Los dientes de la bestia
Horas despu¨¦s de despedirme, segu¨ªa d¨¢ndole vueltas al consejo de mi primo Ram¨®n: "Hay que ir m¨¢s a menudo a respirar a la Rioja". Sin embargo, los d¨ªas siguientes los pas¨¦ conteniendo la respiraci¨®n.
Me falt¨® el aire cuando vi por televisi¨®n el funeral en Andoain. Algo que parec¨ªa provenir de muy atr¨¢s, de muy abajo, del fondo de muchos silencios rotos. Cuando son¨® el canto de la Guardia Civil al compa?ero ca¨ªdo, los sentimientos entrechocaron en mi alma, al darme cuenta de que era una reparaci¨®n a tantos guardias civiles a los que hab¨ªamos dejado partir solos, rodeados de ausencia y de silencio. Cuando, de haber estado uno s¨®lo de ellos en el bar Daytona, se habr¨ªa jugado su vida por defender la de este ex etarra.
Las palabras de Maite no eran un poema, sino una maldici¨®n b¨ªblica
Xabier Arzalluz les ha descubierto, son duros ex estalinistas y ex etarras
Y al resonar la maldici¨®n de Maite Pagazaurtundua, que no era un poema ni una canci¨®n triste, sino una maldici¨®n b¨ªblica, tel¨²rica, absoluta, dije para m¨ª: dios m¨ªo, ten piedad de nosotros. Lo que no es poco decir para una atea. Supe que la espesa cortina del templo hab¨ªa sido rasgada y lo que vislumbr¨¦ al otro lado me hel¨® la sangre.
Atr¨¢s quedaban los a?os oscuros en que la familia de un asesinado clamaba: "?Por qu¨¦? Si no ha hecho nada...; si no se met¨ªa en pol¨ªtica, si todos le quer¨ªan". O las vanas esperanzas: "Que esta sangre sea la ¨²ltima que se derrame". O las falsas verdades: "La violencia es in¨²til, irracional, no sirve para nada". O los llamamientos a proseguir buscando el di¨¢logo con asesinos y albaceas. Durante esos a?os, Joseba y mi primo Ram¨®n escuchaban estas palabras del dolor y callaban, pero sab¨ªan la verdad porque conoc¨ªan a la bestia. C¨®mo no hab¨ªan de conocerla si hab¨ªan jugueteado con ella cuando todav¨ªa se mov¨ªa vacilante al poco de romper el huevo. Pero un d¨ªa en que la hab¨ªan mirado directamente a los ojos, la bestia les hab¨ªa devuelto la mirada. A partir de entonces su suerte estuvo echada, tendr¨ªan que pasar el resto de sus vidas dando la cara a la puerta, con el borde de la chaqueta ladeado.
Me refiero a quienes no necesitan preguntarse por qu¨¦ vienen a por ellos; quienes no conf¨ªan en que su sangre ser¨¢ la ¨²ltima. Quienes hace tiempo que aprendieron que la violencia canalla no es in¨²til ni se practica de forma irracional. Que, por el contrario, es el medio m¨¢s eficaz que conoce el criminal para conseguir algo cuando tiene prisa. Y que las p¨²blicas lamentaciones funerarias son compatibles con el blanqueo de los frutos pol¨ªticos del crimen.
Son personas que albergan una potente mezcla de conocimiento y sentimiento contenidos. Xabier Arzalluz les ha descubierto, son duros ex estalinistas y ex etarras. Pero antes no eran duros. Ahora s¨ª se hicieron duros: cu?a de la misma madera.
Miguel ?ngel Blanco no era estalinista ni etarra, ni pol¨ªtico profesional. Sus mayores ilusiones eran su chica y la m¨²sica. Muchos que no hab¨ªan votado ni pensaban votar nunca a la derecha descubrieron aquel d¨ªa que los del PP eran sus vecinos de al lado, buena gente como ellos. Y salieron juntos a la calle y gritaron libertad. Fue s¨®lo un momento, luego todo volvi¨® a sumergirse en el silencio, porque los nacionalistas "necesitaban la paz". Necesitaban silencio y opacidad para lograr lo que llevaban un siglo aguardando. Pero en el fugaz instante en que reson¨® el grito libertad, hab¨ªa sucedido algo: las v¨ªctimas se miraron y se reconocieron mutuamente en la com¨²n humanidad. Y esa abstracci¨®n se encarn¨® en humanidad compartida. Fuera de la tribu, porque en ella no pod¨ªan esperar salvaci¨®n ni protecci¨®n segura.
Tres a?os despu¨¦s, los estalinistas y terroristas conversos, junto con gentes de derechas y de izquierdas, y hasta con alg¨²n nacionalista para quien la dignidad humana era m¨¢s preciada que la patria, volvieron a mirar alrededor. Vieron que se hab¨ªan vuelto invisibles para la tribu; descubrieron que su gesto de rebeli¨®n frente a tanto crimen estaba condenado a estrellarse contra la mirada g¨¦lida de los reptiles guardianes del r¨¦gimen. Entonces comprendieron su equivocaci¨®n. Pero, ?estaban preparados para enfrentarse al hecho de que lo que cre¨ªan ser la bestia podr¨ªa no ser sino los dientes de la Gran Bestia? O sus cr¨ªas, que se reproduc¨ªan sin cesar porque hab¨ªa en el subsuelo una reina dedicada a poner incansablemente huevos y a incubarlos con su calor.
As¨ª que volvi¨® el silencio y la cortina se hizo m¨¢s espesa. Porque si las bestias pod¨ªan ser contenidas, la reina reproductora era inalcanzable e innombrable. Hasta esta ¨²ltima semana, en que una sacerdotisa ha invocado a las fuerzas del averno y la cortina del templo que nos separaba del sagrado e intocable espacio fariseo se ha rasgado. Pero tambi¨¦n, en ese preciso instante, la gran Bestia ha comenzado a despertar. Y con ella, las palabras resuenan ya como armas.
Quiero creer que todo ha sido un mal sue?o. Pero al despertar, la Bestia segu¨ªa all¨ª.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.