedad del ¨¦xito pol¨ªtico y los siglos de ¨¦xito cultural puede inducir a alguna confusi¨®n al viajero, no suficientemente informado, que la visita por primera vez. Hay un dato del censo que explica muy bien lo que es Atenas: en 1821, fecha de la insurrecci¨®n de los griegos contra los turcos, la m¨ªtica Atenas es una simple aldea de apenas 4.000 habitantes. Frente a Roma, Estambul o Par¨ªs, ciudades con existencia ininterrumpida durante siglos, cuyas huellas, sin soluci¨®n de continuidad, son hoy tan visibles, Atenas vive varios siglos en el limbo que, como es sabido, nunca deja ni arquitectura civil ni escultura o pintura religiosa. Atenas es, pues, fundamentalmente, una ciudad moderna. Salvo los gloriosos islotes que sobreviven de la antig¨¹edad -la Acr¨®polis, el ¨¢gora o plaza p¨²blica, el templo de Teseo, el Cer¨¢mico o cementerio antiguo, la biblioteca de Adriano (el lugar adecuado para leer, al menos, alguna p¨¢gina de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar), el templo de Zeus Ol¨ªmpico...- y el barrio de Plaka, de obvia impronta turca, la arquitectura ateniense es el resultado de la vida de s¨®lo una docena de generaciones. Tambi¨¦n hay que incluir, naturalmente, entre los edificios antiguos las iglesias bizantinas, que, en general, salvo a los drogadictos de piedad, no suelen impresionar mucho a quienes proceden de pa¨ªses cat¨®licos con iglesias de todos los estilos construidas a la m¨¢s exquisita carta. ?Se podr¨ªa extasiar mucho un valenciano con una paella bizantina servida en un restaurante de Varsovia?
El ¨¦xito de un villorrio m¨ªnimo
Atenas es capital de Grecia desde 1834. A los h¨¦roes de la independencia jam¨¢s se les pas¨® por el cerebro nombrar capital de Grecia a aquel villorrio m¨ªnimo que era entonces Atenas. Pero, contra todo pron¨®stico, se termin¨® imponiendo una propuesta pol¨ªtica de arque¨®logos aparentemente rancios, y la ruinosa idea de nombrar Atenas capital de Grecia -la primera capital de la Grecia independiente fue Nauplia- se termin¨® convirtiendo en un ¨¦xito inmenso. En el primer tercio del siglo XIX, la ¨²nica capital imaginable para un griego era Constantinopla, aunque, claro, hab¨ªa que reconquistarla porque estaba, como todav¨ªa sigue hoy, bajo el dominio turco. Era una absoluta locura intentar reconquistar Constantinopla, y quiz¨¢ por eso los griegos bautizaron a aquella locura con el nombre de la Gran Idea. Y aquella Gran Idea acab¨® como acaban no pocas ideas s¨®lo te¨®ricamente grandes: acab¨® con la catastr¨®fica derrota del ej¨¦rcito griego en la guerra greco-turca de 1921-1922.
La joya absoluta de Atenas es, naturalmente, la Acr¨®polis. Y, si los espa?oles no fu¨¦ramos tan al¨¦rgicos a la cultura ¨¢rabe, tendr¨ªamos que decir que quiz¨¢ en Europa la ¨²nica gloria arquitect¨®nica equiparable a la Acr¨®polis es nuestra Alhambra granadina. Por ejemplo, las espl¨¦ndidas ruinas romanas, comparadas con la Acr¨®polis y con la Alhambra, como dir¨ªa Henry Miller con su salvaje, maravilloso y c¨®mico lenguaje, las ruinas romanas, digo, comparadas con la sublime Acr¨®polis, son ruinas de simples aficionados. La diferencia m¨¢s grande entre Roma y Atenas es que en Atenas subes a la Acr¨®polis o al Licabeto y ves el mar, y hasta casi puedes ver en la lejan¨ªa los barcos gloriosos de la batalla de Salamina, y en Roma, en cambio, para ver el mar... ?tienes que desplazarte hasta Ostia! ?Ostia, un nombre de puerto que suena a juramento de alba?iles! Instalado en la Acr¨®polis, ?qui¨¦n podr¨ªa resistir la tentaci¨®n de hacer chistes sobre las limitaciones de las ruinas romanas, por muy tur¨ªsticamente bendecidas que est¨¦n por el Papa?
La Acr¨®polis es un escarnio del mundo cristiano. Pero un gu¨ªa tur¨ªstico que no quiera pelearse con sus clientes debe limitarse a explicar las diferencias arquitect¨®nicas entre d¨®rico, j¨®nico y corintio. Un gu¨ªa se sit¨²a a la cabeza del grupo y dice: "Estamos a la entrada de la Acr¨®polis, cuyos vestigios se remontan a la ¨¦poca mic¨¦nica del segundo milenio antes de Cristo. Sus monumentos m¨¢s importantes -los Prop¨ªleos, el templo de Atenea Nike, el Erecteion y el Parten¨®n- pertenecen a la ¨¦poca de Pericles, en el siglo V antes de Cristo. Los edificios fueron construidos en m¨¢rmol blanco del monte Pent¨¦lico. Y aunque hoy nos resulte chocante, el m¨¢rmol de los edificios era policromado. Desde los a?os setenta, la contaminaci¨®n del aire -que los atenienses llaman to nefos (la nube)- ha obligado a proteger los edificios con andamios y a sustituir las estatuas originales por copias".
El Parten¨®n, seg¨²n Nietzsche
Imaginemos, por un momento, a Nietzsche, el autor de El nacimiento de la tragedia, explicando el Parten¨®n a un grupo de espa?oles. Dice Nietzsche por boca de Zaratustra: si hay un turista que, en su primera parte, puede comprender bien el Parten¨®n, ¨¦se es el turista espa?ol. Espa?a es, como muy bien saben, el pa¨ªs de la Virgen: tienen ustedes 50.000 V¨ªrgenes, admitidas por el Vaticano, en poco m¨¢s de 50 provincias. Salen ustedes, pues, a unas mil V¨ªrgenes por provincia. En 1984, el 50,8% de las mujeres espa?olas se llamaban Mar¨ªa a secas o Mar¨ªa junto con otro nombre. La enciclopedia Espasa le dedica a la Virgen nada menos que 250 p¨¢ginas, mientras que a su hijo Jesucristo s¨®lo le dedica 20. El 12 de octubre de 1954, P¨ªo XII llam¨® a Espa?a "tierra de Mar¨ªa sant¨ªsima". Felic¨ªtense: el Parten¨®n, como su propio nombre indica -acu¨¦rdense de la partenog¨¦nesis-, es el templo de la Virgen. Est¨¢n, pues, ustedes en su casa y en casa de Atenea, la Virgen. Lamentablemente, como gu¨ªa tur¨ªstico que soy, no puedo continuar la explicaci¨®n. Si seguimos hablando de dioses, van a enfadarse mucho. Recuerden que el Dios cristiano es heredero de Yavh¨¦, un dios que est¨¢ todo el d¨ªa cabreado, y Zeus, el padre de Atenea, es un semental que se pasa el d¨ªa fornicando y ri¨¦ndose. ?sta es la aut¨¦ntica lecci¨®n que da la Acr¨®polis, pero no les interesa ni a los helenistas profesionales, porque, por lo general, ellos tambi¨¦n son cristianos.
Es un inmenso placer pasear por Atenas porque no hay ruido de mayor calidad que el ateniense. En sus calles con infernal tr¨¢fico sigue reinando Caos, la personificaci¨®n de la masa informe, y el origen de la Tierra, del T¨¢rtaro, de Eros, de las Tinieblas y de la Noche. Cuando un griego toca la bocina en la c¨¦ntrica plaza de Omonia, es seguro que se oir¨¢ bien en la plaza de Sindagma, la segunda plaza, en importancia, de Atenas. Los atenienses siempre nos dejan bien a los espa?oles: gritan -si la parcialidad no me pierde- incluso m¨¢s que nosotros. Es comprensible que griten: los griegos son inexpugnables al ruido. Tienen una esperanza de vida de 78 a?os. Y quienes quieran a Jaime Gil de Biedma, si pasan por la calle Pandrosu, pueden recordar estos versos: "Si alguno que me quiere / alguna vez va a Grecia, / y pasa por all¨ª, sobre todo en verano, / que me encomiende a ella".
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