Los l¨ªmites del poder
Los esfuerzos m¨¢s s¨®lidos por construir un mundo com¨²n han resultado de una acci¨®n concertada entre muchos agentes y han dado como resultado una red de disposiciones vinculantes, intereses comunes, estructuras de cooperaci¨®n, conferencias de paz, foros de di¨¢logo, es decir, algo que permite afirmar que lo mejor de nuestra civilizaci¨®n se encuentra plasmado en la idea y en la praxis de su multilateralidad. El otro gran enfoque, el de los imperios y las hegemon¨ªas, parec¨ªa una propiedad de ese pasado que nunca se termina de superar. Y, desde luego, la globalizaci¨®n, en su sentido radical, apuntar¨ªa m¨¢s hacia el primer escenario que hacia el segundo.
Las cosas parecen haber
LA PARADOJA DEL PODER NORTEAMERICANO
Joseph S. Nye Jr. Traducci¨®n de Gabriela Bustelo Taurus. Madrid, 2003 303 p¨¢ginas. 21 euros
cambiado aunque se trata de una apariencia que no modifica las din¨¢micas m¨¢s profundas de una realidad social que, guste o no a los nost¨¢lgicos de la hegemon¨ªa, conducen a un mundo definido por la dispersi¨®n y la concertaci¨®n. El nuevo unilateralismo estadounidense se ha venido afirmando en el rechazo a las iniciativas para lograr acuerdos internacionales as¨ª como en una actitud instrumental hacia las Naciones Unidas. El tiempo ha puesto de manifiesto que sus alianzas internacionales son meramente t¨¢cticas, que no surgen desde la convicci¨®n de que la cooperaci¨®n sea la v¨ªa para defender los intereses internacionales y construir un mundo com¨²n.
Desde una perspectiva m¨¢s pragm¨¢tica que conceptual, Joseph Nye, un antiguo asesor de Clinton y actual profesor de Harvard, ha mostrado por qu¨¦ esto no puede funcionar en su libro La paradoja del poder norteamericano. Para ello argumenta advirtiendo que las relaciones internacionales son un juego especialmente intrincado de tres dimensiones. En un primer nivel estar¨ªa el duro poder militar, un ¨¢mbito en el que EE UU es incontestado y constituye sin duda una superpotencia hegem¨®nica. Un segundo nivel se refiere al poder y la influencia econ¨®micos, en el que Europa equilibra un tanto a EE UU adem¨¢s de que existen tambi¨¦n otros contrapoderes. En un tercer nivel estar¨ªan las multiformes actividades no gubernamentales que tambi¨¦n intervienen efectivamente en la configuraci¨®n del mundo: flujos migratorios, corporaciones transnacionales, intercambios culturales, comunicaciones, Internet, terrorismo. Actores no estatales comunican y act¨²an aqu¨ª virtualmente sin ser obstaculizados por la interferencia de ning¨²n gobierno. El poder de los Estados es, en buena medida, neutralizado. Pues bien, la pol¨ªtica americana act¨²a hegem¨®nicamente s¨®lo en el primer nivel y ¨²nicamente parece preocuparse por dominar ese ¨¢mbito, otorgando un escas¨ªsimo inter¨¦s a los otros. Por eso puede afirmarse que gran parte del imperio americano es ilusorio y apenas presta atenci¨®n a lo que Nye denomina soft power, ese poder suave que tiene que ver con la influencia, el ejemplo, la credibilidad y la reputaci¨®n.
El coste de la unilateralidad de EE UU se ilustra muy bien en su reciente actitud el Tribunal Penal Internacional, en l¨ªnea con su anterior rechazo de otros protocolos internacionales. Esa postura obstruccionista desacredita su insistencia en la lucha contra los terroristas y proporciona una protecci¨®n para los pa¨ªses y los pol¨ªticos que tienen mucho que temer de la nueva corte. Resulta significativo que todos sus aliados en el Consejo de Seguridad de la ONU votaran contra EE UU, cuya postura compartieron, por cierto, Ir¨¢n, Irak, Pakist¨¢n, Indonesia, Israel y Egipto.
Europa se toma el mundo m¨¢s en serio porque para los europeos el mundo es una comunidad pol¨ªtica tejida por una red de disposiciones y actores fuertemente entrelazados. Los problemas a los que Europa se enfrenta actualmente son asuntos que trascienden cualquier frontera y superan la l¨®gica de la soberan¨ªa y la unilateralidad. Los gobiernos europeos est¨¢n habituados a trabajar concertadamente o a trav¨¦s de instituciones multilaterales. Desde este punto de vista, hace ya mucho tiempo que Europa est¨¢ "globalizada", mientras que EE UU se ha quedado atr¨¢s. En el origen de ese retraso hist¨®rico est¨¢, fundamentalmente, el no haberse tomado el mundo en serio, no haber valorado suficientemente los beneficios de la cooperaci¨®n y las desventajas de la hegemon¨ªa. De alguna manera, EE UU es impotente para defender sus intereses sin ayuda. Nye saca todas las consecuencias y concluye que son literalmente su peor enemigo. El poder y la influencia americana son ahora mucho m¨¢s fr¨¢giles de lo que desear¨ªan sus dirigentes y de lo que temen sus adversarios. El poder del que dispone no se debe a la globalizaci¨®n sino a pesar de ella.
Podemos estar razonablemente seguros de que vamos hacia un mundo caracterizado por la multilateralidad, la diferencia organizada y la heterarqu¨ªa, que no est¨¢ gobernado por un ¨²nico centro, que exige concertaci¨®n, cooperaci¨®n y coimplicaci¨®n. En un mundo as¨ª, la autoridad est¨¢ obligada a ser m¨¢s inteligente. El poder s¨®lo se ejerce bien no siendo absoluto y la imposici¨®n se paga muy cara: en el orden interno, atasca a los Estados en una megaloman¨ªa que desemboca en la ingobernabilidad; en el orden internacional, resulta muy poco sabia e ineficaz tambi¨¦n a la hora de conseguir los propios intereses. Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos, sobre todo cuando no hemos acertado a comprender de qu¨¦ va la partida.
Al final va a resultar que lo mejor de la globalizaci¨®n es que con ella resulta a la larga inviable, en el interior de los Estados y en sus relaciones exteriores, una definici¨®n autoritaria y exclusivista del propio inter¨¦s. Tomarse el mundo en serio significa considerarlo como algo que ya es verdaderamente com¨²n y trabajar con estrategias m¨¢s sutiles para identificar lo que nos conviene.
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