Una escala t¨¦cnica
Aznar compareci¨® ayer ante el Congreso en una escala t¨¦cnica intercalada entre su viaje de anteayer a Bruselas para asistir a la cumbre extraordinaria europea sobre la crisis de Irak y su visita de este fin de semana a Tejas para rendir cuentas y recibir informaciones o instrucciones del presidente Bush al respecto. Como era f¨¢cilmente previsible, el jefe del Gobierno retorci¨® las conclusiones de la reuni¨®n europea con el objetivo de regalar una imaginaria coherencia retrospectiva a su err¨¢tica deriva en el conflicto iraqu¨ª, siguiendo de esta forma el ejemplo de las hermanas de Cenicienta, que trataban sin ¨¦xito de ajustar el zapato del pr¨ªncipe a la medida diferente de sus pies. Bastantes pol¨ªticos suelen jactarse de que sus decisiones son fruto de sus convicciones; presa de esa agradable fantas¨ªa, Aznar ha mostrado empero a lo largo de su carrera como profesional del poder -este episodio as¨ª lo confirma-una irrefrenable propensi¨®n al oportunismo. Cualquiera que sea el resultado del pulso actualmente librado entre el aventurerismo belicista de la guerra preventiva unilateral y la defensa de los principios del Derecho Internacional precariamente construido desde 1945, la imprudente carrera inicial de Aznar para alinearse a toda prisa de manera incondicional con la Administraci¨®n Bush le hizo equivocarse en el manejo de los tiempos; su servicial ofrecimiento para dar la cara como promotor de la carta de los ocho dictada desde la otra orilla del Atl¨¢ntico no s¨®lo dio una alevosa pu?alada a la pol¨ªtica exterior com¨²n europea sino que dej¨® a Espa?a en una subalterna situaci¨®n de vasallaje.
El PP resolvi¨® a ¨²ltima hora cambiar en su beneficio t¨¢ctico el estrecho formato de la sesi¨®n parlamentaria elegido inicialmente para amortiguar el debate; el acuerdo de compromiso alcanzado en Bruselas por la Uni¨®n Europea conced¨ªa al presidente del Gobierno un margen de maniobra para rectificar sus posiciones belicistas sin reconocerlo y para salir de su aislamiento rompiendo el consenso de la oposici¨®n. Aznar pas¨® de puntillas sobre las movilizaciones ciudadanas del pasado s¨¢bado contra la guerra; en su contestaci¨®n a Zapatero, contrapuso arteramente a los manifestantes en las calles con la mayor¨ªa silenciosa en las casas y con la mayor¨ªa parlamentaria en las Cortes Generales nacidas de las anteriores elecciones. Aznar repiti¨® un dram¨¢tico argumento orientado a sembrar el temor en la opini¨®n p¨²blica: la amalgama entre las armas de destrucci¨®n masiva qu¨ªmicas y biol¨®gicas en poder tal vez del r¨¦gimen de Sadam Husein y las organizaciones terroristas receptoras potenciales de esos arsenales letales extiende el abanico de las amenazas desde el fundamentalismo isl¨¢mico hasta ETA. El catecismo tridentino del jesuita Gaspar Astete afirmaba que la fe es "creer lo que no vimos" y justificaba la ciega entrega de los cat¨®licos a esas verdades ocultas "porque Dios Nuestro Se?or as¨ª lo ha revelado y la Santa Madre Iglesia as¨ª nos lo ense?a"; Aznar recibe al parecer esas confidencias secretas sobre realidades invisibles del presidente Bush y las transmite luego como dogmas bajo palabra de honor a los dem¨¢s espa?oles. A diferencia del mundo de los creyentes, sin embargo, el sistema democr¨¢tico ampara la desconfianza de los ciudadanos hacia los gobernantes, deslumbrados por el apotegma de que la informaci¨®n es poder; sobran ejemplos (tambi¨¦n en Estados Unidos) de datos manipulados o falsificados por los servicios secretos para objetivos espurios.
Los portavoces del PP aseguran que el presidente del Gobierno s¨®lo persigue en esta crisis la defensa de los intereses de Espa?a, una tesis de dificil verificaci¨®n. No parece probable que un pol¨ªtico profesional como Aznar sea un esp¨ªritu puro sin apetecencias terrenales ni voluntad de poder. Tampoco los procedimientos aplicados por el jefe del Ejecutivo para detectar -como un m¨¦dium en una sesi¨®n de espiritismo- el contenido de unos supuestos intereses generales contrarios a la voluntad de la mayor¨ªa de los espa?oles resultan trasparentes. Finalmente, las democracias, a diferencia de los reg¨ªmenes autoritarios, no otorgan al jefe del Ejecutivo el monopolio excluyente de interpretar y expresar la voluntad de un pa¨ªs: en los sistemas pluralistas, esa tarea es el fruto del di¨¢logo y la negociaci¨®n entre fuerzas pol¨ªticas que representan ideales, intereses y sensibilidades sociales diferentes.
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