Daniela vive
Daniela. ?A alguien le dice algo ese nombre? S¨ª, tal vez le suene de alguna tonada, quiz¨¢s a un estribillo de cantautor, quiz¨¢s a alg¨²n poema de amor, o puede que su nombre coincida con el de una antigua novia. Daniela. El nombre est¨¢ escrito en una tarjeta fotocopiada. Sobre una foto de una ni?a, de rasgos borrados por las sucesivas fotocopias, se puede leer: "Daniela tiene c¨¢ncer". Una mujer de cabellos negros y brillantes ha dejado la tarjeta sobre la mesa donde me estoy tomando un caf¨¦. "Daniela tiene c¨¢ncer".
No es la primera vez que tengo noticias de ella. Daniela para m¨ª ya no es una foto en una tarjeta de visita, sino una constante matem¨¢tica. O mejor, un concepto, una idea con su anagrama -la cara irreconocible de Daniela- que marcar¨¢, me digo, esta ¨¦poca que estoy viviendo, como un punto de libro, o de vida, o como un tatuaje en la memoria, una huella dactilar en mis neuronas. ?Olvidar¨¦ alguna vez a Daniela?
Los inmigrantes llegan y se van, parecen hojas muertas, y temo que alg¨²n d¨ªa se lleven a Daniela, Daniela arrastrando su c¨¢ncer por Europa, Daniela en tour por medio mundo en espera de un costoso tratamiento, Daniela, lastimosa agonizante de pacotilla usada como moneda de cambio, Daniela, ?existe realmente? Qu¨¦ importa. En esas manchas que forman su cara busco una pista sobre sus rasgos y su edad, tarea imposible. Veo a la mujer morena disparar con sus ojos de nuez moscada a los alegres bilba¨ªnos, que seguramente tambi¨¦n est¨¢n preocupados por Daniela.
Las cartulinas no dejan indiferente a nadie, lo malo es que ya est¨¢n muy vistas y muy viejas, aunque, ?para qu¨¦ las van a cambiar? Har¨ªan falta muchas m¨¢s fotocopias sobre cartulinas de colores, y una historia con gancho. Adem¨¢s, qui¨¦n sabe durante cu¨¢nto tiempo hablar¨¢ castellano Daniela, y si dentro de poco no estar¨¢ traducida al portugu¨¦s, al franc¨¦s o al lituano, a m¨¢s idiomas que El Quijote, muri¨¦ndose en esperanto, escrito su epitafio en cir¨ªlico, y fotocopiada su cara en cartulinas de colores que servir¨¢n, en ¨²ltimo caso, de posavasos.
Siempre que las cartulinas tengan esa inocente utilidad todo va bien. Hay cosas mucho m¨¢s sucias. Daniela no puede sino provocar cierta ternura cuando ya la conoces de largo, y la miras respetuosamente, como quien est¨¢ ante una leyenda urbana. El propio slogan, "Daniela tiene c¨¢ncer", revuelve por vez primera las entra?as, pero luego, con el paso del tiempo, empieza a hacerse enormemente familiar. En realidad, Daniela es un ejemplo de la publicidad de la Corte de los Milagros. ?Qui¨¦n es el cerebro de la campa?a? Tal vez no merezca la pena hacerse tantas preguntas. Basta con que su nombre se lea cada ma?ana, sobre la mesa, ante el caf¨¦ o el vino blanco, y asegurarse de que Daniela sigue estando en primera l¨ªnea de barra.
La mujer de pelo oscuro ha recogido todas sus cartulinas de color azul, y se marcha. Como no ha conseguido dinero, pide un cigarrillo. Se lo dan: "Para el c¨¢ncer de Daniela". Los alegres bilba¨ªnos contin¨²an bebiendo sus caf¨¦s, sus vinos blancos, sus marianitos. Los d¨ªas pasan, y Daniela vive.
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