Las semillas de una posible ruptura entre EE UU y Europa
El autor advierte del deterioro en las relaciones transatl¨¢nticas en este art¨ªculo, publicado en la 'Harvard International Review' con el t¨ªtulo de "Perspectivas de la pol¨ªtica exterior de EE UU"
La asociaci¨®n trasatl¨¢ntica entre Europa y Estados Unidos, forjada tras la Segunda Guerra Mundial, ha demostrado su ¨¦xito y resistencia a lo largo del ¨²ltimo medio siglo. El entorno internacional cambi¨® radicalmente con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn en 1989, pero sus repercusiones s¨®lo se han manifestado de modo gradual. El impacto de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 ha arrojado luz sobre la evoluci¨®n de la relaci¨®n entre Europa y Estados Unidos durante la ¨²ltima d¨¦cada como consecuencia de un entorno transformado.
As¨ª, mientras Washington ha reaccionado con rapidez a los nuevos desaf¨ªos, tanto en la pr¨¢ctica como en su definici¨®n de estrategia, las diferencias de percepci¨®n y capacidad contienen las semillas de una posible ruptura trasatl¨¢ntica. Nada podr¨ªa ser m¨¢s peligroso para ambas partes; Europa y Estados Unidos tienen el deber com¨²n de cultivar su relaci¨®n. Ello requiere un serio debate sobre percepciones, valores, m¨¦todos y capacidades.
La crudeza y las distinciones morales en el lenguaje de EE UU chocan a los europeos
Si EE UU reclama el poder para s¨ª mismo, provocar¨¢ resentimiento y hostilidad
La alianza transatl¨¢ntica debe ser m¨¢s que una asociaci¨®n 'ad hoc' y puramente utilitaria
Lo necesario y deseado no es el imperio estadounidense, sino el liderazgo estadounidense
Aunque el final de la Guerra Fr¨ªa fue una gran victoria para Occidente, dio paso a un periodo de ajuste y evoluci¨®n que disminuy¨® la centralidad de Europa para Estados Unidos. La desaparici¨®n de una amenaza existencial, la menor importancia estrat¨¦gica del teatro europeo, y el creciente inter¨¦s de Estados Unidos por otras prioridades diluyeron parte del pegamento de las relaciones entre la Uni¨®n Europea y Estados Unidos. Otros acontecimientos complicaron esta imagen: la incapacidad de Europa de hacer frente a la crisis de los Balcanes sin la ayuda de Estados Unidos, el desfase entre ambos socios en relaci¨®n con el crecimiento econ¨®mico durante la d¨¦cada de 1990 y la preocupaci¨®n de Europa por su propio desarrollo interno. Debe reconocerse a los l¨ªderes de ambos lados del Atl¨¢ntico el m¨¦rito de que las relaciones siguieran siendo fuertes a pesar de estas brechas crecientes; la Declaraci¨®n Trasatl¨¢ntica de 1990 y la Nueva Agenda Trasatl¨¢ntica de 1995 fueron pasos inteligentes hacia una reinvenci¨®n de la asociaci¨®n tras el fin de la Guerra Fr¨ªa.
En Europa, el efecto inmediato de los atentados del 11 de septiembre fue desencadenar una ola nueva de solidaridad emocional con Estados Unidos. "Todos somos estadounidenses", proclam¨® Le Monde el d¨ªa siguiente a los atentados. De hecho, los europeos sintieron que ese ataque hab¨ªa sido un ataque contra los valores que compart¨ªan con Estados Unidos. Ahora, un a?o despu¨¦s, la relaci¨®n parece mucho menos halag¨¹e?a. Una mirada fr¨ªa a los hechos revela un tono m¨¢s cr¨ªtico, una mezcla m¨¢s compleja de emociones y cierto grado de exasperaci¨®n en Europa, incluso por parte de quienes se consideran atlantistas ac¨¦rrimos. En cierto modo, esto es simplemente el efecto normal del paso del tiempo, que ha permitido reanudar el debate pol¨ªtico, del mismo modo que la solidaridad bipartidista dentro de Estados Unidos se ha erosionado inevitablemente. No obstante, m¨¢s esencialmente, esta fricci¨®n refleja una nueva serie de tensiones entre ambas partes, alimentada por diferencias de percepci¨®n, prioridades y respuestas a los atentados terroristas.
Claramente, las percepciones estadounidenses del mundo se han transformado. Donde anta?o la geograf¨ªa y el poder militar proporcionaban confort y seguridad, hoy existe un sentimiento persistente de vulnerabilidad y exposici¨®n al peligro. La "seguridad de la patria", una frase y un concepto ajenos antes del 11 de septiembre, es ahora el factor predominante en la pol¨ªtica de Estados Unidos, con consecuencias de largo alcance que han suscitado cambios en las iniciativas pol¨ªticas de Estados Unidos en el plano nacional, econ¨®mico, de defensa y exterior.
En cambio, para el resto del mundo que fue espectador horrorizado m¨¢s que v¨ªctima directa de los atentados el 11 de septiembre fue un acontecimiento simb¨®lico, una brutal llamada de atenci¨®n hacia los peligros de un megaterrorismo que combina fanatismo con inmenso poder destructivo. Para los ciudadanos de Londres, Par¨ªs y Madrid, la novedad mort¨ªfera de los ataques de Al Qaeda reside en el atroz grado de muerte y destrucci¨®n causadas, no en el hecho de que se hubiera convertido en objetivo a civiles inocentes sobre suelo patrio sin previo aviso. Para la mayor¨ªa de los europeos hoy, el cambio reciente m¨¢s importante en el entorno de la seguridad es la eliminaci¨®n de la amenaza sovi¨¦tica y no el surgimiento de una amenaza terrorista, que es el foco de atenci¨®n natural en Estados Unidos.
Existen m¨¢s disparidades en las percepciones de la verdadera naturaleza de esta nueva amenaza terrorista. La elecci¨®n del lenguaje a ambos lados del Atl¨¢ntico es reveladora: lo que para Estados Unidos es una "guerra contra el terrorismo" para Europa es la "lucha contra el terrorismo". Para muchos ciudadanos estadounidenses los atentados fueron un acto de guerra y una expresi¨®n del mal. Los europeos tambi¨¦n condenaron los ataques sin reservas, pero al mismo tiempo ven el terrorismo como el s¨ªntoma m¨¢s extremo y reprensible de una disfunci¨®n pol¨ªtica m¨¢s amplia y profunda. Estas diferencias de percepci¨®n pueden explicarse en parte por la divergencia de las capacidades de ambos actores. La respuesta militar pareci¨® m¨¢s natural a la potencia militar preeminente del mundo que a una potencia civil como Europa, que de hecho prefiri¨® una respuesta diplom¨¢tica.
Pero estas diferentes caracterizaciones reflejan tambi¨¦n la naturaleza dispar de ambas sociedades. La certeza moral de un Estados Unidos relativamente religioso encuentra dif¨ªcil paralelo en una Europa principalmente secular. Una sociedad religiosa explica el mal en t¨¦rminos de elecci¨®n moral y libre voluntad, mientras que una sociedad civil busca las causas del mal en factores psicol¨®gicos o pol¨ªticos. Esta certeza moral se refleja en un lenguaje pol¨ªtico cuya crudeza y distinciones morales implacablemente claras a menudo han chocado a los europeos, para quienes el compromiso y la diferenciaci¨®n son la norma. Incluso algunos l¨ªderes religiosos de Europa se han sentido inc¨®modos con la brusquedad ¨¦tica de algunos an¨¢lisis estadounidenses. "Hablar grandilocuentemente de individuos malignos", escribi¨® Rowan Williams, arzobispo electo de Canterbury, "no ayuda a entender nada. Incluso los actos viles y asesinos tienden a proceder de alguna parte". Curiosamente, incluso un realista estadounidense testarudo como Robert Kaplan hace una afirmaci¨®n similar en su libro Warrior Politics (La pol¨ªtica de los guerreros): "Los Estados raramente pueden categorizarse como estrictamente buenos o malos. Unas veces tienden a actuar bien y otras a actuar mal, mientras navegan sin fin en busca de ventajas. Por eso, el t¨¦rmino Estado delincuente, aunque ocasionalmente sea apropiado, puede que tambi¨¦n exponga las ilusiones idealistas del que lo utiliza, ya que juzga err¨®neamente la naturaleza de los propios Estados".
Sin embargo, son las diferencias de enfoque pol¨ªtico, m¨¢s que un supuesto relativismo moral, lo que mejor explica por qu¨¦ los pol¨ªticos europeos eligen, por ejemplo, no romper sus contactos con Yasir Arafat antes de las elecciones palestinas. Asimismo, los an¨¢lisis pol¨ªticos diferentes, no un desacuerdo b¨¢sico sobre fines definitivos o juicios morales, son lo que anima a los europeos a provocar reformas en Ir¨¢n a trav¨¦s de las relaciones antes que del aislamiento.
Los responsables pol¨ªticos estadounidenses ven la nueva amenaza terrorista como el desaf¨ªo primordial a la seguridad y el orden internacionales, excluyendo casi por completo todos los dem¨¢s. Los europeos, por otra parte, tienden a verla como una m¨¢s de entre una serie de amenazas, junto con la pobreza, los conflictos regionales sin resolver, las pandemias y el cambio clim¨¢tico. La izquierda y la derecha, los halcones y las palomas, los pol¨ªticos y la opini¨®n p¨²blica por igual, todos apoyan una pol¨ªtica activa para enfrentarse a los problemas del desarrollo sostenible y las posibles conflagraciones regionales. Los europeos son m¨¢s propensos a ver estas cuestiones en relaci¨®n con sus posibles efectos sobre la seguridad y la inseguridad que los estadounidenses y, consiguientemente, a apoyar una estrategia preventiva. En su discurso de junio de 2002 en la academia militar estadounidense de West Point, el presidente George Bush proclam¨®: "Debemos enfrentarnos a las peores amenazas antes de que surjan... si esperamos a que esas amenazas se materialicen, habremos esperado demasiado tiempo". Esta doctrina, en opini¨®n de los europeos, se aplica imperativamente a temas como el cambio clim¨¢tico antes que a la acci¨®n militar preventiva como pretende Bush.
El Gobierno de Bush ha respondido r¨¢pidamente a los nuevos problemas, en la pr¨¢ctica y en pensamiento estrat¨¦gico, como evidencia la recientemente publicada Estrategia de Seguridad Nacional (ESN). Este importante documento representa la respuesta de Estados Unidos a la conmoci¨®n del 11 de septiembre y al final de la Guerra Fr¨ªa. La primera ha acelerado la evoluci¨®n anunciada por los acontecimientos de 1989: una nueva arquitectura geopol¨ªtica que supone relaciones m¨¢s estrechas entre Estados Unidos y Rusia, y quiz¨¢ China, el abrumador dominio de Estados Unidos como principal potencia militar, y la redefinici¨®n de la alianza de la ONU. Tambi¨¦n ha proporcionado nuevos ¨ªmpetus y una raz¨®n de ser a la acci¨®n decisiva de Estados Unidos, con o sin la comunidad internacional. En ese sentido, est¨¢ de acuerdo con la opini¨®n m¨¢s esc¨¦ptica sobre el multilateralismo adoptada por Condoleeza Rice antes de asumir su cargo de Asesora de Seguridad Nacional estadounidense: "La pol¨ªtica exterior", escribi¨®, "ser¨¢ con toda seguridad internacionalista, pero tambi¨¦n proceder¨¢ de la firme base de los intereses nacionales, no de los intereses de una comunidad internacional ilusoria".
La ENS establece las objeciones pol¨ªticas estadounidenses con admirable claridad, aunque suscita una serie de cuestiones y confirma la existencia de diferentes percepciones a ambos lados del Atl¨¢ntico. Como su t¨ªtulo indica, se trata de una estrategia nacional, pero con amplias consecuencias internacionales. El paso de un sistema de contenci¨®n y disuasi¨®n a un mundo de prevenci¨®n militar definida por un Estado representa un cambio pol¨ªtico dr¨¢stico que tendr¨¢ repercusiones directas en Europa y el resto del mundo. Como Henry Kissinger declar¨® ante el Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado en septiembre, "el establecimiento de principios que garantizan a todas las naciones un derecho ilimitado a lanzar ataques preventivos contra lo que ellas mismas definan como amenazas a su seguridad no puede redundar en beneficio de Estados Unidos ni del mundo". En cuanto europeo, me pregunto si redunda en el inter¨¦s com¨²n de la comunidad internacional el desarrollar principios que concedan a un ¨²nico pa¨ªs un derecho ilimitado. La amenaza del terrorismo vinculado con las armas de destrucci¨®n masiva quiz¨¢ justifique una revisi¨®n de las categor¨ªas tradicionales de contenci¨®n y disuasi¨®n que han garantizado la paz en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Pero el uso preventivo de la fuerza necesita una legitimaci¨®n m¨¢s amplia, ya sea a trav¨¦s del Consejo de Seguridad de la ONU o al menos mediante una forma de respaldo multilateral. Si Estados Unidos reclama el poder para s¨ª mismo, lo ¨²nico que har¨¢ ser¨¢ provocar resentimiento y hostilidad en el exterior, y en ¨²ltima instancia acabar¨¢ por perjudicar sus propios intereses nacionales.
Adem¨¢s, tras el supuesto planteamiento ampliamente internacionalista que la ENS plantea respecto a opciones pol¨ªticas como la pol¨ªtica del desarrollo, el comercio y la cooperaci¨®n regional, se encuentra un firme mensaje que resalta la supremac¨ªa militar estadounidense y el uso de la fuerza militar para responder a nuevas amenazas. No es s¨®lo su relativa debilidad en el plano militar lo que induce a los europeos a adoptar una actitud menos optimista a ese respecto, sino tambi¨¦n su genuina creencia en que una respuesta militar no resuelve por s¨ª misma el problema del terrorismo y que en realidad quiz¨¢ aumente el riesgo de que se produzcan amenazas asim¨¦tricas. Una nueva doctrina sobre la seguridad mundial debe combinar estrategias de prevenci¨®n, protecci¨®n y represi¨®n para enfrentarse a la amenaza terrorista. La Uni¨®n Europea, con su espec¨ªfica cultura de seguridad basada en la prevenci¨®n del conflicto, el di¨¢logo y la sensibilidad a las ra¨ªces econ¨®micas y sociales de la violencia, tiene una importante contribuci¨®n que hacer a ese respecto. Sin embargo, en ¨²ltima instancia, la credibilidad de tal estrategia descansa en la capacidad de Europa de dotarse tambi¨¦n a s¨ª misma de medios para usar la fuerza cuando todo lo dem¨¢s haya fracasado.
Al mismo tiempo, debemos garantizar que las respuestas de seguridad no s¨®lo sean completas, integradas y a largo plazo, sino tambi¨¦n ampliamente aceptadas y gestionadas. Al hacerlo, ayudamos a garantizar que los valores que el terrorista rechaza -el gobierno de la ley, la libertad, la democracia- no se convierten en s¨ª mismos en v¨ªctimas de nuestra lucha. Defender nuestra paz, expandir nuestros valores y compartir nuestra prosperidad no ser¨¢ posible en un mundo de anarqu¨ªa y caos. La lucha por conseguir un mundo de orden ser¨¢ m¨¢s leg¨ªtima y m¨¢s eficaz si se basa en la cooperaci¨®n internacional y en el respeto a las reglas y a las instituciones globales. A ese punto de vista se debe el que los europeos esc¨¦pticos diesen la bienvenida al compromiso del presidente Bush de mantener el liderazgo estadounidense a trav¨¦s, y no fuera, del Consejo de Seguridad en la cuesti¨®n de las armas de destrucci¨®n masiva de Irak. Para los europeos ¨¦ste es algo m¨¢s que un escaparate diplom¨¢tico; constituye la diferencia entre un curso de acci¨®n que fortalece la ley y el orden internacionales, y otro que los erosiona.
Los europeos no son partidarios del multileralismo porque tengan instinto gregario, ni porque se vean como liliputienses intentando sujetar a Gulliver. El apego de los europeos al multilateralismo se basa en la experiencia. Despu¨¦s de 1945, el surgimiento del continente europeo tras el desastre de la guerra y la destrucci¨®n y el aislamiento del nacionalismo intolerante han sido un ¨¦xito para el multilateralismo y el liderazgo estadounidense. Fue Estados Unidos el que invent¨® el multilateralismo moderno como sistema de funcionamiento despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial. Al reunir su soberan¨ªa en la Uni¨®n Europea y otras organizaciones multilaterales, los Estados europeos han seguido ese ejemplo y conseguido aumentar la seguridad y la estabilidad regional. El precio ha sido comprometerse con un sistema de negociaci¨®n permanente que requiere paciencia y concesiones mutuas.
Estamos convencidos de que los problemas mundiales -ya sean econ¨®micos, medioambientales o pol¨ªticos- requieren soluciones mundiales. Las mercanc¨ªas, los servicios y las personas circulan m¨¢s que nunca. Las emisiones de gases invernadero no respetan fronteras, y tampoco los terroristas ni los delincuentes. Los conflictos se extienden de un pa¨ªs a otro y las crisis financieras tienen efectos indirectos en todo el mundo. En este mundo globalmente interdependiente, el empe?o en mantener el multilateralismo representa una inversi¨®n a largo plazo en seguridad. Si los m¨¢s d¨¦biles y los m¨¢s pobres sienten que su voz no se est¨¢ escuchando, pronto se convertir¨¢n tambi¨¦n en los m¨¢s enojados.
Incluso el pa¨ªs m¨¢s fuerte del mundo necesita amigos y aliados, como la ENS se?ala oportunamente en su texto. Pero a los aliados debe trat¨¢rseles como tales y permit¨ªrseles participar no s¨®lo en la ejecuci¨®n, sino tambi¨¦n en el establecimiento de la pol¨ªtica. La idea de crear coaliciones ad hoc de seguidores d¨®ciles que se pueden elegir o descartar a voluntad no es ni atractiva ni sostenible a largo plazo. Los ciudadanos europeos y estadounidenses son miembros de una misma familia y comparten valores comunes, pero esa situaci¨®n cambiar¨¢ si los europeos llegan a la conclusi¨®n de que tienen poco que decir a la hora de establecer la definici¨®n, la promoci¨®n o la defensa de dichos valores compartidos. Los valores fundamentales son m¨¢s duraderos que cualquier objetivo particular. Para que dure y prospere, la alianza trasatl¨¢ntica debe ser m¨¢s que una asociaci¨®n ad hoc y puramente utilitaria.
El legado del pasado es realmente bastante alentador a este respecto: a la hora de la verdad, Estados Unidos y sus aliados europeos se encuentran en el mismo bando y act¨²an como verdaderos socios. A medida que transcurre el tiempo, subsiste la esperanza de que la relaci¨®n entre Europa y Estados Unidos est¨¦ cada vez m¨¢s moldeada por el v¨ªnculo entre Estados Unidos y la propia UE. Tras construir con ¨¦xito un mercado interno, crear el euro, y lanzar el proceso irreversible de reunificaci¨®n del continente, la Uni¨®n Europea se enfrentar¨¢, en los pr¨®ximos a?os, a la siguiente gran dificultad: establecer una pol¨ªtica exterior fuerte y cre¨ªble. El ¨¦xito de esa tarea determinar¨¢ en muchos aspectos el futuro de la relaci¨®n trasatl¨¢ntica. Abordar las principales cuestiones internacionales de las pr¨®ximas d¨¦cadas ser¨¢ mucho m¨¢s f¨¢cil si EE UU puede trabajar junto a una Europa fuerte y confiada.
Una convincente victoria militar en Afganist¨¢n ha alimentado la confianza y la seguridad en s¨ª mismo de Estados Unidos, y la ESN refleja el asombroso grado de supremac¨ªa estadounidense en cuanto a fuerza bruta. Tanto partidarios como cr¨ªticos del uso dr¨¢stico de la supremac¨ªa estadounidense (no todos los cuales residen en Europa) hablan cada vez m¨¢s de tendencias imperiales. En opini¨®n de Henry Kissinger, "Estados Unidos disfruta de una preeminencia no igualada siquiera por los mayores imperios del pasado". Sin embargo, quienes consideran a Estados Unidos como un nuevo imperio del siglo XXI deber¨ªan considerar las sabias palabras de Tuc¨ªdides respecto a los atenienses: "La presente prosperidad hab¨ªa convencido profundamente a los atenienses de que nada pod¨ªa resist¨ªrseles, y que pod¨ªan conseguir lo posible y lo impracticable por igual, sin importar que lo hicieran con medios generosos o inadecuados. La raz¨®n para ello fue su extraordinario ¨¦xito, que los hizo confundir su fuerza con sus esperanzas".
El mundo moderno es complejo e interdependiente. La amplia agenda de seguridad a la que debemos enfrentarnos exige la posesi¨®n no s¨®lo de fuerza militar sino tambi¨¦n econ¨®mica, diplom¨¢tica e industrial. Como demuestra el reciente estudio llevado a cabo por el Consejo de Chicago para las Relaciones Internacionales y el Fondo Marshall Alem¨¢n de EE UU, las actitudes estadounidenses en pol¨ªtica exterior para tratar una amplia gama de cuestiones internacionales demuestran un amplio respaldo a los planteamientos multilaterales de la pol¨ªtica exterior, frente a los unilaterales, y muestran m¨¢s disposici¨®n a utilizar la fuerza militar cuando se hace de manera multilateral que unilateralmente.Lo necesario y deseado -a ambos lados del Atl¨¢ntico- no es el imperio estadounidense, sino el liderazgo estadounidense. "El precio de la grandeza", seg¨²n sir Winston Churchill, "es la responsabilidad". Esas palabras transmiten un mensaje tanto a Estados Unidos como a Europa. A Europa, que aspira a la grandeza, le recuerdan que la influencia conlleva un precio y para ganarla hay que asumir obligaciones y deberes. A EE UU, que ha alcanzado la grandeza, las mismas palabras le recuerdan que el poder no sustituye a la persuasi¨®n, y que el poder ejercido con circunspecci¨®n y legitimidad atraer¨¢ a los aliados y repeler¨¢ a los enemigos.
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