La piedad
Creo que fue Goethe quien dijo que toda palabra pronunciada despierta la idea contraria. Confieso haber tenido que reprimir ¨²ltimamente algunas ideas contrarias al incesante palabreo pacifista de estos d¨ªas. No ha sido muy dif¨ªcil. Para reafirmarme en el "no a la guerra", me bastan las evidencias f¨ªsicas: las tremendas deformidades que ha dejado el uranio empobrecido en las manos y los pies de los adolescentes que ten¨ªan tres o cuatro a?os cuando estall¨® la primera guerra contra Sadam. Diez a?os atr¨¢s cayeron, me cuenta Marina Rossell, reci¨¦n llegada de Irak, unas extra?as bombas que, en lugar de destrozar los cuerpos, los estampaban contra los muros y los aplastaban como un engrudo. Los cuerpos perd¨ªan el grosor, pero conservaban la apariencia humana. Marina los ha visto, prensados en las paredes como un relieve de Altamira. Una madre y su hijo, por ejemplo, apenas disimulados por una capa de pintura de color mostaza.
Ni el argumento sesudo ni el eslogan pacifista m¨¢s f¨¢cil pueden ofuscar la visi¨®n de estos cuerpos aplastados en los pueblos de Irak
Ni el argumento sesudo ni el eslogan pacifista m¨¢s f¨¢cil pueden ofuscar la visi¨®n de estos cuerpos aplastados en los muros de los pueblos de Irak. Ninguna palabra, por fr¨ªvola o cinematogr¨¢fica que parezca, puede, por reacci¨®n, velar la crueldad de estos aviadores que bombardear¨¢n en nombre de nuestras democracias (orgullosas de su representatividad, pero completamente desnudas despu¨¦s de haber perdido el ¨²ltimo gramo de mala conciencia). O¨ªmos a Aznar intentando rebajar su cl¨¢sico tono irritado y perdonavidas, buscando su perfil m¨¢s sensiblero y besuc¨®n, le o¨ªmos y, por reacci¨®n, el pacifista m¨¢s superficial parece aut¨¦ntico.
Y a fe que la superficialidad del pacifismo puede llegar a ser extrema. Escucho en la radio, por ejemplo, una tertulia infantil. No me sorprende la simplicidad de sus argumentos: "Los iraqu¨ªes no quieren darle a Bush su petr¨®leo, por eso va a bombardearles"). No me extra?a la repelente postura de superioridad moral que los peque?os adoptan cuando hablan de los pol¨ªticos: "No se preocupan m¨¢s que por el dinero, el petr¨®leo y esas cosas" (tambi¨¦n en casa los ni?os de ahora exhiben esta rara superioridad: "?Fumar mata, mam¨¢! ?Es que quieres matarnos?", dicen los peque?os de una amiga). Deber¨ªa, en cambio, preocuparnos la inconsistencia de los maestros de estos ni?os, que les han comunicado una visi¨®n demasiado c¨¢ndida, demasiado f¨¢cil, demasiado descomprometida. S¨¦ que es dif¨ªcil explicar la complejidad a los ni?os. Pero tambi¨¦n a un maestro ignorante de la f¨ªsica o de la matem¨¢tica le ser¨ªa imposible explicar las nociones m¨¢s b¨¢sicas de estas materias. No me tomen al pie de la letra: quiero decir que debemos formarnos e informarnos mejor. No s¨®lo los maestros, claro, sino los militantes pacifistas, los artistas comprometidos o los pol¨ªticos que pretenden recoger este impresionante no que ha resonado en las calles. De otro modo, estar¨ªamos ante el carnaval de las buenas intenciones.
Hay que aceptar, por ejemplo, que la raz¨®n del petr¨®leo no explica por s¨ª sola el belicismo americano (bien al contrario: podr¨ªa explicar mejor las reticencias rusas o francesas). Lo m¨¢s razonable que explican los partidarios intelectuales de la guerra es el "efecto castillo de naipes" que podr¨ªa causar en el desorganizado mundo de hoy la impunidad de un Sadam armado. El mundo que ordenaban los dos bloques sim¨¦tricos en tiempos de la URSS se descuadern¨®. El empate del terror nuclear, disuasorio, que la pugna EE UU-URSS establec¨ªa ha dado paso a un fragmentado desorden en el que muchos pa¨ªses peque?os pueden estar en condiciones de provocar impensables desgracias. Desde este punto de vista, el efecto disuasorio del castigo preventivo a Irak parecer¨ªa veros¨ªmil. Lo parecer¨ªa si no fuera por el resentimiento de las masas isl¨¢micas. Bulle de tal manera en todo el orbe musulm¨¢n, que el ataque occidental sobre Irak puede convertir en irrefutable la inconsistente teor¨ªa del conflicto de civilizaciones.
Entregados al no, emborrachados de no, parece que no respondemos a la complejidad del mundo actual. ?Con qu¨¦ contamos, de momento? Con este ¨²ltimo gramo de mala conciencia que les falta a los que, por inter¨¦s de algo, tienen ya "el coraz¨®n de hielo". Es poco, pero es precioso. Ampliemos su base te¨®rica, convirt¨¢moslo en un compromiso. Exploremos, por ejemplo, el espacio com¨²n de intersecci¨®n human¨ªstica que pone en contacto a las dos corrientes ideol¨®gicas m¨¢s importantes de Europa, la cristiana y la socialista (corrientes que, por cierto, llevan a?os bati¨¦ndose en retirada). En el ¨¢mbito catal¨¢n, cat¨®licos e izquierdistas se han mostrado antag¨®nicos (excepto cuando se disputaban el cad¨¢ver de mos¨¦n Cinto o, 75 a?os despu¨¦s, durante el tardofranquismo) y, sin embargo, como sucede hoy en Italia, est¨¢n condenados a mirarse, a reconocerse, a trenzar sus corrientes humanistas ante el ascenso imparable del liberalismo sin rostro humano. Y es que, a fuer de avanzar sin competencia ideol¨®gica, el liberalismo a ultranza se ha desenmascarado. El ¨ªdolo econ¨®mico que entroniza es refulgente y muy sugestivo, sobre todo en tiempos de bonanza, pero es tremendamente cruel. Tiene el coraz¨®n de hielo y apela al coraz¨®n de hielo. Con gran facilidad, las diversas corrientes del humanismo se encuentran, como se vio ayer, para cerrarle el paso al hielo. Va siendo hora de que abandonen los prejuicios menores que los separan, puesto que no basta con el no de la bona gent, ni basta con el no de los solidarios. Seguir¨¢n manteniendo muchas discrepancias, pero comparten los valores humanistas y deber¨ªan construir algo en com¨²n.
Los miedos ante el mundo inseguro de hoy refuerzan en los ultraliberales la confianza en Leviat¨¢n, aquel dios mortal que "posee tanta fuerza y tanto poder y que, por el terror que inspira, es capaz de conformar las voluntades de todos para la paz". Los humanistas laicos o cristianos, en cambio, son m¨¢s modestos. M¨¢s pesimistas. Ante la complejidad y los tremendos conflictos del presente, recurren a Schopenhauer, que recordaba: "Lo que la lluvia es para el fuego, es la piedad para la c¨®lera".
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