Amazonia
En la vida hay momentos sublimes que tratamos a veces de repetir casi siempre sin ¨¦xito. Sabina dice saber por experiencia que al lugar donde has sido feliz no se debe tratar de volver. Es una consigna extremadamente dura por la carga de realismo que contiene, pero muy acertada. Nada es igual cuando vuelves, nada, ni siquiera las estrellas. Si tuviera que escoger el momento de mi vida en que he sentido mayor plenitud vital creo que elegir¨ªa aquellas noches de verano de chaval en que me tumbaba en la cuneta para contemplar el firmamento. Era una pasada. Ocurr¨ªa a las afueras de un peque?o pueblo castellano donde el aire ol¨ªa a tierras de labor reci¨¦n segadas y el silencio, atronador, era tan s¨®lo violado por los grillos y las chicharras.
En ese ambiente romp¨ªa la oscuridad absoluta el espect¨¢culo alucinante de la b¨®veda celeste. All¨ª tocabas las estrellas e identificabas planetas y constelaciones con nombres y apellidos como si formaran parte de tu familia. Aquel viaje sideral con ojos de cr¨ªo te hac¨ªa sentir grande ante las peque?as mezquindades terrenales. He intentado mil veces recuperar la experiencia y nunca ha sido igual. Ni el cielo del Sina¨ª , que parece poner las estrellas al alcance de la mano, ha logrado transmitirme el sobrecogimiento interior de esas noches memorables de adolescencia.
En el monte sagrado el aire ol¨ªa a cam¨¦lido, el silencio era ruidoso y sobre todo los ojos no miraban ya con el prisma de la inocencia de quien despierta a la vida. Quiz¨¢ influye tambi¨¦n el reconocer que aquella escenograf¨ªa estelar no existe realmente, no al menos tal como la vemos al tratarse de im¨¢genes que viajaron a la velocidad de la luz durante millones de a?os.
Resulta que ahora un gran ojo electr¨®nico dotado de sistemas infrarrojos permite a los cient¨ªficos contemplar c¨®mo eran los confines del universo hace 13.000 a?os. La c¨¢mara del telescopio Hubble est¨¢ captando im¨¢genes que muestran galaxias situadas en la llamada edad oscura. Im¨¢genes que viajaron a la velocidad de la luz durante ese espacio de tiempo casi inimaginable, ofreciendo la visi¨®n del universo cuando apenas ten¨ªa mil a?os de antig¨¹edad.Un espectacular avance en el conocimiento humano que, sin embargo, patentiza nuestra absoluta incapacidad de escrutar siquiera c¨®mo es el cosmos en la actualidad. Tal impotencia contrasta con las incre¨ªbles posibilidades de prospecci¨®n que a¨²n presenta el planeta en que vivimos. Se encuentra en Madrid desde hace d¨ªas un personaje pr¨¢cticamente desconocido para el gran p¨²blico y cuya vivencia personal resulta fascinante. Su nombre es Sydney Posuelo y dirige el departamento de Indios Aislados de Brasil. Sydney, que pronunciar¨¢ una conferencia el pr¨®ximo lunes d¨ªa 20 en la Casa Encendida de Caja Madrid, es la persona encargada de proteger las ¨²ltimas tribus de la tierra que a¨²n no han tenido contacto con el hombre civilizado. Tribus que viven igual que lo hac¨ªan sus antepasados antes de que llegara Crist¨®bal Col¨®n.
Para que se hagan una idea de la magnitud de este tesoro antropol¨®gico all¨ª hay m¨¢s de trescientas mil almas que ignoran la existencia del mundo tal y como lo conocemos y que conservan sus lenguas, sus costumbres y culturas sin la menor contaminaci¨®n externa. No se trata de una tribu, sino de casi trescientas etnias diferentes asentadas en la Amazonia y que, separadas por cientos de kil¨®metros de selva, no mantienen contacto alguno entre s¨ª. Pueden imaginar la enorme riqueza y diversidad cultural que encierra cada uno de estos colectivos humanos que pueblan el ¨²ltimo gran reducto virgen del planeta. Les hablo de un espacio equivalente a tres veces el territorio espa?ol y que Sydney Posuelo, con s¨®lo setenta hombres armados, ha demarcado y protegido de los madereros y buscadores de oro que amenazan su supervivencia. Indiana Jones o cualquiera de los h¨¦roes de ficci¨®n empalidecer¨ªa ante las haza?as de este tipo sencillo que hoy pasea por las calles de Madrid con aire despistado. ?l nos descubre un mundo ins¨®lito y alucinante bajo las estrellas del Amazonas. Las estrellas que los ind¨ªgenas observan todav¨ªa con esa ingenuidad maravillosa que te permite casi tocarlas. Ellos ignoran que el firmamento que se alza ante sus ojos, al menos tal y como lo ven, ya ni siquiera existe.
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