El esplendor de los primeros Rolling Stones
No estaban bien representados los Rolling Stones cl¨¢sicos en compacto. Hay detr¨¢s una historia dolorosa: todo lo que registraron para Decca entre 1963 y 1970 termin¨® siendo propiedad -mejor no entrar en detalles- de Allen Klein, el temible manager neoyorquino que tambi¨¦n intervino negativamente en la disoluci¨®n de The Beatles. Klein trat¨® ese fabuloso bot¨ªn con poco cari?o, aunque hay que agradecerle su predisposici¨®n a permitir su uso -a cambio de cantidades m¨®dicas- para pel¨ªculas, algo que ha terminado beneficiando a los Stones: su resonancia cultural ha aumentado al estar en las bandas sonoras de Reencuentro o del mejor Scorsese.
Klein no fue tan visionario respecto al soporte compacto: los elep¨¦s de los Stones se digitalizaron a partir de 1986, pero no se hizo ning¨²n esfuerzo por remasterizar las grabaciones o racionalizar sus contenidos. Luego, Klein indign¨® a¨²n m¨¢s a los fans con disparates como retirar del mercado los discos originales y vender ¨²nicamente las deficientes versiones estadounidenses (al igual que ocurri¨® con los Beatles, en EE UU recortaban los elep¨¦s brit¨¢nicos y se inventaban nuevos t¨ªtulos sumando temas destinados a los vinilos de dos y cuatro canciones, los a?orados singles y EPs). As¨ª que buena parte de la copiosa obra en la que se sustenta la reputaci¨®n de "la mayor banda de rock and roll" se vend¨ªa de mala manera, en discos absurdos y que sonaban a rayos.
Hasta ahora. Con la anuencia de los Rolling Stones, todo el cat¨¢logo de ABKCO -la marca oficial de Klein- ha sido remasterizado a partir, aleluya, de las cintas primigenias. A trav¨¦s de Universal, llegan 22 compactos en envoltorio digipack. Un n¨²mero intimidante -los Rolling Stones eran prol¨ªficos pero no tanto- que tiene su explicaci¨®n: se reeditan ahora tanto las referencias del Reino Unido como las estadounidenses (cuando eran diferentes), junto con ocho recopilatorios, incluyendo los que Klein sac¨® cuando el grupo se escap¨® de sus garras; al menos, ahora se puede elegir. Siguen ausentes curiosidades bien conocidas de los compradores de discos piratas, como Cocksucker blues, humor¨ªstico himno jaggeriano a las felaciones que los Stones entregaron para cerrar su contrato con Decca, convencidos de que no se atrever¨ªan a editarlo (acertaron). Los nuevos compactos no est¨¢n enriquecidos con textos o informaci¨®n extra, pero se han remediado errores humanos (equivocaciones al enviar las cintas para las f¨¢bricas) y trucos baratos (las falsas mezclas estereof¨®nicas). Se mantiene alguna metedura de pata -Don't lie to me, de Metamorphosis, pertenece a Chuck Berry, no a Jagger-Richards-, pero las objeciones empeque?ecen ante la contundencia del nuevo sonido.
En sonido, la ganancia es formidable, como si se hubiera arrancado un denso velo y ahora se mostrara toda la elegancia de la secci¨®n r¨ªtmica, la fiereza guitarrera de Keith Richards, los mil detalles aportados por Brian Jones (y Bill Wyman) m¨¢s diversos m¨²sicos de estudio, la abundancia de acentos que usaba Mick Jagger. Hay nitidez, profundidad y, finalmente, la constataci¨®n de que los Stones de los sesenta sacaban fabuloso beneficio a cada una de sus visitas al estudio de grabaci¨®n.
Allen Klein se ha mostrado ins¨®litamente generoso ya que los 22 t¨ªtulos son discos h¨ªbridos de CD y SACD: pueden escucharse en reproductores normales o en los reci¨¦n llegados equipos de Super Audio CD, que se benefician de la tecnolog¨ªa DSD, desarrollada conjuntamente por Philips y Sony, un modo de codificar las se?ales que incrementa la resoluci¨®n de la m¨²sica. Se conozcan o no las anteriores ediciones, anal¨®gicas o digitales de estas grabaciones, estos 22 discos son una revelaci¨®n deslumbrante: la asombrosa historia de la infancia, juventud y primera madurez de un grupo imposible. En su contra estaban las diferencias de edad entre el llamativo tr¨ªo de primera l¨ªnea (Jagger, Richards, Jones) y la gente del fondo (Wyman, Charlie Watts e Ian Stewart, el pianista de mand¨ªbula cuadrada al que se hizo desaparecer de las fotos y los escenarios). Tambi¨¦n les separaban las experiencias humanas -los m¨¢s j¨®venes nunca hab¨ªan tenido un empleo ni sufrieron el servicio militar- y la cultura musical: los mayores ten¨ªan querencia por el jazz, el boogie woogie y el rhythm and blues. Coincidieron en el blues urbano, pero parec¨ªa disparatada la idea de construir una carrera a partir de una m¨²sica existencialmente tan distante: estamos hablando de cinco brit¨¢nicos que ni sab¨ªan de qu¨¦ color son las aguas del Misisip¨ª.
Tampoco contaban con un gu¨ªa eficaz -como fue George Martin para los Beatles- a la hora de entrar en el traicionero mundo de los estudios: en la primera sesi¨®n profesional, comprobaron que su supuesto productor, Andrew Loog Oldham, ignoraba que deb¨ªa mezclar en una cinta lo grabado en cuatro pistas. Y no se esforzaron en componer hasta que Oldham encerr¨® a Mick y Keith en su piso, con la amenaza de tenerlos all¨ª hasta que sacaran una canci¨®n. Aprendieron r¨¢pido, mientras se med¨ªan con las piezas de sus maestros. Sus adaptaciones de temas afroamericanos eran sucias y estruendosas. En sus primeros viajes a Estados Unidos, conocieron el emergente soul, un repertorio fresco que se aprend¨ªan en los hoteles y grababan calentito, a veces antes de terminar la gira. Am¨¦rica fue la aut¨¦ntica universidad para los Rolling Stones. Cursos intensivos de vida en la carretera y de m¨²sica en el estudio.
Les benefici¨® la competencia con los Beatles que Oldham incit¨® como argumento promocional (en realidad, Lennon y McCartney les cedieron su I wanna be your man cuando estaban necesitados de un ¨¦xito) y que se convertir¨ªa en una maldici¨®n: los Stones llegaban ansiosos a los puntos de ruptura cuando ya los de Liverpool andaban en el tramo siguiente. Cuando John Lennon se quej¨® a Mick Jagger de sus problemas econ¨®micos, tal vez no fue inocente su recomendaci¨®n de que Allen Klein era lo que necesitaban, un manager marrullero capaz de sacar dinero de las piedras.
El t¨¢ndem Jagger-Richards
demostr¨® un muy apreciable talento para el pop y una inmensa curiosidad creativa. Contaban con la solidez de su secci¨®n r¨ªtmica y con la inventiva del gran Brian Jones, indispensable en sus aproximaciones al exotismo (Paint it black) o al pop isabelino (Lady Jane). La primera gran tragedia de los Stones fue la imposibilidad de funcionar con un err¨¢tico Jones, que termin¨® fuera del grupo, incongruentemente alegando que sus compa?eros se estaban alejando del bueno y viejo blues; cuatro semanas despu¨¦s, Brian mor¨ªa ahogado en lo que se consider¨® un accidente y que luego se ha perfilado como un homicidio, el primero de los muchos cad¨¢veres, reales o figurados, que tapizan la senda de los Rolling Stones.
Pero se ha hecho demasiada literatura con la turbia trayectoria del grupo y, comparativamente, se ha prestado poca atenci¨®n a sus logros. Impresiona ahora la prodigalidad de un disco como Aftermath (1966), con sus 14 cortes y sus 53 minutos de duraci¨®n, primer elep¨¦ en el que todo ven¨ªa firmado por Jagger-Richards, que se inicia con cr¨ªtica social de inspiraci¨®n dylaniana (Mother's little helper) y se oscurece con abundantes canciones de revancha masculina que ganaron mala fama a Jagger entre el mujer¨ªo feminista. Between the buttons (1967) les vio cimentando su universo tem¨¢tico y ampliando la paleta sonora. Su disco psicod¨¦lico, Their satanic majesties request (1967), despliega hoy sus ambiciosos encantos. No fue entendido y se resarcieron con Beggars banquet (1968) y Let it bleed (1969), los trabajos que acotaron su territorio particular: rock afilado con ra¨ªces sure?as, aroma de drogas y rumor de sexo, arrogancia de secreta aristocracia y sibilina exhibici¨®n de su estilo de vida. Los Stones que, contra todo pron¨®stico, han llegado hasta nuestros d¨ªas.
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