Mucha globalizaci¨®n y pocos valores
Iniciamos el 2003 desperez¨¢ndonos de la broma pesada del euro y renegando de la mediocridad de nuestros pol¨ªticos incapaces tanto de contener los abusos del imposible "redondeo" que seguimos sufriendo en nuestras compras como de limpiar la verg¨¹enza convertida en alquitr¨¢n de las playas de nuestros paisanos y encima nos disponemos a tragarnos la mentira piadosa de las estad¨ªsticas asegurando que la vida s¨®lo se ha encarecido el cuatro por ciento.
Mientras tanto, siguen ignor¨¢ndose los aut¨¦nticos problemas que padecemos, como la reforma pendiente de la educaci¨®n ¨²til m¨¢s all¨¢ de los t¨ªmidos pactos entre la formaci¨®n profesional y la universidad, para que exista un aut¨¦ntico aprendizaje y se valoren adecuadamente los oficios o racionalizar la emigraci¨®n para atender las necesidades que el mercado de trabajo suplica.
Se levanta el nuevo a?o y los pol¨ªticos siguen pele¨¢ndose entre ellos antes que servirnos, y su preocupaci¨®n parece centrarse en conservar el sill¨®n pagado en la tribuna del foro en donde deber¨ªan nacer leyes eficaces, m¨¢s que satisfacer los problemas de un sistema econ¨®mico voluble, cuya dependencia de la globalizaci¨®n mantiene abierta las heridas de la precariedad y que ha empobreciendo en los ¨²ltimos dos a?os en m¨¢s de un 50% a los inversores espa?oles, que apostaron en la ruleta diab¨®lica de la bolsa, olvidando que ¨¦sta sirve b¨¢sicamente a los especuladores, pues la gente de buena fe jam¨¢s conoce realmente el valor de las empresas en las que mete sus ahorrillos.
Hace pocos d¨ªas un buen amigo y prestigioso m¨¦dico barcelon¨¦s me dec¨ªa entre los buenos deseos para las fiestas que cada vez es m¨¢s dif¨ªcil confiar en una clase pol¨ªtica formada en parte por mediocres universitarios que renegaron de sus carreras para dedicarse a eso, pero apenas hab¨ªa valorado esta reflexi¨®n cuando le¨ªa en la prensa el discurso de fin de a?o de uno de los pocos estadistas de este pa¨ªs. El muy honorable afirmaba que los pol¨ªticos de los que disfrutamos son el exponente de los defectos de nuestra sociedad, mientras suplicaba a toda la clase pol¨ªtica del futuro un poco de ¨¦tica en su servicio al ciudadano.
No resulta dif¨ªcil adivinar que nuestro colectivo que sigue mir¨¢ndose en el ejemplo yanqui est¨¢ abrazando un modelo de prosperidad absurdo y antisocial, dirigido a construir para¨ªsos del nunca jam¨¢s creando riqueza s¨®lo en base al propio consumo, sin generar mayores valores m¨¢s que los dividendos.
Es in¨²til construir una comunidad basada simplemente en la retroalimentaci¨®n de unos pocos, ganar para gastar despu¨¦s es tan in¨²til como abrir zanjas en el desierto. La prosperidad no puede consistir simplemente en tener un tel¨¦fono que haga fotos, obviando aliviar el sufrimiento de la gente o facilitar la dignidad humana de todos los que desean salir adelante. Si no se comparte la innovaci¨®n no sirve de casi nada, s¨®lo para alimentar el ego y la codicia como un gargant¨²a insaciable.
Nunca una sociedad ha hablado tanto y de tantas maneras gracias a la hipercomunicaci¨®n para decir tan poco, la mayor¨ªa de los que vivimos en occidente no tendremos tiempo material de consumir todo lo que hemos acumulado.
Es urgente renunciar al modelo de valores que aprenden nuestros hijos al dictado de la televisi¨®n, porque se ha convertido en el t¨®pico de la anticomunicaci¨®n. Observen si existe alg¨²n programa de audiencia que cumpla m¨ªnimamente las etapas de un relato simple, o sea presentaci¨®n, desarrollo y despedida. Prueben a conectarse a un programa de grandes masas en cualquier momento y nada cambia porque no hay historia, s¨®lo el aliciente de meterse en la vida de unos comparsas para evidenciar la propia mediocridad y mucho cuidado porque la estupidez es contagiosa.
As¨ª crecen los j¨®venes deslumbrados por la ostentaci¨®n material, tienen una educaci¨®n dirigida a la titulitis mucho m¨¢s que al aprendizaje, y se ponen a trabajar en cualquier empresa, preocupada simplemente en su cuota de mercado y en las inversiones de los accionistas justific¨¢ndose con la competitividad universal.
S¨®lo gusta la parte de la globalizaci¨®n que nos permite vender a m¨¢s gente a trav¨¦s de internet, pero olvidamos que global quiere decir tambi¨¦n universal, solidario y, m¨¢s digno para todos.
Un ser humano deber¨ªa ser algo m¨¢s que un potencial para gastar dinero, no se trata de hipotecar la vida hasta obtener un salario y quit¨¢rselo despu¨¦s con la fantas¨ªa de un piso vendido a 30 a?os, tres televisores con 500 canales est¨²pidos gratuitos pero oblig¨¢ndole a pagar por ver lo que interesa.
Esta globalizaci¨®n s¨®lo ha servido para que aquellos que ostentan el aut¨¦ntico poder puedan explotar mucho m¨¢s y esclavizar a sus semejantes, si antes fueran los campos de algod¨®n ahora es la dictadura del consumo innecesario, pero s¨®lo para aquellos que tienen dinero para comprarlo, aunque para ello tengan que trabajar en algo que dif¨ªcilmente es lo que les gusta.
No hace falta buscar fuera a nuestros enemigos porque ellos est¨¢n dentro de nuestra sociedad, a menudo salen a la calle pero se esconden detr¨¢s de cualquier anuncio superficial, siempre envueltos en signos de poder materiales, pocas veces dando la cara directamente excepto para mostrar lo que suponen que son sus ¨¦xitos.
Quiz¨¢s habr¨ªa que mirar m¨¢s a menudo a oriente pero no para descubrir y buscar culpables sino para agradecer la luz que percibimos del sol todas las ma?anas s¨®lo con despertarnos de la mediocridad, dejar que alumbrara nuestra mente y nos abriera el coraz¨®n para que reconoci¨¦ramos los aut¨¦nticos valores y fu¨¦ramos capaces de intentar simplemente que lo que hacemos todos los d¨ªas contribuya a hacer un poco mejor la vida de los dem¨¢s.
Miquel Bonet es abogado y consejero de Select.
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