Regalo de Reyes
En la v¨ªspera de la fiesta de Reyes, rebosante de ilusiones, la criada suramericana participa del sentimiento vallenato de su transistor. En la documentaci¨®n que guarda en su maleta junto a la fotograf¨ªa de su familia, falta la c¨¦dula que la convierte en ciudadana del mundo opulento. Es el regalo que pide a los Magos por medio de su jefe, ese hombre que esta tarde se va de compras dej¨¢ndola al cuidado de su hijo.
A trav¨¦s del ventanal del comedor, el ni?o sigue la marcha de su padre por la calle de Arapiles. Desde la altura del piso, los peatones disminuyen de tama?o y tambi¨¦n su padre, que no es la figura imponente sobre cuyos hombros se traslada a veces. El padre desaparece por la plaza del Conde del Valle de Suchil, y el ni?o nota una punzada en el pecho. Para consolarse, acude a la habitaci¨®n de la criada suramericana.
Como el cuarto est¨¢ a oscuras y con la radio encendida, el ni?o chilla en el umbral, lo mismo que ante un rat¨®n o una culebra. La criada suramericana le toma en brazos y bailando vallenato le conduce al comedor, donde la televisi¨®n retransmite la cabalgata de Reyes. Pero como el ni?o no se est¨¢ quieto, la criada le encarga una misi¨®n dif¨ªcil: que descubra su regalo entre los que transportan las carrozas de los monarcas de Oriente.
El ni?o se interesa igualmente por los regalos destinados a sus padres, a la criada y los vecinos. Para ello, se acerca al televisor hasta rozar su cara con la pantalla: sobre una alfombra de confeti, desfilan por la calle de Alcal¨¢ cuerpos de seguridad a caballo y a pie, rondallas auton¨®micas, transportes comerciales, personajes populares, animales imponentes y ni?as en gracia de Dios que arrojan caramelos al p¨²blico con intenciones lesivas. Una multitud abarrota las tiendas de las calles de los alrededores -Vel¨¢zquez, Serrano-, entre los bocinazos de los autom¨®viles retenidos.
Los espectadores infantiles de la cabalgata enloquecen con la presencia de los Magos. La madre del ni?o lo comenta en una peluquer¨ªa de la calle de Vallehermoso, al ver las im¨¢genes de la televisi¨®n. La criada suramericana aprovecha el momento de euforia para retirarse a su cuarto. Pronto el ni?o se cansa del festejo, pero en vez de volver al refugio de la criada apaga la luz del comedor. Luego abre el ventanal y saluda con la mano por encima de la barandilla del balc¨®n, igual que los Reyes Magos desde su trono.
En ese movimiento se le escapa el mando de la televisi¨®n, que vuela hacia el suelo. Pero no cae en la acera, sino sobre el colch¨®n depositado en un contenedor. Un vagabundo con bigote repara en ¨¦l, alza la cabeza para averiguar si lo reclaman, tras cerciorarse de que nadie le vigila, se lo apropia. Con familiaridad de usuario lo palpa e indaga en el estuche de las pilas. Al fin, lo orienta al edificio y, como si disparara una pistola, pincha los botones. Autom¨¢ticamente, en la televisi¨®n del ni?o aparece Charlot.
Regresa el padre por la plaza del Conde del Valle de Suchil con una bolsa de compra. El ni?o recoge de la mesa del comedor los cubiertos de la cena y, como ha visto hacer a los Magos de la cabalgata con los regalos, los lanza por el balc¨®n. Agotada la munici¨®n, quiere saber qui¨¦n se benefici¨® del reparto. Para eso se encarama a la barandilla e inclina el cuerpo. Percibe el silencio de la calle, la distancia del abismo, la voluptuosidad del v¨¦rtigo.
El timbre del piso es m¨¢s potente que la m¨²sica suramericana de la radio. La criada se sobresalta, apaga el transistor, r¨¢pidamente se revisa el pelo, el traje, el calzado. ?Le traer¨¢n su c¨¦dula de acogida? El timbre repica con apremio, corre la criada por el pasillo para abrir la puerta al cartero de los Magos sin darse cuenta de que el comedor est¨¢ sin luz y no se escucha la retransmisi¨®n televisada de la cabalgata.
La madre sale de la peluquer¨ªa y al llegar a la calle de Arapiles mira la fachada de su casa. En el balc¨®n del comedor hay dos polic¨ªas con la criada suramericana. En la calle, parpadea la luz de una ambulancia. Por el suelo, tenedores, cuchillos, cucharas, vasos rotos y, junto a una bolsa de compra, un hombre tendido.
La madre a¨²n no lo reconoce. Los sanitarios de urgencia le atienden bajo la mirada infantil del responsable de los hechos.
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