Enero
Enero (januarius) era el mes dedicado a Jano, el dios de los inicios y de las aperturas. Su nombre se relaciona con janus ('pasaje') y con janua ('puerta'). Caracter¨ªstica principal de Jano es su doble rostro, que mira hacia el frente y hacia atr¨¢s a la vez. Sus ojos se proyectan sobre el futuro sin dejar de contemplar el pasado. Como el Sol, que se dirige a Levante y a Poniente al mismo tiempo. Sugestionados por el recuerdo o por el rastro de Jano, era usual, en otros tiempos, hacer un balance personal o colectivo al empezar el a?o. Es una costumbre que parece haber desaparecido bajo los zapatos del presente, siempre a la moda, siempre tan veloz, tan excitado.
Durante siglos, sucedi¨® lo contrario. El presente quedaba ensombrecido. Emparedado entre el peso de la tradici¨®n y la creencia en un futuro ut¨®pico, generalmente ultraterreno. Algunos pueblos del norte de Europa debieron de sentir ya desde antiguo la necesidad del presente y recrearon el mito de Jano a?adi¨¦ndole un tercer rostro central: el rostro del eterno presente. Todas las corrientes modernizadoras coincidieron en la reivindicaci¨®n del presente, en abierta oposici¨®n al peso de lo ancestral y a la enga?osa manera con que los poderosos desplazaban la satisfacci¨®n de las necesidades de las gentes hacia un intangible futuro celestial. La conquista del presente avanz¨® en paralelo a la conquista del derecho universal, a la dignidad econ¨®mica y democr¨¢tica. Sin embargo, entronizado como verdad ¨²nica, ha engordado monstruosamente.
Si no existe la duda, no existe la libertad. Y el hecho es que la duda (no la cr¨ªtica, simplemente la duda) sobre el sistema ha desaparecido
La apoteosis del presente actual tiene poco que ver con las viejas luchas de la raz¨®n y de la libertad. El presentismo es la versi¨®n temporal de la cultura Kleenex. Usar y tirar vidas y objetos. Los medios de comunicaci¨®n son f¨¢bricas de alt¨ªsima velocidad productiva. Sin cesar proyectan sobre nuestros ojos fogonazos que olvidamos con la misma velocidad con que nos deslumbran. Cada nuevo fogonazo invalida el anterior. El mundo que ahora vemos es un cielo oscuro y herm¨¦tico en el que estalla, en verbena perpetua, una infatigable lluvia de estrellas fugaces. Lula, por ejemplo, aparece estos d¨ªas rodeado de las masas de desheredados brasile?os que le aclaman esperando que se cumpla en su tierra el sue?o de la dignidad: que todos coman tres veces al d¨ªa. Reaparecer¨¢ cuando su pol¨ªtica, tan prudente, moleste a los que se enriquecen con la esclavitud y la expoliaci¨®n del enorme y ub¨¦rrimo territorio brasile?o. Entonces el fogonazo que Lula protagonizar¨¢ ser¨¢ el del inicio de su crisis. De presente a presente: de ¨¦xito a fracaso. La narraci¨®n, el tr¨¢nsito de un lugar a otro, tiende a esfumarse.
Es imposible, al parecer, avanzar ojeando el retrovisor. Mirar hacia atr¨¢s para reflexionar sobre el itinerario seguido. Para saber si tiene sentido o si conduce a alguna parte. Esto es lo que el mito de Jano suger¨ªa: detenerse ante la puerta de enero para contemplar los pasos andados. No se acostumbra. Los medios de comunicaci¨®n, antes del festivo cotill¨®n de Nochevieja, reproducen, ciertamente, fotos y noticias del a?o que acaba. Los llaman res¨²menes, pero son antolog¨ªas de las estrellas ca¨ªdas. Las bombas m¨¢s espeluznantes, los cad¨¢veres m¨¢s c¨¦lebres, los premios, los goles, las bodas, los asesinos m¨¢s deslumbrantes del a?o.
Abierta la puerta del a?o nuevo, no parece de buen gusto dudar de la conveniencia de seguir en el tren que nos transporta. Al contrario, todo el mundo parece encantado con las nuevas velocidades que se auguran. Crecer es el principal deseo. Banqueros, sindicalistas, pol¨ªticos, proclaman a?o tras a?o el objetivo. Un deseo no necesita justificaci¨®n, pero la dan. Es una justificaci¨®n deportiva, ciclista: dejar de pedalear equivaldr¨ªa a caer, a ser atropellado por los restantes compa?eros del pelot¨®n. La terrible pel¨ªcula Danzad, danzad, malditos, en la que unos j¨®venes bailan hasta morir para ganar un concurso, se convirti¨® hace muchos a?os en la met¨¢fora de un sistema que reduce la sociedad a mercado. Es una pel¨ªcula bastante antigua, pero parece nueva. Han cerrado bastantes f¨¢bricas durante el pasado a?o. No es oro todo lo que reluce en el comercio navide?o. He ah¨ª el destino: crecer, danzar, pedalear; o caer. (O naufragar una y otra vez en patera hasta que las pateras pierden su ra¨ªz dram¨¢tica y se funden con el paisaje marinero como las gaviotas; y como las mareas negras que peri¨®dicamente se repiten, inevitables, al parecer, como el Etna o el Stromboli que, de vez en cuando, se desperezan y destruyen todo lo que encuentran a su paso. Cat¨¢strofes naturales: la aportaci¨®n de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar al liberalismo ha sido convertirlo en un fen¨®meno natural, con su belleza salvaje y sus cat¨¢strofes).
El futuro que la puerta de enero abre conduce a una guerra inevitable. La aceptamos como una de estas fatalidades que Aznar (y con ¨¦l todos nosotros) ha descubierto en la naturaleza de las cosas. Es tal la aceptaci¨®n de la inevitabilidad de la guerra del petr¨®leo que los cuatro gatos que se oponen a ella apenas aparecen en los medios. En plena comilona navide?a, unos j¨®venes ayunaron durante dos d¨ªas por la paz recogiendo firmas contra la guerra; pero unos secundarios barcelonistas consiguieron mil veces m¨¢s resonancia medi¨¢tica en su fracasada recogida de firmas contra Gaspart. Si no existe la duda, no existe la libertad, y el hecho es que la duda (no la cr¨ªtica, simplemente la duda) sobre el sistema ha desaparecido. El reflexivo Jano ha perdido su espacio. Se habl¨® durante el a?o pasado del nihilismo exasperado de los nuevos terroristas. Nadie parece advertir el nihilismo melanc¨®lico que arraiga como la hiedra en el coraz¨®n de Occidente, oculto entre dorados oropeles. Con ¨¢cida belleza lo (pre)sinti¨® Fernando Pessoa: "S¨¦ muy bien que en la infancia toda la gente tuvo un jard¨ªn, / particular o p¨²blico o del vecino. / S¨¦ muy bien que jugar era nuestro ¨²nico mandamiento / y que la tristeza es de hoy".
Es la tristeza del adulto occidental que conoce la inutilidad (la crueldad, incluso) del tren de su vida y no puede hacer nada.
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