Al este y al oeste del Ed¨¦n
Que Dios haya separado los cielos y la tierra, y el d¨ªa y la noche, y la tierra y las aguas, y creado de la nada los vegetales, y las estrellas, y los monstruos marinos y los seres vivientes seg¨²n su g¨¦nero, y despu¨¦s el hombre a su imagen y semejanza, y todo eso en seis d¨ªas, es m¨¢s que probable: es veros¨ªmil, no porque haya ocurrido de verdad, sino porque el mito que lo refiere es coherente, y aunque no compartamos sus pautas de realidad, tampoco es posible descubrir en ¨¦l ning¨²n anacronismo serio. Desde el punto de vista narrativo, podr¨ªa se?alarse a lo sumo cierto desorden en la Creaci¨®n, alguna que otra falta de m¨¦todo, e incluso de necesidad: un demiurgo que cre¨® el universo de la nada hubiese debido tambi¨¦n ser capaz de crearlo de una sola vez, en un mil¨¦simo de segundo, tal cual es ahora, y no parte por parte, laboriosamente, en una fatigosa semana de esfuerzos inhumanos.
Poco importa la verdad de una historia; es el uso que una sociedad hace de ella lo que cuenta
Es con Ca¨ªn y Abel y al este del Jard¨ªn del Ed¨¦n que empiezan las complicaciones. Despu¨¦s del fratricidio, cuando las recriminaciones de Jehov¨¢ le hacen tomar conciencia del horror de su crimen, Ca¨ªn exclama: "Ser¨¦ extranjero en la tierra, y me matar¨¢ el primero que me encuentre" (G¨¦nesis, 4,11). La escena es extraordinariamente intensa, pero por lo que el lector conoce de la Creaci¨®n hasta ese momento, sabe que Ca¨ªn no corre el menor riesgo de ser asesinado, porque despu¨¦s de haber matado a su hermano, es el ¨²nico ser humano que queda en el mundo. Eso no le impide emigrar al este del Ed¨¦n, a un lugar llamado justamente Errante (Nod), conocer a una mujer y tener una vasta descendencia. Pero no hay que cometer el error, de gusto y de inteligencia, de burlarse de las contradicciones de un mito.
Ahora no se trata de indagar la l¨®gica interna de algunos, sino su veracidad, pero ¨²nicamente cuando pretenden presentarse como veraces. El libro cl¨¢sico de Erich Auerbach, Mimesis. La representaci¨®n de la realidad en la literatura occidental (1946), dedica el primer (y ejemplar) cap¨ªtulo al an¨¢lisis comparado de Homero y del Antiguo Testamento: "Podemos muy bien tener nuestras dudas sobre la historicidad de la guerra de Troya y de las navegaciones de Ulises, y sin embargo experimentar, leyendo a Homero, el g¨¦nero de emociones que Homero intentaba suscitar; pero el que no cree en el sacrificio de Abraham, no puede hacer de su relato el uso para el que fue escrito. Hay que ir incluso m¨¢s lejos. La Biblia no s¨®lo pretende a la veracidad de manera mucho m¨¢s expl¨ªcita que Homero, sino que impone tir¨¢nicamente esa pretensi¨®n, excluyendo a todas las otras. El mundo de las historias de las santas Escrituras, no solamente reivindica para s¨ª la verdad hist¨®rica, sino que se concibe tambi¨¦n como la ¨²nica verdad".
Ante esta exigencia, las contradicciones de los mitos, incitan, desde luego, a ser objetadas. Buena parte del pensamiento occidental ha estado en guerra secreta o abierta contra ella. Y Auerbach observa que, para ciertos int¨¦rpretes racionalistas de las Escrituras, con los que no parece estar de acuerdo, el narrador b¨ªblico deb¨ªa mentir deliberadamente, que no era "un inofensivo mentiroso como Homero, que miente para procurarnos placer, sino un mentiroso con un fin pol¨ªtico, que ment¨ªa movido por una voluntad de dominio". Para Auerbach, tambi¨¦n es admisible la opini¨®n opuesta, o sea que el autor de esos relatos cre¨ªa apasionadamente en ellos. Lo reprobable de la comparaci¨®n con Homero no es la manera en que describe al narrador b¨ªblico, sino, movido tal vez por preocupaciones did¨¢cticas, que trate a Homero de "mentiroso inofensivo que miente para procurarnos placer".
Solamente en el sentido de que no tratan de imponerse como ¨²nicos, excluyendo a todos los otros con fines de dominaci¨®n, en que no pretenden haber sido dictados por el Se?or mismo del Universo para que la especie humana acepte como indiscutibles sus dogmas, es que los textos hom¨¦ricos son inofensivos, que no nos ofenden, es decir, etimol¨®gicamente que no nos chocan ni nos atacan. Y aunque ignoramos todo de quien los forj¨® y casi todo de la manera en que los cantos llegaron hasta nosotros, podemos atribuirles al autor, o a los autores, por lo que sabemos de otros grandes narradores m¨¢s cercanos a nuestro tiempo, que tambi¨¦n ellos cre¨ªan apasionadamente en la profunda necesidad de sus historias. Pero Homero tuvo notorios contradictores, en relaci¨®n con la veracidad de sus relatos justamente. Plat¨®n fue uno de ellos; no pocas veces, el tono con que se refiere a Homero destila cierta condescendencia. Muchos recordar¨¢n el comienzo c¨¦lebre del libro X de La rep¨²blica, cuando S¨®crates propone no admitir en ella, en ning¨²n caso, la poes¨ªa imitativa: "Que quede entre nosotros -no vayan a denunciarme a los poetas tr¨¢gicos y otros imitadores- pero para m¨ª todas las obras de ese g¨¦nero destruyen el esp¨ªritu de los que las escuchan, cuando no tienen el ant¨ªdoto, es decir, la conciencia de lo que realmente son... Hay que decirlo, aunque cierto afecto y respeto que siento por Homero desde la infancia me incitan a callarme, ya que parece ser sin duda el maestro y el jefe de todos esos bellos poetas tr¨¢gicos. Pero no hay que acordarle a un hombre m¨¢s consideraci¨®n que a la verdad".
Poco importa la verdad de una
historia; es el uso que una sociedad hace de ella lo que cuenta. Las intensas visiones b¨ªblicas repugnan a muchas inteligencias porque quienes suelen apropiarse de ellas con los fines m¨¢s diversos, las decretan obligatoriamente ciertas, no aleg¨®ricas ni simb¨®licas sino aut¨¦nticas, afirmaci¨®n que ninguna mente cr¨ªtica estar¨ªa dispuesta a aceptar. E inversamente, es posible comprobar c¨®mo desde un punto de vista opuesto, Plat¨®n excomulga a Homero y a los poetas tr¨¢gicos -no con anatemas desde luego, sino m¨¢s bien con iron¨ªa y cierto desd¨¦n- por respeto a la verdad. ?La verdad resultar¨¢ siendo el tan mentado el opio del pueblo?
Una narraci¨®n no es ni verdadera ni falsa; simplemente es. El uso que se hace de los relatos b¨ªblicos o incluso, como lo afirma Auerbach, la raz¨®n por la que fueron escritos, es lo que incita a muchos lectores a dejar de leerlos, no los relatos propiamente dichos. En el fondo, se cree en Dios o en una narraci¨®n por las mismas razones: en el enigm¨¢tico fluir del tiempo, en la extra?eza del propio ser y en la opacidad ca¨®tica del mundo, ambos ofrecen una apariencia de realidad, un sentido posible, la inteligibilidad de un orden, aunque en el primer caso se trate de una promesa que nadie entre los humanos est¨¢ autorizado a formular, y en el segundo, de un goce inmediato y v¨ªvido en el que participan a la vez la imaginaci¨®n, las emociones y la inteligencia.
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