Para todos los p¨²blicos
Estas l¨ªneas pueden dejarse con total tranquilidad al alcance de los ni?os. No intenten leer entre ellas, son inofensivas. No esconden acr¨®sticos, mensajes en clave, consignas soterradas, incendiarias, no ocultan ideas tan subversivas como, por ejemplo, no a la guerra. Estas l¨ªneas son aptas para todos los p¨²blicos. No como la ceremonia de los Goya, que deber¨ªa haberse emitido codificada.
La ceremonia de los Goya. El foro del cine espa?ol, donde los que lo hacen se encuentran, se premian, se expresan libremente, dicen lo que opinan. Y lo que dijeron, cuentan las encuestas, representaba esta vez el sentir de la mayor¨ªa de los ciudadanos. Para que luego digan que no tenemos sinton¨ªa con nuestro p¨²blico. Y sin embargo lleg¨® el esc¨¢ndalo. Podemos estar contra la guerra, pero no podemos decirlo. Al menos no en la tele. Si lo hubieran hecho tres, habr¨ªa dado igual. Seguramente hasta se les habr¨ªa aplaudido desde las confortables troneras del seudopacifismo. Lo que asusta es la unanimidad, la cohesi¨®n. El hecho de que nadie, o casi nadie, dejara de decirlo. A m¨ª, ya ven, lo que me asusta es que un no a la guerra pueda provocar tanto esc¨¢ndalo.
Dicen que la gala estuvo politizada. Dicen, en realidad, d¨¦jennos la pol¨ªtica a nosotros. Ustedes paseen, consuman, hagan pel¨ªculas, tampoco muchas, y rel¨¢jense, que la pol¨ªtica es cosa nuestra. No es as¨ª. La pol¨ªtica se hace en el Parlamento pero se consume en la calle. Y cuando no nos gusta, tenemos el derecho de decirlo. Si no como ciudadanos, al menos s¨ª como consumidores.
Creo que nunca antes se hab¨ªa hablado menos de la pel¨ªcula m¨¢s premiada, y, sin embargo, no pod¨ªa importarme menos. Porque lo que sucedi¨® el s¨¢bado fue en realidad un peque?o milagro televisado, algo que ya casi nunca sucede: un ejercicio espont¨¢neo, no previsto, de libertad.
Los que hacemos pel¨ªculas no somos brazo armado. Ni siquiera somos brazo. Somos cabeza, mirada, a veces o¨ªdo atento. Otras, apenas coraz¨®n indignado. Tampoco estamos armados, s¨®lo tenemos palabras. Hay a quien le dan tanto miedo como las armas, as¨ª que se vuelven sordos. La sordera es en esos casos el chaleco antibalas de la conciencia.
En nuestras manos la palabra no es arma, es la herramienta con la que trabajamos, es nuestro sustento, y tambi¨¦n nuestra esperanza. Por eso la utilizamos, pobrecitos radicales que somos. Por eso no permitimos que nos la quiten.
Mientras tanto, algunos de los ofendidos se proclaman pacifistas, pero pueden verse sin dificultad los cartelitos de s¨ª a la guerra prendidos de la elegante solapa de sus opiniones primermundistas, de la ferocidad de sus ataques. Insultantes, rabiosas, sus columnas sostienen a menudo el miedo y la verg¨¹enza. Otros, empujados por la misma l¨®gica siniestra, se dedican a pedir cabezas.
El cine es uno de los espejos en los que se mira la sociedad. Que ese espejo no sea de aumento, pero tampoco lo contrario, es algo que nos concierne a todos. Que ese espejo sea di¨¢fano, que est¨¦ bien pulido, correctamente orientado, es algo de lo que debemos ocuparnos y, llegado el caso, enorgullecernos. Que hoy quieran romperlo a pedradas es algo que no debemos consentir.
Dicen que se dijo muchas veces. Yo, sin embargo, creo que hay cosas que por m¨¢s veces que se digan nunca ser¨¢n suficientes. As¨ª que disculpen, tapen los o¨ªdos a los ni?os y pongan a salvo sus tiernas sensibilidades, porque lo voy a repetir: no a la guerra. No a la guerra y sus desastres. No a esta guerra preventiva, interesada, siniestra. No a sus bombardeos cautelares, no a sus muertes por si acaso. No a la guerra.
Fernando Le¨®n de Aranoa es director de cine y guionista.
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