Columna de ceniza

Conoc¨ªa la obra de Sarah Kane, suicidada en 1999, y la magnitud temeraria de unos textos teatrales con los que fue preparando su propia muerte y que supusieron cierto esc¨¢ndalo -con lo dif¨ªcil que eso resulta en nuestro tiempo- entre el p¨²blico de escena y sus lectores. Pero no conoc¨ªa de nada, y sigo sin conocerla, a Eva Tranc¨®n, actriz que, aqu¨ª de la mano de Guillermo Heras, se basta para componer un personaje de los que de verdad caminan por el lado m¨¢s salvaje, porque ha renunciado a la palabra como instrumento de comunicaci¨®n o como mediadora de una curaci¨®n imposible para convertirla en el torrente enmudecido de una experiencia ¨²nica.

Es mucho y de mucho calibre lo que aqu¨ª se dice, casi un mon¨®logo que el director alivia con transiciones de audiovisual, con las que a veces tambi¨¦n dialoga. Acerca de la locura (el primer Freud, el m¨¢s humanista, dijo que cuando alguien se interroga sobre el sentido de su vida est¨¢ enfermo, ya que eso no existe de manera objetiva), pero sobre todo a prop¨®sito de ese tipo de personas -mujer, en este caso- a quienes les resulta hostil toda clase de existencia, como mencionaba Pasolini en uno de sus poemas. Es posible que en el texto estorbe la abundancia de recursos escatol¨®gicos, a modo de resumen insultante en el trayecto de un desastre tan inevitable como deseado. Pero es seguro que el inexpresable, pero aqu¨ª bien expresado, dolor de este mon¨®logo ser¨ªa algo distinto sin la presencia turbadora y distante, embrutecida y l¨²cida, de la actuaci¨®n de Eva Tranc¨®n, de cuyo trabajo depende una veracidad desgarradora y muy sutil que coloca al espectador en su lugar, es decir, en ning¨²n sitio. Una creaci¨®n de una actriz, y de su director, a la que habr¨¢ que estar atentos.